El regalo del perdón

XXIV Domingo Ordinario – El perdón es un acto creativo y sorprendente que pone fin a la repetitividad. El perdón rompe el cerco sofocante y produce lo insólito: mirar al otro nuevamente como hermano

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Sirácide (Eclesiástico) 27, 33-28,9: “Perdona la ofensa a tu prójimo para obtener tú el perdón”
Salmo 102: “El Señor es compasivo y misericordioso”
Romanos 14, 7-9: “En la vida y en la muerte somos del Señor”
San Mateo 18, 21-35: “No te digo que perdones siete veces, sino hasta setenta veces siete”

Todos quedaron sorprendidos y no daban crédito a lo que veían: al lado de la carretera una turba enardecida, con palos, piedras, fierros y todo lo que pudiera convertirse en proyectiles, se abalanzó sobre un determinado número de casas, algunas de tablas y palma, otras de ladrillo y material, y comenzó a destruirlas con odio. Gritos, insultos, amenazas de quemar también a los inquilinos si no se salían… todo era furor, rencor, deseos de venganza… En un momento apareció el fuego y cada casita fue incendiada en medio de gritos de triunfo e improperios. Carreras, alaridos, nuevas casas quemadas, parecía el infierno. Después todo quedó en doloroso silencio y en una soledad hiriente. ¿Qué se necesita para llegar a tales extremos? Mucho después se apagaron las llamas, quedaron el humo, las cenizas y los restos de las casas, como mudos testigos. Lo que no se ha apagado es el rencor y el odio.

¿Por qué se meten en el corazón los deseos de venganza? ¿Qué hay más difícil que el perdón? Con cuánta razón el Eclesiástico afirma: “Cosas abominables son el rencor y la cólera; sin embargo el pecador se aferra a ellas”. Estamos contemplando escenas terribles de las guerras internacionales y de graves conflictos en nuestra patria. No hay ninguna justificación. En nuestro país se justifican diciendo que son venganzas entre mafias o cárteles; que las sangrientas carnicerías son respuesta a otros ataques que se han recibido. Se propone la pena de muerte y castigos ejemplares para quienes cometan secuestros y otros horrendos crímenes… y todo parece encaminado a más violencia para apagar la violencia. ¿Qué hemos sembrado que estamos cosechando tales situaciones de odio y de rencor? ¿Realmente la violencia se puede frenar con más violencia? ¿Bastará equipar con mejor armamento a las fuerzas de seguridad para detener esa espiral virulenta? ¿No hemos fallado en la educación y cimentación de los principios que deben inculcarse en el corazón de la niñez?

Jesús que conoce el interior del corazón nos descubre su enseñanza. Su insistencia en el perdón y la mutua comprensión no es propia de un idealista ingenuo, sino de un espíritu lúcido y realista. La pregunta de Pedro, que aparece generoso, se detiene todavía en la obligación: “¿cuántas veces ‘tengo’ que perdonar?”, como si estuviera haciendo un favor y llevara la cuenta de todas las ofensas. El perdón por el contrario es ocasión maravillosa para volver a unir, a vivir y a amar. El perdón es la posibilidad de cambiar las reglas del juego de una sociedad agresiva que se enzarza en un “toma y saca” sin fin con los dardos envenenados de la ofensa y del agravio. La propuesta de Jesús es romper la dinámica del odio y la venganza y abrir la posibilidad de que acontezca algo nuevo. El perdón es un acto creativo y sorprendente que pone fin a la repetitividad. Rompe el cerco sofocante y produce lo insólito: mirar al otro nuevamente como hermano. De lo contrario estamos perdidos porque “el dulce sabor de la venganza” se convierte en una hiel que va amargando y endureciendo el corazón.

El odio es un cáncer que se instala en el corazón. Muchísimas personas vienen cargando a cuestas un pesado fardo de rencores y resentimientos que las limitan y condicionan. Por desgracia muchas veces es contra personas cercanas, familiares o amigos, que por algún error han herido su corazón. Pasan años y no logran sacar estos sentimientos que entorpecen las relaciones personales. Quien deja crecer el odio en su corazón se castiga a sí mismo. Es como la manzana que se pudre para que el otro no la pueda tragar. ¡Claro que no la tragan!, pero ha quedado podrida y no tiene remedio. Quien se niega a conceder el perdón se hace daño a sí mismo aunque no lo quiera. El odio es una especie de cáncer secreto que corroe a la persona y le quita energías para rehacer de nuevo su vida. No he encontrado situación más difícil que restaurar a quien está roto por dentro a causa del odio y el resentimiento. No es capaz de entender que el perdón es el único modo de encontrar la verdadera salida. Cuando la persona logra liberarse de la sed de venganza puede reconciliarse consigo misma, recuperar la paz y empezar la vida de nuevo.

El perdón otorgado y recibido es una gracia y una bendición. Jesús nos da una enseñanza magnífica pues en su parábola parte primero del perdón recibido, para después ofrecer el perdón. Sólo quien ha experimentado el gozo de saberse perdonado puede con alegría, aunque cueste también dolor y lágrimas, otorgar el regalo del perdón. Quien no se haya sentido comprendido por Dios y perdonado por Dios, será incapaz de comprender y perdonar al hermano. Pedro, que negó a su maestro, al encontrar el perdón es capaz de comprender y perdonar a sus verdugos. Judas, que no se abrió al perdón, cae en la desesperación y en el suicidio. El perdón encierra la bella dinámica de vencer al mal con el bien y es un gesto que cambia de raíz las relaciones entre las personas y obliga a plantearse la convivencia futura de una manera nueva. A todos se nos ofrece un tiempo de gracia para iniciar el trabajo de la misericordia, de sanar los corazones y de la reconciliación. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?

Descubramos la ternura de Dios y démosle gracias porque nos perdona, nos hace libres, salvados y amados. Supliquemos que nos ayude a romper las barreras de odios y rencores que construimos para protegernos pero que acaban ahogándonos y sofocando nuestro espíritu. Aprendamos de Jesús, busquemos seguir sus huellas. ¿Cómo mira Jesús a esta persona a quien yo no quiero perdonar?

Míranos, Señor, con ojos de misericordia y haz que experimentemos vivamente tu amor, para que podamos amar y perdonar a nuestros hermanos. Amén.

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Enrique Díaz Díaz

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