Homilía del papa Francisco en la fiesta de la Epifanía
Texto completo. El Santo Padre señala que los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco ha celebrado este miércoles, a las 10 horas, la Santa Misa en la basílica de San Pedro.
En su homilía, el Pontífice ha dicho que la misión de la Iglesia es la de anunciar el Evangelio e iluminar la vida de todas las personas. En esta línea, ha explicado que dar a conocer la Buena Nueva de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión.
Además, el Santo Padre ha invitado a los presentes a seguir la luz que conduce a Jesús y ha asegurado que los Reyes Magos son una prueba de que las semillas de verdad están presentes en todas partes.
A continuación, les ofrecemos las palabras que el papa Francisco ha pronunciado después de la proclamación del Evangelio y el anuncio del día de Pascua, que este año se celebrará el 27 de marzo:
Las palabras que el profeta Isaías dirige a la ciudad santa de Jerusalén nos invitan a salir; a salir de nuestras clausuras, a salir de nosotros mismos, y a reconocer el esplendor de la luz que ilumina nuestras vidas: «¡Levántate y resplandece, porque llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti!» (60,1). «Tu luz» es la gloria del Señor. La Iglesia no puede pretender brillar con luz propia. No puede. San Ambrosio nos lo recuerda con una hermosa expresión, aplicando a la Iglesia la imagen de la luna, y dice así: «La Iglesia es verdaderamente como la luna: […] no brilla con luz propia, sino con la luz de Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego: “Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí”» (Hexameron, IV, 8, 32). Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos. Por eso, los santos Padres veían a la Iglesia como el «mysterium lunae».
Necesitamos de esta luz que viene de lo alto para responder con coherencia a la vocación que hemos recibido. Anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión. Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza, es decir: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No hay otro camino. La misión es su vocación. Que resplandezca la luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero –en este sentido–, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre.
Los Magos, que aparecen en el Evangelio de Mateo, son una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel. Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno. Este es el servico de la Iglesia con la luz que refleja: poner de manifiesto el deseo de Dios que que anida en cada uno. Como los Magos, también hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. Es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén.
¡Cuántas estrellas hay en el cielo! Y, sin embargo, los Magos han seguido una distinta, nueva, mucho más brillante para ellos. Durante mucho tiempo, habían escrutado el gran libro del cielo buscando una respuesta a sus preguntas –tenían el corazón inquieto– y, al final, la luz apareció. Aquella estrella los cambió. Les hizo olvidar los intereses cotidianos, y se pusieron de prisa en camino. Prestaron atención a la voz que dentro de ellos los empujaba a seguir aquella luz –es la voz del Espíritu Santo que trabaja en todas las personas–; y ella los guió hasta que en una pobre casa de Belén encontraron al Rey de los Judíos.
Todo esto encierra una enseñanza para nosotros. Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo» (Mt 2,2). Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad. Estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da. Pequeñita. El himno del breviario nos dice poéticamente que los Magos «lumen requirunt lumine», aquella pequeña luz. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad. Y, una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor. Reconozcamos que la verdadera sabiduría se esconde en el rostro de este Niño. Y es aquí, en la sencillez de Belén, donde encuentra su síntesis la vida de la Iglesia. Aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz.
Francisco: «Sigamos la luz que Dios nos da»
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el Santo Padre explicó este miércoles la misión de la Iglesia y el significado de los Reyes Magos
El papa Francisco presidió este miércoles –a las 10 horas locales– la Santa Misa con motivo de la solemnidad de la Epifanía del Señor en la Basílica de San Pedro ante una enorme presencia de fieles. Al celebrar una de las fiestas litúrgicas más antiguas, que recuerda el relato evangélico de los tres Reyes Magos que siguieron una estrella para visitar al Niño Jesús en Belén, el Pontífice afirmó que “la Iglesia no puede pretender brillar con luz propia”, sino que debe brillar “con la luz de Cristo”.
“Cristo es la luz verdadera que brilla; y, en la medida en que la Iglesia está unida a él, en la medida en que se deja iluminar por él, ilumina también la vida de las personas y de los pueblos”, explicó el Santo Padre en su homilía. Asimismo, señaló que todos necesitan de esta luz puesto que “anunciar el Evangelio de Cristo no es una opción más entre otras posibles, ni tampoco una profesión”.
“Para la Iglesia, ser misionera no significa hacer proselitismo; para la Iglesia, ser misionera equivale a manifestar su propia naturaleza, es decir: dejarse iluminar por Dios y reflejar su luz. Este es su servicio. No hay otro camino. La misión es su vocación. Que resplandezca la luz de Cristo es su servicio. Muchas personas esperan de nosotros este compromiso misionero –en este sentido–, porque necesitan a Cristo, necesitan conocer el rostro del Padre”, enfatizó.
El Papa también habló de los Reyes Magos e indicó que son “una prueba viva de que las semillas de verdad están presentes en todas partes, porque son un don del Creador que llama a todos para que lo reconozcan como Padre bueno y fiel”.
“Los Magos representan a los hombres de cualquier parte del mundo que son acogidos en la casa de Dios. Delante de Jesús ya no hay distinción de raza, lengua y cultura: en ese Niño, toda la humanidad encuentra su unidad. Y la Iglesia tiene la tarea de que se reconozca y venga a la luz con más claridad el deseo de Dios que anida en cada uno”, añadió Francisco, que al comienzo de la celebración eucarística había besado una imagen de Cristo recién nacido.
El
Pontífice aseguró que, al igual que sucedió con los Magos, “hoy muchas personas viven con el «corazón inquieto», haciéndose preguntas que no encuentran respuestas seguras. Es la inquietud del Espíritu Santo que se mueve en los corazones. También ellos están en busca de la estrella que muestre el camino hacia Belén”.
“Hoy será bueno que nos repitamos la pregunta de los Magos: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo». Nos sentimos urgidos, sobre todo en un momento como el actual, a escrutar los signos que Dios nos ofrece, sabiendo que debemos esforzarnos para descifrarlos y comprender así su voluntad”, dijo.
Por último, el Santo Padre recordó que “estamos llamados a ir a Belén para encontrar al Niño y a su Madre. Sigamos la luz que Dios nos da. Pequeñita. El himno del breviario nos dice poéticamente que los Magos «lumen requirunt lumine», aquella pequeña luz. La luz que proviene del rostro de Cristo, lleno de misericordia y fidelidad”.
“Una vez que estemos ante él, adorémoslo con todo el corazón, y ofrezcámosle nuestros dones: nuestra libertad, nuestra inteligencia, nuestro amor” porque “aquí está la fuente de esa luz que atrae a sí a todas las personas y guía a los pueblos por el camino de la paz”, concluyó el papa Francisco.
La ceremonia religiosa finalizó con el canto en latín del conocido villancico “Adeste fideles”. Durante la comunión, ya se había entonado el popular “Noche de Paz”.
El Papa en el ángelus: 'Los Magos nos enseñan a no conformarnos con la mediocridad'
Texto completo. El Santo Padre pidió este miércoles que aprendamos a tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios
En la solemnidad de la Epifanía del Señor, el papa Francisco rezó este miércoles la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el Evangelio de hoy, el relato de los Magos, llegados desde Oriente a Belén para adorar al Mesías, confiere a la fiesta de la Epifanía un aire de universalidad. Y éste es el aliento de la Iglesia, que desea que todos los pueblos de la tierra puedan encontrar a Jesús, y experimentar su amor misericordioso. Es este el deseo de la Iglesia: encontrar la misericordia de Jesús, su amor.
Cristo acaba de nacer, aún no sabe hablar y todas las gentes –representadas por los Magos– ya pueden encontrarlo, reconocerlo, adorarlo. Dicen los Magos: “Vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo”. Y Herodes oyó esto apenas los Magos llegaron a Jerusalén. Estos Magos eran hombres prestigiosos, de regiones lejanas y culturas diversas, y se habían encaminado hacia la tierra de Israel para adorar al rey que había nacido. Desde siempre la Iglesia ha visto en ellos la imagen de la entera humanidad, y con la celebración de hoy, de la fiesta de la Epifanía, casi quiere guiar respetuosamente a todo hombre y a toda mujer de este mundo hacia el Niño que ha nacido para la salvación de todos.
En la noche de Navidad Jesús se ha manifestado a los pastores, hombres humildes y despreciados, algunos bandidos, dicen; fueron ellos los primeros que llevaron un poco de calor en aquella fría gruta de Belén. Ahora llegan los Magos de tierras lejanas, también ellos atraídos misteriosamente por aquel Niño. Los pastores y los Magos son muy diferentes entre sí; pero una cosa los une: el cielo. Los pastores de Belén se precipitaron inmediatamente a ver a Jesús, no porque fueran especialmente buenos, sino porque velaban de noche y, levantando los ojos al cielo, vieron un signo, escucharon su mensaje y lo siguieron. De la misma manera los Magos: escrutaban los cielos, vieron una nueva estrella, interpretaron el signo y se pusieron en camino, desde lejos. Los pastores y los Magos nos enseñan que para encontrar a Jesús es necesario saber levantar la mirada hacia el cielo, no estar replegados sobre sí mismos, en el propio egoísmo, sino tener el corazón y la mente abiertos al horizonte de Dios, que siempre nos sorprende, saber acoger sus mensajes y responder con prontitud y generosidad.
Los Magos, dice el Evangelio, al ver “la estrella se llenaron de alegría”. También para nosotros hay una gran consolación al ver la estrella, o sea en el sentirnos guiados y no abandonados a nuestro destino. Y la estrella es el Evangelio, la Palabra del Señor, como dice el Salmo: “Tu palabra es una lámpara para mis pasos, y una luz en mi camino”. Esta luz nos guía hacia Cristo. En efecto, los Magos, siguiendo la estrella llegaron al lugar donde se encontraba Jesús. Y allí “encontraron al niño con María, su madre, y postrándose, le rindieron homenaje”. La experiencia de los Magos nos exhorta a no conformarnos con la mediocridad, a no “ir tirando”, sino a buscar el sentido de las cosas, a escrutar con pasión el gran misterio de la vida. Y nos enseña a no escandalizarnos de la pequeñez y de la pobreza, sino a reconocer la majestad en la humildad, y saber arrodillarnos frente a ella.
Que la Virgen María, que acogió a los Magos en Belén, nos ayude a levantar la mirada de nosotros mismos, a dejarnos guiar por la estrella del Evangelio para encontrar a Jesús, y a saber abajarnos para adorarlo. Así podremos llevar a los demás un rayo de su luz, y compartir con ellos la alegría del camino.
Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae…
Al concluir la plegaria, Francisco recordó a los fieles de Oriente que celebran este jueves el Nacimiento del Señor:
Queridos hermanos y hermanas,
Hoy expresamos nuestra cercanía espiritual a los hermanos y a las hermanas del Oriente cristiano, católicos y ortodoxos, muchos de los cuales celebran mañana el Nacimiento del Señor. A ellos llegue nuestro deseo de paz y de bien. ¡También un gran aplauso como saludo!
Además, se refirió a la Jornada Mundial de la Infancia Misionera:
Recordemos también que la Epifanía es la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. Es la fiesta de los niños que, con sus oraciones y sus sacrificios, ayudan a sus coetáneos más necesitados haciéndose misioneros y testigos de fraternidad y de solidaridad.
A continuación, llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Papa:
Dirijo mi cordial saludo a todos vosotros, peregrinos, familias, grupos parroquiales y asociaciones, procedentes de Italia y de diferentes países. En particular saludo a los fieles de Acerra, Modena y Terlizzi; la Escuela de arte sacra de Florencia; los jóvenes del Campamento internacional del Lions Club.
Un saludo especial a cuantos dan vida al desfile histórico folclórico, dedicado este año al territorio de Valle dell’Amaseno. También deseo recordar el cortejo de los Magos que se desarrolla en numerosas ciudades de Polonia con una considerable participación de familias y asociaciones; como también el pesebre viviente realizado en el Campidoglio por la UNITALSI y los Frailes Menores involucrando a personas con discapacidad.
El Obispo de Roma terminó su intervención diciendo:
A todos os deseo una feliz fiesta. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!
(Texto traducido y transcrito del audio por ZENIT)
Abren en Roma la Puerta Santa dedicada a la intercesión de María
El cardenal vicario Agostino Vallini ha presidido este miércoles la ceremonia de apertura en el santuario de Nuestra Señora del Divino Amor
El cardenal vicario Agostino Vallini ha presidido este miércoles la apertura de la Puerta Santa del santuario del Divino Amor en Castel di Leva, a las afueras de Roma. El rito de apertura ha tenido lugar junto al arco de la Torre del Primer Milagro, donde se levanta la antigua imagen de la Virgen entronizada con el Niño Jesús en sus brazos, ambos coronados por el símbolo de la paloma del Espíritu Santo.
Al explicar su gesto, el purpurado italiano ha señalado que se trata de la apertura de “una Puerta Santa dedicada particularmente a la intercesión de María” en el Jubileo de la Misericordia.
Después de la liturgia de apertura, el cardenal Vallini ha cruzado el umbral de la Puerta Santa con el Evangeliario. Seguido por el diácono, los concelebrantes, los Oblatos Hijos e Hijas de Nuestra Señora del Divino Amor y los fieles, el vicario general de Su Santidad para la diócesis de Roma ha encabezado la procesión hacia el Nuevo Santuario, donde ha oficiado la celebración eucarística con motivo de la solemnidad de la Epifanía del Señor.
El servicio litúrgico y el acompañamiento musical han corrido a cargo de los seminaristas del Seminario de Nuestra Señora del Divino Amor y el Coro Mater Divini Amoris, respectivamente.
Beata Lindalva Justo de Oliveira – 7 de enero
«La existencia de esta religiosa es una parábola de la caridad frente a la violencia. El epígrafe de su vida martirial lo provocó un individuo sin escrúpulos que no logrando consumar sus abyectos deseos, la asesinó brutalmente»
Nació el 20 de octubre de 1953 en Sitio Malhada da Areia, una zona deprimida perteneciente a Río Grande del Norte, Brasil. Era fruto del segundo matrimonio de João Justo da Fé, y de María Lúcia de Oliveira. Fue la sexta de trece hermanos. Las deficiencias económicas fueron paliadas por la fe de su familia que no escatimó esfuerzos para que la numerosa prole recibiese una educación adecuada. Y, de hecho, todos tuvieron la fortuna de ser formados en los principios cristianos. Sencilla y humilde, Lindalva recogió fecundamente las semillas que sus padres sembraron en su corazón, y creció con una singular predilección hacia la infancia desfavorecida, acercándose a los niños de su entorno, feliz de prestarles ayuda.
Al fallecer su padre determinó dedicar su vida a los pobres. Antes había cursado estudios para trabajar como administrativa y fue cajera en una gasolinera. Pero la pérdida de su padre en 1982 la llevó a matricularse en un curso de enfermería con el objetivo de dedicarse a los que nada poseen. En el asilo de ancianos era bien conocida por visitarlos asiduamente. Entre tanto, no había descuidado amigos, cultura y aficiones, como tocar la guitarra. Tuvo la oportunidad de conocer a las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl en el transcurso de una actividad apostólica en 1986. Y dos años más tarde solicitó ingresar en el convento. Luego escribiría: «Cuando Dios llama no vale esconderse; más pronto o más tarde la voluntad de Él prevalecerá».
En el noviciado se advertían sus virtudes, entre las que se subrayan su disponibilidad y sinceridad. La vida le había asestado duros mazazos templando su espíritu encaminado en todo momento a realizar el mayor bien. Como la caridad siempre es próxima, los primeros que se beneficiaron de la que ella prodigaba fueron sus hermanos. En particular, uno, que era alcohólico, suscitó en ella conmovedores sentimientos que expresó en una carta: «Piensa sobre esto y interiorízalo en ti. Yo oro muchísimo por ti y continuaré orando, y si es necesario haré penitencia para que seas capaz de revindicarte como persona. Sigue a Jesús, quien luchó hasta la muerte por los pecadores, dando hasta su propia vida, no como Dios sino como hombre, para el perdón de pecados. Debemos buscar refugio en Él; solo en Él la vida merece la pena». Estas palabras fueron determinantes para su hermano que un año más tarde logró abandonar este vicio.
En 1991 comenzó a ocuparse de pacientes terminales, todos varones, en un asilo de ancianos de Salvador da Bahía, Abrigo Dom Pedro II. Volcada en los demás y lejos de sí, eligió para su cuidado a los que consideró que precisaban más atenciones humanas y espirituales. Oraba y cantaba junto a ellos, de modo que, estimulados por su ejemplo y palabra, muchos comenzaron a frecuentar los sacramentos. Había aprendido en su casa el valor del esfuerzo en su cariz evangélico, así obtuvo el carnet de conducir pensando que con él podría llevarlos a pasear. Fue otro de los signos visibles de su entrega a los enfermos. No en vano había manifestado claramente cuáles eran sus objetivos en la vida: «Quiero tener una felicidad celestial, desbordar de alegría, ayudar al prójimo y hacer incansablemente el bien». Tenía la convicción de que para ello había venido al mundo: «Nací para entregarme a Dios en la persona de los pobres y no deseo más nada, Señor, que vivir esa entrega con dedicación total y un grande amor».
Todo seguía su curso dentro de una normalidad hasta que en enero de 1993 se incorporó al centro un hombre de 46 años, Augusto da Silva Peixoto; su ingreso era fruto de una recomendación, ya que de otro modo no le hubiera correspondido recibir atención en él. El asunto no hubiera tenido nada de particular si no fuera por la enfermiza fijación que tomó hacia Lindalva. Ella, consciente de lo delicado del momento, y aunque se ocupó de él con la delicadeza acostumbrada que dispensaba a todos los internos, ejercitó la prudencia al máximo. Pero en lugar de abandonar el centro cuando este hombre expuso sus pecaminosas intenciones, llevada de su amor por los ancianos, dijo: «prefiero verter mi sangre que dejar este lugar». De nada le sirvió rechazar las demandas ilícitas de Augusto, que se había enajenado con ella, haciéndole comprender que era una persona consagrada. Su mente tormentosa no aceptaba una negativa por respuesta. Incapaz de frenarlo, la beata tuvo que recurrir incluso a la asistencia de un oficial de seguridad. Este hecho despertó la furia del acosador, y el 9 de abril de 1993, después del Vía Crucis de Viernes Santo, mientras distribuía el desayuno, Augusto primeramente la atacó por la espalda para culminar su sed de venganza asestándole en total 44 puñaladas. Lleno de obcecación, y sin atisbos de arrepentimiento, manifestó: «¡debí de haber hecho esto antes!». Lindalva tenía 39 años.
El cardenal Lucas Moreira Neves, O.P., primado de Brasil, en su entierro dijo: «Unos pocos años fueron suficientes para que Sor Lindalva coronara su vida religiosa con el martirio». Fue beatificada el 2 de diciembre de 2007 en Salvador de Bahía por el cardenal Saraiva como delegado de Benedicto XVI.