La Divina Misericordia, «síntesis» del magisterio de Juan Pablo II, afirma su sucesor

Antes de cantar el «Regina Caeli» en este Domingo de la Misericordia

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CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 23 abril 2006 (ZENIT.org).- Lejos de ser una devoción secundaria, el culto de la Divina Misericordia es una dimensión integrante de la fe y de la oración del cristiano, afirma Benedicto XVI.

Antes de entonar el «Regina Caeli» junto a más de cincuenta mil peregrinos, en este primer Domingo de la Misericordia que vive como pontífice, el Papa Josef Ratzinger recogió el testigo de su predecesor como apóstol de la misericordia divina.

Lo hizo comentando el evangelio dominical, que narra la aparición de Jesús resucitado a los discípulos reunidos en el Cenáculo.

Recibido con calurosos aplausos, Benedicto XVI recordó que «el Señor Jesús mostró a los discípulos las señales de la crucifixión, bien visibles y tangibles también en su cuerpo glorioso».

«Aquellas sagradas llagas, en las manos, en los pies y en el costado, son fuente inagotable de fe, de esperanza y de amor en la que cada uno puede beber, especialmente las almas más sedientas de la divina misericordia», subrayó.

Ante esta consideración, y «valorando la experiencia espiritual de una humilde religiosa», Santa Faustina Kowalska, el siervo de Dios Juan Pablo II «quiso que el Domingo después de Pascua estuviera dedicado de una forma especial a la Divina Misericordia –recordó su sucesor–; y la Providencia dispuso que él muriera precisamente en la vigilia de tal día en las manos de la misericordia divina» (V. Zenit, 2 abril 2005).

La devoción a la Divina Misericordia constituye un auténtico movimiento espiritual dentro de la Iglesia católica promovido por Sor Faustina Kowalska (1905-1938), a quien Juan Pablo II canonizó el 30 de abril de 2000, tras lo cual anunció: «En todo el mundo, el segundo domingo de Pascua recibirá el nombre de domingo de la Divina Misericordia».

El legado espiritual de la religiosa polaca a la Iglesia es la devoción a la Divina Misericordia, inspirada por una visión en la que Jesús mismo le pedía que se pintara una imagen suya con la leyenda «Jesús en ti confío», que ella encargó a un pintor en 1935.

Llevada hoy por los peregrinos, tal imagen destacaba en la Plaza de San Pedro, en un ambiente eminentemente festivo, bajo un espléndido sol.

Cada vez que Benedicto XVI pronunció el nombre de Juan Pablo II, fue interrumpido con aplausos, y nuevamente pudieron verse entre la multitud pancartas con la frase «Santo subito!» («¡Santo ya!»), referidas al Papa Karol Wojtyla, actualmente en proceso de beatificación.

«El misterio del amor misericordioso de Dios estuvo en el centro del pontificado de mi venerado Predecesor», recordó Benedicto XVI.

Y aludió en particular a la Encíclica de Juan Pablo II Dives in misericordia de 1980 y a la dedicación del nuevo Santuario de la Divina Misericordia en Cracovia, en 2002

«Las palabras que [Juan Pablo II] pronunció en esa última ocasión fueron como una síntesis de su magisterio –constató el Santo Padre–, evidenciando que el culto de la misericordia divina no es una devoción secundaria, sino dimensión integrante de la fe y de la oración del cristiano».

«Fuera de la misericordia de Dios, no existe otra fuente de esperanza para el hombre», dijo Juan Pablo II el 17 de agosto de 2002, durante la consagración del santuario polaco. Ese día, encomendó «solemnemente el mundo a la Misericordia Divina» «con el deseo ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios (….) llegue a todos los habitantes de la tierra». [Zenit publica este domingo el texto íntegro de aquella homilía en su sección de «Documentos»»]

Conocido póstumamente, el último mensaje de Juan Pablo II pedía que la humanidad comprenda la Divina Misericordia (Zenit, 3 abril 2005).

Sobre la devoción a la Divina Misericordia hay distintos materiales a disposición del internauta en la web www.ewtn.com .

La Congregación vaticana para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos recogió en 2002 que, en relación con la octava de Pascua, en nuestros días y a raíz de los mensajes de la religiosa Faustina Kowalska, «se ha difundido progresivamente una devoción particular a la misericordia divina comunicada por Cristo muerto y resucitado, fuente del Espíritu que perdona los pecados y devuelve la alegría de la salvación».

Señaló este dicasterio que, puesto que la Liturgia del II Domingo de Pascua o de la divina misericordia «constituye el espacio natural en el que se expresa la acogida de la misericordia del Redentor del hombre, debe educarse a los fieles para comprender esta devoción a la luz de las celebraciones litúrgicas de estos días de Pascua», pues «el Cristo pascual es la encarnación definitiva de la misericordia» (Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, n. 154).

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ZENIT Staff

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