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Con ocasión de la Cuaresma y Semana Santa, los sacerdotes de las ocho parroquias de nuestra ciudad episcopal, ayudándose unos a otros, se organizaron para ofrecer a los fieles la oportunidad de confesarse. El último día, miércoles santo, los dos obispos y doce sacerdotes empezamos a confesar a las 5 de la tarde, y terminamos a las nueve y media de la noche. Eran filas interminables de personas que esperaban horas, con tal de recibir la absolución. ¡Cuántas resurrecciones, cuántas liberaciones, cuántas lágrimas de gratitud! Aunque es muy cansado estar por tanto tiempo sentado y escuchando a cada persona, ¡cuánto poder nos ha dado el Señor! En verdad, ¡resucitamos muertos, liberamos encadenados, reparamos vidas destruidas, levantamos caídos, reanimamos desesperados, reconstruimos hogares, confortamos corazones! ¡Qué importante y necesario es este servicio! Cuando se acepte mi renuncia episcopal, regresaré a mi diócesis de origen y me dedicaré sólo a ello.
Estando en Ocosingo para celebrar el Triduo Pascual, el sábado santo pasaron seis migrantes de Honduras, con siete niños de 3 a 9 años, solicitando un apoyo económico para seguir su intento de llegar al Norte. Después de escucharles y sugerirles no exponer a sus pequeños a tantos peligros por el camino, nos dijeron que vienen huyendo de la violencia y la inseguridad en su país. Con una pequeña ayuda que les dimos y con la posibilidad de que pasen a los albergues que para ellos hemos implementado, se mostraron muy agradecidos, puesta su confianza en que Dios no los dejará. La misericordia les permite vivir con esperanza, huyendo de la muerte.
PENSAR
Sobre el sacramento de la Misericordia, la Confesión, ha dicho el Papa: “Los errores que cometemos, aunque sean grandes, no rompen la fidelidad del amor de Dios. En el sacramento de la Reconciliación, podemos siempre comenzar de nuevo: El nos acoge, nos restituye la dignidad de hijos suyos y nos dice: ¡Ve hacia adelante! ¡Quédate en paz! ¡Levántate, ve hacia adelante! (6-III-2016).
“Esta misericordia divina puede llegar gratuitamente a todos los que la invocan. En efecto, la posibilidad del perdón está verdaderamente abierta a todos; es más, está abierta de par en par, como la más grande de las puertas santas, porque coincide con el corazón mismo del Padre, que ama y espera a todos sus hijos, de modo particular a los que más se han equivocado y están lejos. La misericordia del Padre puede llegar a cada persona de muchas formas: a través de la apertura de una conciencia sincera; por medio de la lectura de la Palabra de Dios que convierte el corazón; mediante un encuentro con una hermana o un hermano misericordiosos; en las experiencias de la vida que nos hablan de heridas, de pecado, de perdón y de misericordia.
Está también la vía cierta de la misericordia, recorriendo la cual se pasa de la posibilidad a la realidad, de la esperanza a la certeza. Esta vía es Jesús, quien tiene el poder sobre la tierra de perdonar los pecados (Lc 5,24), y transmitió esta misión a la Iglesia (cf Jn 20,21-23). El sacramento de la Reconciliación es, por lo tanto, el lugar privilegiado para experimentar la misericordia de Dios y celebrar la fiesta del encuentro con el Padre…
Cada fiel arrepentido, después de la absolución del sacerdote, tiene la certeza, por la fe, de que sus pecados ya no existen. ¡Ya no existen! Dios es omnipotente. A mí me gusta pensar que tiene una debilidad: una mala memoria… Una vez que El te perdona, se olvida. ¡Y esto es grande! Los pecados ya no existen, fueron cancelados por la divina misericordia. Cada absolución es, en cierto modo, un jubileo del corazón, que alegra no sólo al fiel y a la Iglesia, sino sobre todo a Dios mismo… Es importante, por lo tanto, que el fiel, después de recibir el perdón, ya no se sienta oprimido por las culpas, sino que guste la obra de Dios que lo ha liberado, viviendo en acción de gracias, dispuesto a reparar el mal cometido y yendo al encuentro de los hermanos con corazón bueno y disponible” (4-III-2016).
ACTUAR
Si tus pecados te agobian, acércate al sacramento de la Reconciliación y serás libre; ¡resucitarás!