ROMA, domingo, 18 marzo 2007 (ZENIT.org).- En una homilía de corazón a corazón, Benedicto XVI desveló este domingo a menores recluidos en un centro penitenciario de Roma el itinerario de la verdadera libertad.
Tal institución de menores, en Casal di Marmo, ha sido la meta elegida por el Papa Joseph Ratinzger para su primera visita a un centro de reclusión.
En la bella y pequeña capilla de la institución, el Santo Padre celebró la Santa Misa en la que participaron el medio centenar de jóvenes del centro, autoridades eclesiales y civiles –como el ministro de Justicia italiano, Clemente Mastella-, personal laboral, educadores, familiares y voluntarios.
El clima de fiesta no impidió el recogimiento durante la celebración eucarística, cuya homilía pronunció el Papa, la mayor parte del tiempo dejando de lado el texto escrito, siguiendo el Evangelio dominical que narra la parábola del hijo pródigo.
Desde el ambón –no desde la cátedra-, mirando constantemente a los chavales a los ojos y hablándoles de corazón a corazón, Benedicto XVI subrayó la importancia de la Misa,
«en la que se renueva el don del amor de Dios del que habla el Evangelio, amor que nos consuela y da paz, especialmente en los momentos difíciles de nuestra vida».
Y ello porque en la Eucaristía «es Cristo mismo quien se hace presente, está entre nosotros –añadió el Papa-, Él viene a iluminarnos con su enseñanza y a alimentarnos con Su Cuerpo y Su Sangre, viene a enseñarnos y a hacernos capaces de amar y de poder vivir».
«Tal vez diréis qué difícil es amar de verdad, vivir bien», expresó el Papa a los jóvenes.
Entonces les invitó a recorrer la parábola del hijo pródigo, el hijo que busca una vida libre de disciplinas y normas, de los mandamientos de Dios, que toma su patrimonio y se marcha a un país muy lejano, que significa también «interiormente una vida totalmente diferente», explicó el Santo Padre.
Y es que tal hijo no quiere estar en «la cárcel de esta disciplina de su casa», quiere hacer cuanto quiera, y al principio se siente feliz, pero luego, «poco a poco siente también el tedio», «y al final queda cada vez un vacío más inquietante», «pasa a ser una esclavitud», «termina por encontrar que el nivel de su vida está por debajo del nivel de los cerdos» que había de cuidar, lamentó el Papa.
Es entonces cuando el hijo empieza a reflexionar si éste es realmente el camino de la vida, «libertad interpretada como hacer cuanto yo quiera, vivir, tener la vida sólo para mí», añadió.
«¿Y no sería tal vez más vida vivir para los demás, contribuir a la construcción del mundo, a la comunidad humana?», interrogó el Papa haciéndose intérprete de la reflexión del hijo pródigo.
Éste es así como empieza un nuevo camino, «un camino interior –apuntó Benedicto XVI-, y empieza a ver que era más libre estando en casa», donde contribuía a su construcción y a la de la sociedad, en comunión con el Creador.
Pero esta maduración se convierte también en un camino exterior -prosiguió-, y regresa a su casa para recomenzar su vida, y su padre, que le había dado la libertad para que entendiera «qué es vivir y qué no es vivir», con todo su amor le abraza y le da una fiesta.
Con esa fiesta, como continuó el Papa espontáneamente en su homilía, empieza el hijo pródigo una nueva vida «y así comprende que precisamente el trabajo, la humildad, la disciplina de cada día, crea la verdadera fiesta y la verdadera libertad».
Este hijo, «purificado, ha entendido qué es vivir, y ciertamente también en el futuro su vida no será fácil; volverán las tentaciones, pero tiene una visión profunda de que una vida sin Dios no funciona -recalcó Benedicot XVI-. Falta lo esencial, falta la luz, falta el porqué. Falta el gran sentido del ser humano».
Igualmente comprende el hijo prodigo «que los mandamientos de Dios no son obstáculo para la libertad y para una vida bella, sino que son los indicadores del camino», subrayó.
«Y entiende que también el trabajo» y comprometerse por los demás amplía la vida « y precisamente este esfuerzo de comprometerse en el trabajo da profundidad a la vida porque hemos contribuido a que crezca este mundo, y sea más libre y más bello», dijo el Papa a los jóvenes.
Quién es Dios y quién es el hombre
Dos enseñanzas recordó además Benedicto XVI de la parábola del hijo prodigo. Por un lado ayuda a entender quién es Dios: «Él es el Padre misericordioso que en Jesús nos ha amado más allá de cualquier medida –indicó a los menores del centro de reclusión-; los errores que cometemos, aunque sean grandes, no hacen mella en la fidelidad de Su amor».
Y señaló en el sacramento de la confesión el medio para poder «siempre recomenzar de nuevo la vida», e invitó a redescubrirlo porque en él Dios «nos acoje, nos devuelve la dignidad de hijos suyos».
Igualmente la parábola ayuda a entender quién es el hombre como alguien que ha sido creado con los demás, no en aislamiento. «Y sólo viviendo para los demás, dándonos, hallamos la vida», desveló el Santo Padre.
En el hombre Dios ha impreso su imagen y le atrae al horizonte de su gracia, pero no omitió el Papa que el hombre es una criatura frágil, que está expuesta al mal, pero también es capaz del bien.
Asimismo el hombre es libre, pero Benedicto XVI insistió en la necesidad de entender bien qué es libertad y qué es apariencia de libertad, señalando en la verdadera libertad el «trampolín» para lanzarse en el mar infinito de la bondad divina.
La Santa Misa se caracterizó por la participación de los jóvenes internos; leyeron las intenciones de los fieles, llevaron al altar las ofrendas y recibieron de manos del Papa la comunión.
En su saludo de bienvenida, el capellán de la Institución Penitenciaria, el padre Gaetano Greco, agradeció al Papa su presencia, su trabajo a cuantos desarrollan su labor en el lugar y se dirigió especialmente a los chavales: «La gratitud es para los jóvenes que he encontrado aquí, porque han dado razón a mi sacerdocio».