Regis Debray, intelectual marxista, interpelado por Dios

Nuevo libro del pensador revolucionario

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PARIS, 18 diciembre 2001 (ZENIT.orgAvvenire).- Polemista, militante marxista, escritor, Regis Debray acaba de publicar en Francia «Dieu, un itinéraire», un ensayo en el que traza el «itinerario» del Dios cristiano en la historia.

El volumen es un viaje atípico tras las huellas de la «extraordinaria propagación» del cristianismo desde los orígenes hasta hoy.

Debray, nacido en París en 1941, proviene de una histórica militancia en el marxismo revolucionario. En 1967, mientras se encontraba en Bolivia al lado del Che Guevara, fue condenado a treinta años de cárcel. Liberado tres años después por la presión internacional, ha sido entre otras cosas consejero del presidente francés François Mitterrand para América Latina.

Hoy reconoce que con el marxismo creía que era posible construir una sociedad justa. Desesperanzado, confiesa en esta entrevista que le gustaría creer para sentir la «alegría cristiana». Aunque, como algunas afirmaciones dejan comprender entre líneas, Debray quizá ya cree.

–Con su nuevo libro ha iniciado una investigación sobre la «historia del Eterno en Occidente». ¿Adónde quiere llegar?

–Regis Debray: Trataba de aplicar el método de indagación mediológica al objeto más conflictual que es posible analizar con ese método. La mediología estudia aquello que permite a una entidad existir, prorrogarse, perpetuarse. Y, en apariencia, Dios es justo lo contrario: se presenta como algo inmediato.

–¿Ha elegido un punto de vista laico?

–Regis Debray: Este es precisamente el problema: ¿Se puede hacer una aproximación laica a las verdades de fe sin disminuirlas? En otros términos, la experiencia de fe, ¿puede modelarse en caminos racionales accesibles a todos? He creído que la razón por sí sola podía permitir intentar un análisis de la verdad social de Dios, de su imagen objetiva, de su dinámica histórica.

–Usted dedica amplio espacio a la institución Iglesia, mientras que hoy es ampliamente cuestionada…

–Regis Debray: Lo que me interesa son los casos de transmisión. La transmisión de memoria es, en mi opinión, capital, nos distingue como humanos de los otros seres vivientes. Para que sea posible hace falta un apoyo, huellas, monumentos, santuarios, memoriales. Pero también comunidades de memoria, o instituciones que superan la suma de sus miembros. No se puede ni siquiera por un instante separar el cuerpo eclesial del mensaje evangélico. Donde no hay institución, no existe transmisión. Y el misterio cristiano engloba tanto el mensaje como su continuidad.

–Pero ¿no le parece que el mundo de hoy está «desencantado», utilizando la expresión del filósofo Marcel Gauchet?

–Regis Debray: El cristianismo hoy tropieza con un serio desafío. Porque Dios, con Cristo, ha asumido el riesgo de la encarnación. Y desde entonces hemos asistido, durante veinte siglos, a una continua dialéctica suya ante aquél que lo encarna: el mensaje está siempre colgado de su mediador. La fuerza de difusión del mensaje cristiano es efectivamente la mediación a través de Cristo.

–Algunos se preocupan por un Occidente pagano, un cristianismo fuera de juego, recluido en el ghetto del debate de las ideas…

–Regis Debray: La Iglesia, si puedo decirlo, ha sido víctima de su éxito: su transmisión, desde hace quince siglos, ha sido tan lograda que hoy la sociedad civil quiere tomar su función. Las asociaciones humanitarias, el voluntariado secular o laico, el sector público retoman una especie de vulgata cristiana que comprende la defensa de las víctimas, un cierto sentido de fraternidad. Somos todos hermanos… pero no hay ya un padre.

–Entonces, ¿qué se espera de la Iglesia?

–Regis Debray: Que sea más profética, que dé más espacio al anuncio de fe. La Iglesia de otro modo corre el riesgo de dejar demasiado espacio al Islam. Los mejor del cristianismo es haber hecho de Dios un sujeto. Se ha pasado del Dios étnico al Dios electivo, personal. Lo que importa es la noción de vida interior, de conversión personal. Pero por este mismo hecho el catolicismo ha sido llevado a dejar a un lado la esperanza colectiva. Lo mejor del cristianismo es la disociación de lo espiritual de lo temporal. Pero ahora la Iglesia deja un poco demasiado tranquilos a los «emperadores»…

–Usted quiere permanecer siempre como un observador…

–Un observador con además empatía… tengo una empatía cristiana pero no poseo la comunión cristiana.

–Al final ¿dónde sitúa su esperanza?

–No tengo. Estoy totalmente desesperado. Si volviera dentro de mil años, reencontraría el mismo equilibrio actual de bien y de mal, mientras durante largo tiempo creía que fuera posible construir una sociedad justa. Pero me gusta la alegría cristiana. Me gusta la «energética» cristiana, la actitud comprometida. La fuerza de nuestro Dios único es la de ser un Dios que interviene, que crea el mundo y luego no deja de trabajar en él. Dios no hace huelga nunca, impulsa a los hombres a coger en la mano su destino.

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ZENIT Staff

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