NUEVA YORK, 11 julio 2002 (ZENIT.org).- En Estados Unidos está disminuyendo el número de los favorables a la pena de muerte, constata el cardenal William Keeler, arzobispo de Baltimore, reconocido defensor de la vida humana en todos sus estadios.
En el país, hace tres años, fueron ejecutadas 98 personas; el año pasado, 66.
«Soy muy optimista –declara en una entrevista Avvenire–. Claramente la opinión pública está tomando una nueva dirección y el número de quien no acepta la pena de muerte crece continuamente. Finalmente ya no somos una minoría».
En 1980, según sondeos citados por el cardenal, los partidarios a la pena de muerte constituían el 80%, hoy han descendido al 65%.
«Han hecho mella en la conciencia de los estadounidenses los casos en los que la pena de muerte ha sido infligida injustamente, en base a prejuicios sociales o raciales», aclara el purpurado.
«El sentido de equidad, dar a todos la misma oportunidad de defenderse, es muy fuerte en Estados Unidos. En los últimos años, en cambio, se ha descubierto que decenas de imputados habían sido condenados a muerte sólo porque no podían permitirse un defensor serio o porque eran demasiado ignorantes para reclamar los propios derechos», añade.
«La mayor fiabilidad del examen del ADN, además, ha proporcionado medios científicos adecuados para reabrir viejos casos y probar la inocencia de muchas personas –sigue explicando–. Frente al descubrimiento de tales fallos en el sistema judicial, las autoridades se han visto obligadas a reconsiderar la pena de muerte».
Otro de los signos de esperanza para el cardenal es que las «dudas sobre la legitimidad de la pena de muerte ya no vienen sólo de abajo, sino también de las fuerzas del Gobierno».
«Ya dos estados han suspendido las ejecuciones, dos sentencias del Tribunal Supremo han limitado la aplicación y una decisión de un tribunal de Nueva York la ha declarado inconstitucional. Hay suficientes elementos para esperar que se irá más allá», concluye.
