Claves para la identidad y cohesión de Europa: sus principales vías de peregrinación

Evidencia un Congreso en Roma

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ROMA, viernes, 16 febrero 2007 (ZENIT.org).- Profundización en el alma cristiana del Viejo Continente y contribución al respeto recíproco e intercambio cultural: son los efectos que pueden derivarse de una revalorización de las antiguas vías de peregrinación de Europa.

Así lo advierte el cardenal Camillo Ruini –vicario de Papa para la diócesis de Roma-, según se desprende de la intervención con la que dio inicio al XV Congreso Nacional Teológico-Pastoral de la Obra Romana de Peregrinaciones (ORP, http://www.orpnet.org/).

Celebrada en la Ciudad Eterna hasta el miércoles, la cita anual, centrada en los «Caminos de Europa», se inspiró en un texto de la «Vida Nueva» de Dante Alighieri.

En él se describen las tres metas principales de peregrinación del medioevo: Roma (para venerar la tumba de los Apóstoles Pedro y Pablo, y para visitar el centro de la cristiandad), Jerusalén (para arrodillarse ante el Santo Sepulcro y conocer los lugares que llevan impresa la memoria de Jesús) y Santiago de Compostela (para venerar la memoria del Apóstol Santiago).

«Si el concepto de Europa es sobre todo cultural e histórico» -como demuestra la facilidad con la que los peregrinos medievales atravesaban naciones y eran acogidos, pese a la dificultad de comunicación y a la diversidad de costumbres-, «entonces, a través del entramado de estos caminos podemos hallar algo fundamental en la identidad del hombre y de la mujer europeos», recalcó el cardenal Ruini en su discurso.

A la vez, el desafío de la búsqueda de una «identidad» europea y el «reforzamiento de las raíces cristianas» pueden «ayudar a Occidente a volver a enlazar la trama de ese nuevo y positivo encuentro con las demás culturas y religiones», algo «de lo que hoy el mundo tiene extrema necesidad –observó el purpurado-, pero que no se puede realizar sobre la base de un secularismo radical».

En su opinión, tal exigencia se advierte de manera decisiva en la educación y preparación cultural de las nuevas generaciones, cuyo fin es también alejar el peligro de «una homologación «a la baja» caracterizada por estilos de vida y por modas privadas de referencias históricas y culturales».

«La peregrinación en este contexto se vuelve a convertir hoy en una ocasión para conocer, tocar y experimentar la vida, la historia, la naturaleza y los valores de los pueblos europeos que, aún siendo muy distintos entre sí, tiene la característica común del signo del cristianismo», subrayó.

El aspecto espiritual
Administrador delegado de la ORP, monseñor Liberio Andreata recordó por su parte que los Caminos de Europa han sido la «columna vertebral» que ha plasmado la conciencia y la cultura europea.

«Son itinerarios físicos, senderos artístico-culturales, pero sobre todo caminos espirituales -explicó- a lo largo de los cuales existe una particular atención a la naturaleza y al ambiente, como sello de Dios, y una tensión de diálogo con las personas que se encuentran, como auténticos Santuarios de Dios».

De ahí que la ORP colabore desde siempre con las instituciones locales, nacionales e internacionales a fin de promover el aspecto espiritual de estos caminos, de manera que sean «vías en las que pueda florecer la cohesión cultural de los pueblos europeos y la belleza d la fe», apuntó.

De esa forma «el peregrino europeo se convierte él mismo en agente de paz y de cultura», que teje encuentros y que cuando regresa a su tierra «continuará en cualquier caso su camino, enriqueciendo a los demás con su patrimonio interior, más precioso por el camino que ha realizado», añadió.

Arte y peregrinación

El aspecto artístico es también peculiar en un contexto peregrino, como expresó en su intervención sobre el papel del arte en la fe monseñor Mauro Piacenza, presidente de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de la Iglesia.

Puso de manifiesto que los ciclos pictóricos sobre los santos o los temas iconográficos específicos, presentes en las iglesias que florecían a lo largo de las vías de peregrinación, no tenían «finalidad estética», sino que servían para «estimular a los monjes o a los fieles del lugar a ejercer sin reticencia la caridad hacia los peregrinos».

Con todo, la contribución principal ofrecida por los lugares de peregrinación al arte religioso del Occidente cristiano hay que buscarla en su «finalidad didáctica», en el aspecto bíblico narrativo, hagiográfico y didascálico.

A lo largo de su intervención, monseñor Piacenza hizo hincapié en los aspectos positivos ligados al turismo religioso y a la peregrinación, como el hecho de que se trate de una ocasión pastoral «para llegar a un número de personas más amplio que el que normalmente frecuenta las iglesias».

Igualmente se produce el «encuentro con las generaciones cristianas que nos han precedido, en un tipo de comunión que atraviesa el tiempo»; también se experimenta el estupor frente a la belleza de las creaciones del genio humano, «medio para evocar la existencia de Dios»; se redescubre el «territorio como lugar de encarnación de la fe»; y se tiene «ocasión de encuentro con tradiciones distintas de la propia», enumeró.

Pero para realizar todo esto, es necesario que las comunidades cristianas desarrollen «una acción humanizadora» y una «cultura de la acogida», pues no se puede considerar a los peregrinos como «consumidores de bienes que significan únicamente un valor comercial», considera.

Un vínculo inescindible

Cristianismo y Europa evidencian un vínculo inescindible, pues, como recalcó monseñor Rino Fisichella en el Congreso –obispo auxiliar de Roma y rector de la Pontificia Universidad Lateranense-, el Viejo Continente ha logrado elaborar «formas de auténtica civilización y progreso de los pueblos a nivel universal» bebiendo de los valores que le llegaban de la fe cristiana.

En este contexto, aludió al papel determinante que Occidente tuvo cuando comprendió la originalidad del concepto cristiano de persona, entendido como relación con el otro a partir de una base trinitaria y cristológica, de la que brota como consecuencia su dignidad y su valor universal.

Pero se detuvo en la crisis de identidad de Europa, empujada por una técnica que «ha asumido un papel de dueña no sólo de la naturaleza, sino también del hombre reduciéndole a objeto de su experimentación».

Son desafíos que también interpelan a la Iglesia, y frente a los cuales es necesario recuperar el «concepto de tradición, que para el cristiano equivale sobre todo a una viva transmisión de la fe que inspira y genera cultura», subraya.

En esta coyuntura los cristianos deberían recuperar «la memoria perenne del evento salvífico del que son responsables en el mundo y, en este momento, replantearse el papel de su participación en la misión evangelizadora de la Iglesia en Europa», reflexionó.

Y es que, como concluyó monseñor Fisichella, «toda acción creyente, en efecto, también la peregrinación, tiene un valor social, político y cultural, además de religioso; lleva consigo la peculiaridad de ser anuncio del Evangelio que salva».

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ZENIT Staff

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