El Papa en Ecatepec, México

Francisco y nuestros pueblos

El Papa abordó todos los temas aunque no usó los términos que alguien quisiera

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VER
No faltan quienes descalifican la visita del Papa Francisco a nuestro país porque no habló explícitamente de los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, ni recibió en audiencia privada a sus familias; que nada dijo de la pederastia clerical, de las víctimas de Maciel, de la corrupción del actual sistema. Y por esto, que catalogan como silencios y ausencias, infravaloran todo lo demás. Se habrían de poner en actitud humilde de quien escucha, con la disposición de aprender y de convertirse, y no de críticos criticones, engreídos y presuntuosos de saber mucho de Iglesia, de sentirse capaces de dar consejos y de condenar a quien no coincide son sus puntos de vista. Necesitamos críticos honestos y abiertos de mente y de corazón, no casados con posturas de mirada uniforme, corta y simplista. De esos temas habló, aunque no usó los términos que alguien quisiera; a la clase política les dijo lo necesario, aunque no todos están dispuestos a cambiar.
Perdón por mi insistencia en cuestiones indígenas, pero es lo que viví en Chiapas y me importa mucho resaltar algunos puntos que nos compartió, para que no se dejen de tomar en cuenta. No son secundarios.
PENSAR
El Papa empezó hablando de lo que significó a Ley de Moisés para el pueblo de Israel, “un pueblo que había experimentado la esclavitud y el despotismo del Faraón, que había experimentado el sufrimiento y el maltrato hasta que Dios dice: ¡Basta! Hasta que Dios dice: ¡No más! He visto la aflicción, he oído el clamor, he conocido su angustia (cf. Ex 3,9). Y ahí se manifiesta el rostro de nuestro Dios, el rostro del Padre que sufre ante el dolor, el maltrato, la inequidad en la vida de sus hijos; y su Palabra, su ley, se volvía símbolo de libertad, símbolo de alegría, de sabiduría y de luz. El alba sobrevino para los pueblos que una y otra vez han caminado en las distintas tinieblas de la historia”.
El Papa menciona la esclavitud y el despotismo, el sufrimiento y el maltrato, la inequidad y las tinieblas de la historia… ¿No es esto lo que han sufrido nuestros pueblos? ¿No se ha dicho aquí también: ¡Ya basta! ¿No ha habido esclavitud y despotismo por parte de los faraones de nuestra historia?
Insiste. Lo vivido por Israel refleja lo vivido por los indígenas, con un anhelo semejante al de los israelitas: “Un anhelo de vivir en libertad, un anhelo que tiene sabor a tierra prometida, donde la opresión, el maltrato y la degradación no sean moneda corriente. En el corazón del hombre y en la memoria de muchos de nuestros pueblos está inscrito el anhelo de una tierra, de un tiempo donde la desvalorización sea superada por la fraternidad, la injusticia sea vencida por la solidaridad y la violencia sea callada por la paz”.
Es decir, ¡no más opresión, maltrato y degradación; no más desvalorización de sus personas y de sus culturas, sino fraternidad; no más injusticia, sino solidaridad; no más violencia de armas, sino paz! ¿Se podría decir más?
Y algo muy concreto: la defensa de la hermana y madre tierra, que algunos antes calificaban de oportunismo ideológico y ecológico, siendo que es un reclamo bíblico de cuidar la creación. Nos dijo:
“La creación también sabe levantar su voz; esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que gime y sufre dolores de parto. El desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos impactan a todos y nos interpelan. Ya no podemos hacernos los sordos frente a una de las mayores crisis ambientales de la historia. En esto ustedes tienen mucho que enseñarnos, que enseñar a la humanidad”
ACTUAR
Seamos discípulos humildes de Jesús con nuestro Papa Francisco, y no nos distraigan voces que sólo explotan la desconfianza.

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Felipe Arizmendi Esquivel

Nació en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.

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