Las indicaciones de Pío XII pudieron salvar del nazismo a miles de judíos en Roma

Entrevista a sor Grazia Loparco fma, profesora de Historia de la Iglesia en el «Auxilium»

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ROMA, jueves, 20 enero 2005 (ZENIT.org).- Testimonios y documentación reflejan las indicaciones de Pío XII a las instituciones eclesiales que proporcionaron refugio y asistencia a los judíos cuando estalló la persecución nazi en Roma.

Nadie sabe exactamente cuántos judíos fueron ocultados y salvados por la Iglesia católica en Europa. Según el historiador judío Emilio Pinchas Lapide, entonces cónsul general en Milán, «la Santa Sede, los nuncios y la Iglesia católica salvaron de una muerte segura entre 740.000 y 850.000 judíos» (Cf. E.P. Lapide, «Three Popes and the jews», Londres, 1967).

Se calcula que en Italia más del 80% de los judíos escapó del genocidio de los nazis. Sólo en Roma la comunidad judía ha certificado que la Iglesia salvó de la Shoah a 4.447 judíos.

Para reconstruir estos sucesos y documentar una página de la historia que en pocos años se perdería, a causa de la escasez de documentación escrita y por la rápida desaparición de sus protagonistas, la asociación cultural «Coordinamento Storici Religiosi» (www.storicireligiosi.it) está llevando a cabo una investigación sobre los judíos acogidos en las casas religiosas de Roma entre el otoño de 1943 y junio de 1944.

Entrevistada por Zenit, sor Grazia Loparco fma., profesora de Historia de la Iglesia en la Pontificia Facultad «Auxilium» (Roma) y vicepresidente de la asociación, explica que tal investigación «constituye un punto de partida con vistas a una reconstrucción más amplia que abraza el mismo fenómeno en el centro-norte de Italia, donde la emergencia asumió connotaciones propias y más prolongadas, y al mismo tiempo se refirió a números localmente más reducidos respecto a la gran comunidad romana».

–¿Cuántos judíos fueron salvados por la Iglesia católica en Roma? ¿Quién los salvó en particular?

–Sor Grazia Loparco: La comunidad judía en 1943 estaba formada por 10.000-12.000 judíos. Según los estudiosos es difícil precisar el número, pues durante el conflicto otros judíos llegaron a la capital, procedentes de otros Estados europeos, esperando encontrar mayor seguridad.

La investigación iniciada en 2002-2003 permite asegurar un número mínimo aproximado de 4.300 judíos, alojados en las casas religiosas. Con certeza se trata de una cifra por defecto, basándose en el primer estudio publicado por De Felice en 1961, que retomaba un artículo de Civiltà Cattolica del mismo año, firmado por el padre Robert Leiber.

Ante la incertidumbre, he considerado el número inferior. No será posible llegar a cifras precisas, tanto porque no todos los testigos sabían distinguir entre los huéspedes quién era judío o no (había muchas personas que se oponían a ser reclutadas o perseguidos políticos) como porque faltan elencos nominativos, con rarísimas excepciones. Se suma que a veces los judíos no revelaban la propia identidad, o la conocían sólo los superiores de las comunidades religiosas.

Otro motivo de imprecisión se debe al hecho de que nuestra investigación concierne a las casas religiosas y a las parroquias encomendadas a religiosos, no a las parroquias confiadas al clero diocesano.

Se puede suponer con fundamento que al menos la mitad de los judíos romanos encontraron refugio en instituciones eclesiales. Poco más de mil fueron arrestados la mañana del 16 de octubre de 1943 y algunos otros cientos después, sobre todo a causa de las delaciones, dado que por cada judío señalado se ganaban 5.000 liras, si eran hombres, y 3.000 liras si eran mujeres y niños.

Los judíos que corrían un extremo peligro, a partir del 16 de octubre de 1943, hallaron refugio inmediato con conocidos, amigos, a veces personal de servicio o comerciantes católicos, casas religiosas masculinas y femeninas, incluso monasterios de clausura que no habrían podido acogerlos sin una dispensa papal, parroquias, seminarios.

No siempre se quedaron en el mismo lugar. Era difícil permanecer escondidos en casas de familias privadas, por lo que en muchos casos buscaron refugio en las casas religiosas.

Tras el ocultamiento inmediato en los lugares más céntricos de la ciudad, varios intentaron ir a zonas más periféricas, potencialmente más tranquilas. Con frecuencia, religiosas y religiosos escondieron a judíos a pocos metros de los ojos de los nazis.

–¿De qué forma estaba organizada la red de asistencia a los perseguidos, y en qué medida el Papa Pío XII intervino para sostenerla?

–Sor Grazia Loparco: Varios testigos recuerdan las directivas procedentes oralmente de eclesiásticos vaticanos sobre la oportunidad de abrir conventos e institutos porque era «la hora de la caridad». Y la mayoría lo hizo consciente de no realizar más que el propio deber, estando en juego la vida de personas injustamente perseguidas.

Existía la Delasem, una organización que prestó ayuda económica a los judíos en dificultad, y estaba el famosísimo «padre Benoit», capuchino, que junto a otros trabajó cerca de la estación de trenes de Roma (Termini) para proporcionar documentos de identidad falsos y otros papeles, con la colaboración de religiosos y religiosas, además de personal municipal y de jóvenes de Acción Católica. Cerca de las catacumbas de Priscila se encontraba otro nudo de la red de documentos falsos.

Algunas casas religiosas recuerdan haber recibido víveres del Vaticano para alimentar a los judíos, que con frecuencia aumentaban en decenas el número de miembros de las comunidades. Pero muchas otras veces, sobre todo los testimonios de las religiosas hablan de grandes sacrificios para compartir lo poco que tenían, racionado por las cartillas, el recurso a la colecta y al mercado negro para poder adquirir lo necesario.

A veces los judíos podían pagar una pensión o proveer directamente a la manutención, y muchas otras veces no. Entre estos miles de personas, casi nunca fueron rechazadas por no haber tenido con qué pagar para mantenerse. Se añade que la hospitalidad se ofrecía de formas diferentes según el tipo de obra: a veces se podían alojar familias enteras, otras veces sólo mujeres y niños, u hombres y muchachos, o sólo niños sin adultos. Era importante poder camuflar a estas personas entre los huéspedes habituales de las casas.

En varios casos sin embargo los judíos fueron escondidos en bodegas, refugios subterráneos, habitaciones ocultas, desvanes, trasteros, trampillas… pudiendo salir a estirar las piernas y tomar el aire sólo después del horario escolar. Tratándose de hospitales y clínicas en cambio eran mimetizados entre los enfermos.

En algunas ciudades como Florencia, el cardenal Elia Dalla Costa proporcionó un elenco de las casas religiosas a las que los judíos podían dirigirse. En Roma, sin embargo, da la impresión que la rapidez de las operaciones estuvo marcada por el carácter de emergencia, creándose una red capilar de colaboración. Por ejemplo, el la basílica del Sagrado Corazón de los Salesianos, cerca de la estación Termini, se convirtió en un centro de clasificación de gente que colocar, y no fue el único.

De la documentación y de los testimonios surge el pleno apoyo, e incluso la invitación de Pío XII, que, aún sólo oral, en la época se interpretaba como una orden autorizadísima. Muchos hechos concretos lo prueban, como la apertura de monasterios de clausura y conventos, el hecho de que muchos judíos fueran alojados por interés directo del Vaticano, alimentos y otras actividades asistenciales proporcionadas por el mismo.

No podría decir más, dado que no está permitido el acceso tanto al Archivo histórico del vicariato de Roma para ese período como al Archivo Secreto vaticano, donde ciertamente hay documentación al respecto, com
o dejan entrever algunos indicios encontrados en los archivos de los institutos religiosos.

–En las últimas semanas ha habido polémicas sobre la cuestión de los niños judíos arrancados por la Iglesia católica de la furia nazi, y después en algunos casos bautizados. ¿Puede explicar cuáles eran las directrices vaticanas al respecto y cuál fue la incidencia de este fenómeno en Roma?

–Sor Grazia Loparco: En la ciudad de Roma se verificaron casos de petición de bautismo por parte de adultos y a veces de jóvenes. Poquísimos casos (un solo instituto entre cientos) hablan de bautismos a niños.

Un ejemplo puede dar una idea de la mentalidad de aquel tiempo: una religiosa cuenta que llevaba consigo la botella de agua cuando sonaban las sirenas y tenían que esconderse en los refugios, porque en caso de peligro extremo habría bautizado a los pequeños huérfanos que le estaban confiados. Era la mentalidad del extra Ecclesia nulla salus [fuera de la Iglesia no hay salvación].

No hubo necesidad. En cambio hay testimonios de judíos, que entonces eran jóvenes o chavales, que se sintieron totalmente respetados en su fe, y que les ayudaron y alentaron para que rezaran según sus propias costumbres judías, a veces compartieron la oración de algún salmo con las religiosas, en los casos de peligro y temor.

Otras veces se constató una cierta insistencia para que los huéspedes se interesaran en la fe católica, y la manifestación de la pena de que no pudieran acceder a la salvación, o la esperanza en una conversión futura. Pero quien defendía las propias convicciones era respetado y con frecuencia admirado por su coherencia.

Alguna vez se rechazó el bautismo de quien lo pedía con el objetivo de evitarse problemas y no por verdadera convicción religiosa. Se dieron casos de huéspedes de casas religiosas, en concreto de algunos chavales, que no sabían a dónde ir al acabar la guerra, y que se quedaron en ellas hasta acabar la formación profesional. Obviamente sin pasar por el bautismo.

Es cierto que el contacto directo eliminó los prejuicios residuales, recíprocos, en muchos casos: religiosas y religiosos estaban dispuestos a reconocer cualidades humanas y morales de los judíos que alojaban. Largas amistades mantenidas a través de los años prueban que la estima y la participación real de las razones de la vida no estuvieron condicionadas por la pertenencia religiosa.

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ZENIT Staff

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