El cardenal Martino cuenta su vocación en sus 50 años de sacerdocio

Confesiones del presidente del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz

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ROMA, martes, 11 septiembre 2007 (ZENIT.org).- Quería ser misionero, pero su delicada salud lo impidió; entró en el servicio diplomático de la Santa Sede. Sus responsabilidades no han sido obstáculo para su amorosa atención pastoral por la humanidad, recorriendo y difundiendo la Doctrina Social de la Iglesia, una forma de evangelización –su gran deseo– en países del mundo entero, sintetiza el cardenal Renato Raffaele Martino.

Presidente de dos Consejos vaticanos –Justicia y Paz, y Pastoral para los Emigrantes e Itinerantes–, el purpurado italiano celebró el 20 de junio sus bodas de oro sacerdotales con una misa solemne en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Zenit ha querido revivir con él algunos momentos importantes de su vida.

–Eminencia, ¿cómo discernió su vocación?

–Cardenal Martino: Procedo de una familia de fe y tradición católica, con una madre maravillosa que también era artista. El recordatorio con la Virgen y el Niño, del 50º aniversario de sacerdocio, lo pintó ella. Un padre riguroso y cuatro hermanos. Una familia numerosa que cuando se reúne en Navidad cuenta cincuenta y seis personas; tengo trece sobrinos y veintiséis sobrinos-nietos.

Desde niño mi deseo era ser misionero. Me fascinaban los predicadores misioneros jesuitas que venían de Nápoles a mi parroquia.

Lamentablemente, el sueño pronto se desvaneció porque era demasiado delicado de salud, y los médicos me dijeron claramente que mi físico no habría resistido en tierra de misión.

Mi deseo de llevar el Evangelio al mundo tomó otro camino. Por una serie de circunstancias frecuenté la Academia Diplomática Vaticana, la más antigua del mundo, y desde 1962 he trabajado en las Nunciaturas de Nicaragua, Filipinas, Líbano, Canadá y Brasil. Entre 1970 y 1975 fui responsable de la sección para las Organizaciones internacionales de la Secretaría de Estado. Después, el 14 de septiembre de 1980, el entonces pontífice Juan Pablo II me envió como pro-nuncio a Tailandia, a atender las relaciones en calidad de delegado apostólico con Singapur, Malasia, Laos y Brunei.

En 1986 recibí el encargo de Observador Permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas en Nueva York, y como tal participé activamente en las mayores conferencias internacionales promovidas, en los años noventa, por las Naciones Unidas, en particular en Nueva York en 1990 en la Cumbre mundial sobre la Infancia; en Río de Janeiro (Brasil) en 1992 en la Cumbre sobre ambiente y desarrollo; en 1994 en Barbados, en la Conferencia sobre los pequeños Estados insulares en vías de desarrollo y, el mismo año, en El Cairo, en la Conferencia sobre Población y Desarrollo; en Pekín (China) en 1995 para la Conferencia sobre la Mujer; en Estambul (Turquía) en 1996 en la del Hábitat; en Roma en 1998 en la Conferencia Diplomática de los plenipotenciarios para la institución del Tribunal Penal Internacional; en Nueva York en 2000 para la Cumbre del Milenio; en Monterrey (México) en 2003 en la Conferencia sobre Ayuda al Desarrollo. También en Madrid (España) en la Asamblea sobre los Ancianos, y el mismo año en Johannesburgo (Sudáfrica) en la Conferencia de Desarrollo Sostenible.

–Ha tenido que afrontar muchas situaciones difíciles, con frecuentes desacuerdos con oficinas y delegaciones de las Naciones Unidas que sobre todo en los años ’90 eran especialmente críticas con la Santa Sede, en particular en lo relativo a las políticas demográficas, el aborto, la contracepción… ¿Qué desearía comentar de ello?

–Cardenal Martino: El momento más difícil se produjo en 1994, en El Cairo, durante la Conferencia sobre Población y Desarrollo. La administración del presidente Bill Clinton y una gran parte de los países desarrollados estaban decididos a hacer reconocer a la Conferencia el aborto como un derecho internacional. Había grupos de ONG que hasta pedían que la delegación del Vaticano fuera expulsada de la ONU. Pero con la ayuda del Señor, y gracias al apoyo en aquella ocasión de los países de América Latina y de países de mayoría islámica, conseguimos rechazar el intento de que se aprobara el aborto como método contraceptivo.

Como jefe de la Delegación Vaticana logré obtener el apoyo de 43 delegaciones y que se introdujera en el parágrafo 8.25 del Documento final adoptado por la conferencia que «en ningún caso el aborto puede ser invocado como método de planificación familiar».

A pesar de los frecuentes y continuos intentos de eliminarla, esa norma ha resistido hasta hoy. La interrupción voluntaria del embarazo, que sigue siendo desgraciadamente un dramático fenómeno de nuestros tiempos, no ha sido hasta ahora sancionada por ningún órgano de las Naciones Unidas.

–¿Qué misión recuerda con mayor satisfacción?

–Cardenal Martino: Del 15 al 21 de mayo de este año, por petición explícita y en representación del Santo Padre Benedicto XVI, me acerqué a Costa de Marfil, un país marcado por un largo y sangriento conflicto. Durante la visita, celebré la Eucaristía en diversas ciudades y comunidades parroquiales, me reuní con los obispos y las más altas autoridades del país. En particular tuve un encuentro con el presidente del Gobierno, Laurent Gbagbo, quien nombró primer ministro a Guillaume Soro, ex jefe de los rebeldes, un católico de 34 años muy inteligente.

Para dar consistencia y solidez a los acuerdos de paz, invité a ambos a la Misa solemne que celebré el 20 de mayo en la catedral de St. Paul, en Abidján.

La catedral estaba repleta de fieles, junto a los obispos y las autoridades civiles. Alenté al pueblo marfileño a proseguir en el camino de la paz y a promover la reconciliación nacional y la participación de todas las fuerzas vivas del país, sin exclusión alguna de naturaleza política, religiosa, cultural o étnica.

En el momento del intercambio de un gesto de paz, invité al presidente de la República y al primer ministro a subir al altar para recibir de mí el saludo de paz. Después les invité a intercambiarse la paz entre sí: se abrazaron asegurando que esto durará. Un gran gesto de reconciliación, ante siete mil personas que aplaudían. Todo transmitido en directo por la televisión nacional. Les dije que no olvidaran jamás ese día en caso de que surgieran sombras en el futuro, porque se trataba de un gesto histórico, un compromiso de paz y concordia sellado en la catedral, ante Dios. A todo el pueblo marfileño, a las muchas víctimas inocentes, a los grupos de desplazados, a los heridos y a tantos más les expresé la cercanía espiritual del Santo Padre y, en su nombre, ofrecí una ayuda financiera para las primeras necesidades de los más apurados.

Esta fue la manera más eficaz de presentar el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, y su aplicación practica.

De este encuentro y del reforzamiento del proceso de paz me ha dado las gracias también el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, a quien conocí antes de que asumiera el cargo porque representaba a Corea del Sur ante la ONU en el mismo período de mi estancia en Nueva York, donde atendía a un grupo de católicos surcoreanos. A miembros de este grupo, cada año, durante dieciocho, administré la Confirmación. Volví a ver a Ban Ki-moon en Roma, cuando aún no había comenzado la promoción de su candidatura, y le dije que estaba seguro de su elección. Me miró sorprendido e incrédulo. Le aseguré: hablaremos de ello después de tu elección. Estoy seguro de que hará mucho bien.

–El 1 de octubre de 2002 el Papa Juan Pablo II le llamó a Roma al frente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, pero como jefe de este dicasterio usted siguió recorriendo el mundo…

–Cardenal Martino: Asumir la guía del Consejo Pontificio Justicia y Paz y, desde el 11 de marzo de 2006, también la del Consejo Pontificio para la
Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes, me permite sostener y dar seguimiento a la obra de evangelización a la que aspiraba desde joven.

La publicación y la difusión del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia fue una obra entusiasmante. Como escribí en la introducción del volumen, «transformar la realidad social con la fuerza del Evangelio, testimoniado por mujeres y hombres fieles a Jesucristo, siempre ha sido un desafío y lo sigue siendo al inicio del tercer milenio de la era cristiana».

Sé bien que el anuncio de Jesucristo no encuentra acogida favorable en el mundo de hoy, pero precisamente por esto el hombre de nuestro tiempo tiene necesidad, más que nunca, de la fe que salva, de la esperanza que ilumina, de la caridad que ama.

Estos son los motivos que impulsan a la Iglesia a intervenir con sus enseñanzas en el campo social para ayudar y acompañar a los católicos a servir el bien común.

–¿Hay algo que le habría gustado hacer y no ha podido?

–Cardenal Martino: No tengo pesares. Sigo enamorado del sacerdocio. Cada día doy gracias al Señor por la gracia del sacerdocio. He superado el umbral de 19.000 misas celebradas, y cada una de ellas ha sido para mí un verdadero don, porque aunque mi papel hubiera sido únicamente el de celebrar la Eucaristía solo o para una pequeña comunidad, estaría en cualquier caso agradecido al Señor por haber tenido la oportunidad de servirle.

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ZENIT Staff

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