Comisión católico-ortodoxa reconoce el primado del Papa, pero estudia su función

Según el informe de la Comisión teológica católico-ortodoxa

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CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 15 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Según la historia y la tradición eclesial, el obispo de Roma es considerado como el «primero» entre los patriarcas, tanto en las Iglesias de oriente como las de occidente, concluye un histórico documento firmado por representantes católicos y ortodoxos.

Sin embargo, sus prerrogativas y funciones que se derivan de este primado deben ser estudiadas mejor para poder ser compartidas por estas dos tradiciones cristianas.

El documento, publicado este jueves en Roma, Atenas, Estambul y Chipre, fue redactado en la reunión de la Comisión Mixta Internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia Católica y la Iglesia Ortodoxa en conjunto que se celebró del 8 al 14 de octubre en Rávena (Italia).

La asamblea fue presidida por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y por monseñor Ioannis, metropolita de Pérgamo (del patriarcado ecuménico de Constantinopla).

El encuentro respondió a esta pregunta: ¿existe una figura que desempeñe el primer lugar tanto para católicos como para ortodoxos, respetando la «igualdad sacramental» y la «misma dignidad» propia del obispo»?

La respuesta que ofrece el documento, dividido en 46 puntos, de diez páginas, puede resumirse así: católicos y ortodoxos concuerdan en el hecho de que el obispo de Roma, es decir el Papa para los católicos, es considerado el «protos», es decir, el primero entre los patriarcas de todo el mundo, pues Roma, según la expresión de san Ignacio de Antioquía, es la «Iglesia que preside en la caridad».

Sin embargo, según se desprende del documento, católicos y ortodoxos todavía no concuerdan en las «prerrogativas» de este primado, dado que, según afirma el documento, «existen diferencias en la comprensión tanto de la manera en la que debería ser ejercido, como en sus fundamentos según las Escrituras y la teología».

El documento constituye un paso para superar el «gran cisma» que separó a las Iglesias ortodoxas de Roma en el año 1054.

En la reunión se llegó a esta conclusión reflexionando sobre las «Consecuencias eclesiológicas y canónicas de la naturaleza sacramental de la Iglesia. Comunión eclesial, conciliaridad y autoridad».

Los primeros responsables de la conciliaridad son los obispos, unidos en comunión, explican los expertos de la Comisión.

Los obispos no sólo «deberían estar unidos entre sí en la fe, la caridad, la misión, la reconciliación», sino que «tienen en común las misma responsabilidad y el mismos servicio a la Iglesia».

La autoridad viene de Cristo, se «fundamenta sobre la Palabra de Dios», y a través de los apóstoles es «transmitida a los obispos y a sus sucesores». Su servicio, afirma el documento, es «un servicio de amor», pues «para los cristianos, gobernar es lo mismo que servir».

Tras estos presupuestos, el documento de Rávena analiza su aplicación en los diferentes niveles.

En el primer nivel, el «local», la Iglesia existe como «comunidad reunida por la Eucaristía» y es presidida directa o indirectamente por un obispo.

«Esta comunión es el marco en el que se ejerce toda autoridad eclesial», indica. En este nivel, el obispo es el «protos», el primero, el jefe de la comunidad.

El segundo nivel es el «regional», en el que tiene lugar la comunión con «las demás Iglesias que profesan la misma fe apostólica y que comparten la misma estructura eclesial».

El punto 24 del documento cita un canon, aceptado tanto en Occidente como en Oriente, que establece cómo «los obispos de cada nación tienen que reconocer a quien es el primero entre ellos y considerarlo su cabeza», salvaguardando así la «concordia».

Luego está el nivel «universal» de la comunión entre las Iglesias de todo lugar y tiempo. La expresión de esta comunión son los concilios ecuménicos, desde los orígenes de la Iglesia, en los que se afrontaban cuestiones de primordial importancia los obispos de las cinco sedes apostólicas –Roma, Constantinopla, Alejandría y Jerusalén–, así como de las otras diócesis.

Y aquí, en los concilios ecuménicos, se reconoce el «papel activo» ejercido por el obispo de Roma, como la personalidad más ilustre entre los obispos de las sedes mayores.

Sin embargo, algunas de las dificultades entre católicos y ortodoxos han surgido en la definición de concilios «ecuménicos» dada por la Iglesia católica a concilios celebrados tras el gran cisma.

Por tanto, concluye la Comisión, «queda por estudiar de manera mas profunda la cuestión del papel del obispo de Roma en la comunión de todas las Iglesias».

Es decir, hay que analizar «la función específica del obispo de la “primera sede” según una eclesiología de “koinonia”», es decir, de comunión.

Al mismo tiempo queda por estudiar conjuntamente «la enseñanza sobre el primado universal de los Concilios Vaticano I y Vaticano II» para que pueda ser comprendido y vivido a la luz de la práctica eclesial del primer milenio», cuando la Iglesia no estaba separada.

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ZENIT Staff

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