El Papa alienta la colaboración entre la Iglesia y el gobierno peruano para combatir la pobreza

Pide también apoyo a la familia, base para el desarrollo

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CIUDAD DEL VATICANO, martes, 7 diciembre 2004 (ZENIT.org).- Juan Pablo II alentó este martes la colaboración entre la Iglesia católica y el gobierno de Perú para luchar contra la pobreza al recibir al nuevo embajador de Lima ante la Santa Sede.

En el discurso que dirigió al señor Pablo Morán Val (1932, Lima), quien hasta ahora era embajador ante Italia, el Santo Padre pidió asimismo al gobierno del presidente Alejandro Toledo políticas favorables a la familia, «base insustituible del desarrollo armónico de una nación».

Tras reconocer los esfuerzos de las autoridades «para mejorar las condiciones de vida de los sectores menos favorecidos de la sociedad, procurando ofrecer oportunidades de trabajo digno, atención sanitaria y de vivienda decorosa», el obispo de Roma constató que «desgraciadamente la pobreza sigue marcando aún la existencia de millares de sus conciudadanos».

«La satisfacción de las necesidades básicas de los más desheredados y excluidos debe considerarse una prioridad fundamental, ya que las aceleradas transformaciones de la economía internacional han colocado a muchos de ellos en una situación casi desesperada», reconoció.

Recordando la obra de la Iglesia católica en Perú a favor de quienes «viven hoy las consecuencias deshumanizantes» de la actual coyuntura, el pontífice señaló que éste es uno de «los campos donde la colaboración entre las diversas instancias públicas y la comunidad eclesial encuentra un terreno fértil para atender y ayudar a los pobres».

El Santo Padre pidió que «no queden fuera de las medidas del Gobierno la defensa de la vida humana y la institución familiar, hoy tan amenazada en tantas partes por un concepto equivocado de modernidad o de libertad, pues la familia, configurada según el orden natural establecido por el Creador, es la base insustituible del desarrollo armónico de una nación».

Por último, el Papa dirigió «una palabra de cercanía y aliento» a los numerosos emigrantes peruanos, en particular los llegados a Europa. En Roma, de hecho, la comunidad peruana es una de las más numerosas entre los inmigrantes.

«La lejanía de la patria se debe, en la mayor parte de los casos, al deseo de encontrar mejores condiciones de vida –explicó Juan Pablo II–. Sin embargo, deben sentirse comprometidos a aportar soluciones para el país que les vio nacer y que hoy les sigue considerando sus hijos a pesar de la distancia», explicó.

«La Iglesia no se limita a recordar el principio ético fundamental de que los emigrantes han de ser tratados siempre con el respeto a la dignidad de toda persona humana, sino que pone en movimiento todos sus recursos para atenderles de la mejor manera posible», aseguró.

De hecho, constató, «con frecuencia los templos y otras instituciones católicas son para ellos el principal punto de referencia para reunirse, celebrar sus fiestas, manteniendo viva su identidad patria, y donde pueden encontrar un válido apoyo, cuando no el único, para defender sus derechos o resolver situaciones apuradas».

Juan Pablo II bendijo al pueblo peruano, país que visitó en 1985 y 1988. Recibió al presidente Toledo en el Vaticano en diciembre del pasado 2002.

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ZENIT Staff

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