Audiencia del Papa a los miembros del Colegio Etíope de Roma

El pasado sábado en el Vaticano

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CIUDAD DEL VATICANO, lunes 31 de enero de 2011, (ZENIT.org).- A continuación ofrecemos el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió a la Comunidad del Colegio Pontificio Etíope en el Vaticano, a quienes recibió el pasado sábado 29 de enero en audiencia.

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¡Queridos hermanos y hermanas!

Estoy muy contento de acogeros en esta feliz ocasión del 150º aniversario del nacimiento al cielo de san Justino De Jacobis. Os saludo cordialmente a cada uno de vosotros, queridos sacerdotes y seminaristas del Colegio Pontificio Etíope, que la Divina Providencia situó cerca del sepulcro del Apóstol Pedro, signo del antiguo y profundo vínculo de comunión que une a la Iglesia de Etiopía y de Eritrea con la Sede Apostólica. Saludo de un modo especial al rector, padre Teclezghi Bahta, al que agradezco las corteses palabras con las que ha iniciado nuestro encuentro, recordando las diversas e importantes circunstancias que lo han motivado. Os acojo hoy con especial afecto, y junto a vosotros, quiero recordar también a sus comunidades de origen.

Quisiera ahora detenerme en la luminosa figura de San Justino De Jacobis, del cual habéis celebrado tan importante aniversario el pasado 31 de julio. Digno hijo de San Vicente de Paoli, san Justino vivió de un modo ejemplar su “hacerse todo para todos”, especialmente en el servicio del pueblo abisinio. Enviado a los treinta y ocho años, por el entonces Prefecto del Propaganda Fide, cardenal Franzoni, como misionero a Etiopía, en Tigrai, trabajó primero en Adoua y después en Gouala, donde enseguida pensó en formar a sacerdotes etíopes, creando un seminario llamado “Colegio de la Inmaculada”. Con celo por su ministerio trabajó incansablemente para que aquella parte del Pueblo de Dios reencontrase el fervor original de la fe, sembrada primero por el evangelizador san Frumencio (cfrPL 21, 473-80). Justino intuyó con discernimiento que prestar más atención al contexto cultural sería una manera privilegiada a través de la que la gracia de Dios formaría nuevas generaciones de cristianos.

Aprendió la lengua local y favoreció la tradición plurisecular litúrgica del rito propio de aquellas comunidades, y de esta manera trabajó también en un eficaz proyecto ecuménico. Durante más de veinte años, su generoso ministerio, primero sacerdotal y luego episcopal, benefició a todos los miembros del pueblo a él confiado.

Por su pasión educativa, especialmente en la formación de sacerdotes, se le considera justamente el patrón de vuestro Colegio; de hecho, todavía hoy, esta benemérita Institución acoge a presbíteros y aspirantes al sacerdocio, sosteniéndoles en su proyecto de preparación teológica, espiritual y pastoral. Volviendo a vuestras comunidades de origen, o acompañando a vuestros compatriotas en el extranjero, debéis suscitar en cada persona el amor a Dios y a la Iglesia, siguiendo el ejemplo de san Justino De Jacobis. El coronó su fecunda contribución a la vida religiosa y civil del pueblo abisinio con el don de su vida, silenciosamente entregada a Dios, tras muchos sufrimientos y persecuciones. Fue beatificado por el Venerable Pío XII el 25 de junio de 1939 y canonizado por el Siervo de Dios Pablo VI, el 26 de octubre de 1975.

También a vosotros, queridos sacerdotes y seminaristas, ¡el camino de la santidad está marcado! Cristo continúa presente en el mundo y se revela a todos los que, como san Justino De Jacobis, se dejan llevar por su Espíritu. Nos lo recuerda el Concilio Vaticano II que, por otro lado, afirma: “En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Co 3,18), Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos El mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino” (Cost. dog. Lumen gentium, 50).

Cristo, el eterno Sacerdote de la Nueva Alianza, que con la especial vocación al ministerio sacerdotal ha “conquistado” nuestra vida, no suprime las cualidades características de la persona; sino que la eleva, la ennoblece y haciéndola suya, la llama a servir a su misterio y a su obra. Dios también tiene necesidad de cada uno de nosotros para “demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús” (Ef 2,7)

No obstante el carácter propio de la vocación de cada uno, no estamos separados entre nosotros; estamos en cambio unidos, en comunión en un único organismo espiritual. Estamos llamados a formar el total de Cristo, una unidad recapitulada en el Señor, vivificada por su Espíritu para convertirnos en su “pléroma” y enriquecer así el cántico de alabanza que Él dirige al Padre.Cristo es inseparable de la Iglesia, que es su cuerpo. Es en la Iglesia donde Cristo une más a sí mismo a los bautizados y, nutriéndolos con la Santa Comunión, los hace partícipes de su vida gloriosa (cfr Lumen gentium, 48). La santidad está por tanto en el mismo corazón del misterio eclesial y es la vocación a la que todos estamos llamados. Los santos no son adornos que decoran la Iglesia externamente, son como las flores de un árbol que revelan la inagotable vitalidad de la savia que lo recorre. Es una cosa bella el contemplar de esta forma a la Iglesia, en un modo ascensional hacia la plenitud del Vir perfectus; en continua, fatigosa, progresiva maduración; dinámicamente impulsada hacia su pleno cumplimiento en Cristo.

Queridos sacerdotes y seminaristas del Colegio Pontificio Etíope, vivid con alegría y dedicación este importante periodo de vuestra formación, a la sombra de la cúpula de San Pedro: caminad con decisión por el camino de la santidad. Sois un signo de esperanza, especialmente para la Iglesia de vuestros países de origen. Estoy seguro de que la experiencia de comunión vivida aquí en Roma, os ayudará también contribuir al crecimiento y a la convivencia pacífica en vuestras amadas naciones. Acompaño vuestro camino con mi oración y, con la intercesión de san Justino De Jacobis y de la Virgen María, os imparto con cariño, la Bendición Apostólica, que extiendo a las Hermanas de María Niña, al personal de la Casa y a vuestras personas queridas.

[Traducción del original italiano por Carmen Álvarez

©Copyright 2011 Libreria Editrice Vaticana]

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ZENIT Staff

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