ROMA, domingo, 4 febrero 2007 (ZENIT.org).- No suele ocurrir que la televisión basura influya en el mundo de la política, pero así ha ocurrido a mediados de enero con un programa británico, el famoso «Gran hermano».
Durante el curso del programa una de los participantes, la estrella de cine india Shilpa Shetty, fue insultada por otros miembros del programa, en particular por Jade Godoy, una estrella británica de realities de televisión.
En lugar de que el episodio quedara como un ejemplo más de televisión basura, los verdugos de Shetty fueron acusados de evidente racismo. La polémica que vino a continuación alcanzó tal nivel que el programa se convirtió en uno de los temas de una conferencia de prensa del ministro de economía británico, Gordon Brown, que estaba de visita en la India.
El programa del Canal 4 fue objeto de decenas de miles de quejas a la Oficina Británica de Comunicación, el organismo del gobierno que regula los medios, conocido también como Ofcom. La audiencia del programa también se disparó, y los comentaristas de los medios observaron que los organizadores puede que hayan dado lugar deliberadamente a las confrontaciones para aumentar la popularidad del mismo.
Como consecuencia de este asunto, los comentaristas reflexionaron sobre las implicaciones de lo que revelaba el programa sobre la cultura contemporánea. «Quedarse callado es un asalto al mismo concepto de valor», observaba Howard Jacobson en el periódico Independent el 20 de enero. Indicaba que la ignorancia demostraba por Jade Goody, que surgió como estrella pública en la anterior edición de «Gran hermano», fue celebrada y promovida por la televisión.
El Irish Independent del 22 de enero lamentaba el estado de «cientos de miles de mujeres jóvenes como Jade Goody», que «nunca aprendieron educación, maneras, decoro o expresión». Una cultura que considera el autodominio como «represión», la respetabilidad como «autoritarismo», y la grosería como «honestidad», ha llevado a niveles de vulgaridad sin precedentes, indicaba el periódico.
El editor de la oficina de la BBC en el sur de Asia, Paul Danahar, reflexionaba sobre cómo se comparan Gran Bretaña y la India, cuando esta última se prepara para conmemorar el 60 aniversario de su independencia. Escribiendo el 22 de enero, observaba que «el indio medio que habla inglés (la mayoría gracias a educación privada) está bastante mejor educado que el inglés medio».
Observando que esta categoría de indios sume quizás más de 100 millones, concluía que los británicos que están preocupados por el futuro deberían alarmarse por personas como Shilpa Shetty, representante de un grupo de gente preparada y bien educada que presentarán una dura competencia en el mercado de trabajo a los hijos e hijas nativos de Gran Bretaña.
Cultura basura
No es nueva la preocupación por la televisión y sus contenidos, como evidenciaba una carta firmada por 110 profesores, psicólogos, escritores para niños y otros expertos y publicada el 12 de septiembre en el periódico británico Telegraph.
Los expertos expresaban su preocupación por algunos temas que afectan a los niños, incluyendo el sistema educativo y la comida basura, pero también comentaban que con demasiada frecuencia los niños se ven «expuestos vía medios de comunicación a material que habría sido considerado inadecuado para niños incluso en el pasado más reciente».
«Estamos profundamente preocupados por la creciente incidencia de la depresión infantil y de problemas en el comportamiento y desarrollo de los niños», indicaba la carta.
Los expertos también sugerían que la misma televisión podría ser dañina. La carta indicaba que para desarrollar de forma apropiada el cerebro de los niños necesitan jugar de verdad, en lugar de un «entretenimiento sedentario ante la pantalla», junto con una «experiencia de primera mano del mundo en que viven e interacción regular con los adultos que significan algo en sus vidas».
Y el uso extendido de internet por niños y adolescentes también significa que puede verse expuestos de forma más fácil al tipo de intolerancia racial y cultural tipificada en el programa «Gran hermano».
Brendesha Tynes, escribiendo en el «Handbook of Children, Culture and Violence» del 2006, editado por Nancy Dowd, Dorothy Singer y Robin Wilson, advertía que se está formando una «cultura virtual» de racismo.
En su artículo titulado «Children, Adolescents, and the Culture of Online Hate», explicaba que los grupos de odio y racistas apuntan deliberadamente a la juventud, con presencia en los chat y foros de discusión que frecuentan. Los grupos racistas construyen páginas webs con nombres ambiguos, y organizan su material de forma que aparezca creíble a los jóvenes estudiantes que buscan información.
A su vez, añade Tynes, estimulados por la interacción y el anonimato del ciberespacio, los niños y adolescentes pueden también dar rienda suelta a su propia intolerancia, sin miedo a repercusiones. Los programas de filtrado pueden eliminar algunos de los materiales más extremos, pero sólo son parcialmente eficaces.
Cultura y ética
La Iglesia siempre ha advertido sobre los medios. El decreto «Inter Mirifica», del Concilio Vaticano II indica: «los destinatarios, sobre todo los más jóvenes, procuren acostumbrarse a la disciplina y a la moderación en el uso de estos medios».
En la época en que apareció el decreto en 1963, nadie podía imaginar lo que traerían internet y programas como «Gran hermano», pero los principios planteados siguen siendo válidos hoy.
El decreto explicaba que a la hora de defender el derecho a la información y a la comunicación puede surgir un conflicto entre arte y moralidad. El documento, no obstante, «declara que debe ser respetada por todos la primacía absoluta del orden moral objetivo» (No. 6).
El decreto continúa explicando que dado el poder de los medios de comunicación social en la descripción o representación del mal moral puede tener incluso resultados positivos para conocer más profundamente al hombre. «sin embargo, para que no produzcan más daño que utilidad a las almas, habrán de someterse completamente a las leyes morales» (No. 7).
El documento explica que dado el poder de la opinión pública, «es necesario que todos los miembros de la sociedad cumplan sus deberes de caridad y justicia también en este campo».
Los usuarios de los medios deberían escoger los materiales por su bondad, conocimiento o mérito artístico, evitando aquellos que puedan causar daño espiritual, dar mal ejemplo o promover el mal, continuaba el decreto. Y además de sugerir que los medios se usen con restricción, el decreto recomendaba que los jóvenes «pongan, además, empeño en comprender a fondo lo oído, visto o leído» (No. 10). Los padres, a su vez, tienen la grave tarea de proteger a sus hijos de material dañino.
Casi cuatro décadas después, en el 2000, el Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales publicaba su documento «Ética en las Comunicaciones Sociales». En él observaba: «la gente elige usar los medios de comunicación con fines buenos o malos, de un modo bueno o malo».
Saber elegir
La Iglesia considera los medios de comunicación social tanto como productos del genio humano como dones de Dios. Por ello, no se trata de una fuerza ciega, sino de algo que podemos elegir usar, ya sea para el bien o para el mal. Quienes toman las decisiones – funcionarios públicos, legisladores, ejecutivos y consumidores – deberían servir a la dignidad humana, exhortaba el documento «Ética en las Comunicaciones Sociales».
Al tratar la cuestión de la cultura popular el documento indicaba que la crítica condena la superficialidad y el mal gusto de los medios. «No sirve de excusa afirmar que los medios d
e comunicación social reflejan las costumbres populares, dado que también ejercen una poderosa influencia sobre esas costumbres, y, por ello, tienen el grave deber de elevarlas y no degradarlas», concluía (No. 16).
Con respecto a qué elegir en los medios, el pontificio consejo recomendaba aplicar algunos principios éticos. El principio ético fundamental a tener en mente es la persona humana y la comunidad humana. Las comunicaciones deberían contribuir al desarrollo integral de las personas.
Otro importante principio es el bien común. Los medios no deberían contraponer unos grupos con otros, provocando conflictos de clases, razas, naciones o religión. Y aunque la libertad de expresión es importante hay otros elementos a tener en cuenta, como la verdad, la honradez y el respeto a la vida privada.
Tanto productores como consumidores de los medios tienen deberes éticos a la hora de elegir, observaba el consejo social. Un deber que suele olvidarse.
Por el padre John Flynn