El Papa en el Aula Pablo VI - CTV

El Papa pide perdón a los pobres por los cristianos que miran hacia otro lado

En la audiencia con las personas en situación precaria, Francisco pide que sueñen que un día el mundo puede cambiar

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(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- “Pasión y ensueño”. Es la invitación del papa Francisco a los participantes de la audiencia de las personas con condiciones precarias, durante el fin de semana del Jubileo de los excluidos. Así, el Santo Padre les ha hablado de la pasión que a veces nos hace sufrir, nos pone trabas, internas, externas, la pasión de la enfermedad, pero también del apasionarse con salir adelante, la buena pasión que lleva a soñar.
Además, ha asegurado que para él una persona es pobre cuando pierde “la capacidad de soñar, de llevar una pasión adelante”. Por ello, el Pontífice les ha pedido que no dejen de soñar, “sueñen que un día el mundo puede cambiar”.
En esta misma línea, ha subrayado que “la pobreza está en el corazón del Evangelio”. Solo aquel que siente que le falta algo –ha indicado– mira arriba y sueña. “El que tiene todo no puede soñar”.
El Santo Padre ha pedido a los presentes que enseñen «a todos los que tenemos techo, que no nos falta la comida o la medicina”. Enséñenos –ha exhortado– a no estar satisfechos.
Otro concepto al que el Pontífice ha hecho referencia en su discurso es la dignidad, es decir, “encontrar la vida bella en las peores situaciones”. La capacidad de encontrar belleza aun en las cosas más tristes, y más sufridas, –ha reconocido–  solamente puede hacerlo un hombre o una mujer con dignidad. “Pobre sí, arrastrado no. Eso es dignidad”, ha asegurado el Papa.
Esta es “la misma dignidad que tuvo Jesús que nació pobre, vivió pobre”. “Pobre sí, dominado no, explotado no”. Este sentimiento de ver que la vida es bella, “esta dignidad los ha salvado de ser esclavos”, ha observado. “Pobres sí, esclavos no”.  Por otro lado ha profundizado sobre el sentido de la solidaridad. “Saber ayudarse, dar la mano a quien está sufriendo más que yo”. La capacidad de ser solidario –ha observado– es uno de los frutos que nos da la pobreza.
“Cuando hay mucha riqueza uno se olvida de ser solidario porque está acostumbrado a que no le falte nada”, ha advertido. Mientras que “la pobreza vuelve solidario y se extiende la mano a quien está pasando una situación más difícil”. De este modo, el Santo Padre ha dado las gracias a los presentes por este ejemplo que dan y les ha pedido que enseñen esta solidaridad al mundo.  
Por otro lado, el Pontífice ha hablado de la paz: “la paz que para nosotros los cristianos empezó en un establo, en una familia marginada”. Así, Francisco ha asegurado a los presentes que son “artífices de paz”. Al respecto ha observado que “las guerras se hacen entre ricos para tener más”. Por eso ha advertido que “es muy triste cuando la guerra llega a hacerse entre los pobres”. Los pobres, desde su misma pobreza, son más proclives a ser artesanos de la paz. Y ha perseguido afirmando que “todas las religiones necesitan crecer en la paz porque todas las religiones son mensajeras de paz”.
En la última parte de su discurso, el Papa ha querido pedir perdón, por si alguna vez les ofendió con sus palabras o por no haber dicho las cosas que debía decir. También les ha pedido perdón en nombre de los cristianos que leen el Evangelio “no encontrando la pobreza en el centro”. Pido perdón–ha dicho el Papa– por los cristianos que delante de una persona pobre o situación pobre miramos a otro lado. Al mismo tiempo ha asegurado a los participantes del encuentro que el perdón de ellos “es agua bendita para nosotros”. Es, ha añadido, ayudarnos a volver a creer que en el corazón del Evangelio está la pobreza como gran mensaje.
Al finalizar el encuentro, el Santo Padre ha hecho esta oración. «Dios Padre de todos nosotros, de cada uno de tus hijos, te pido que nos des fortaleza, que nos des alegría, que nos enseñes a soñar para mirar adelante. Que nos enseñes a ser solidarios porque somos hermanos y que nos ayudes a defender nuestra dignidad. Tu eres el Padre de cada uno de nosotros. Bendícenos, amén».

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Rocío Lancho García

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