Líderes religiosos visitan la "fabrica de la muerte" en Dachau

“Es el deber de las religiones desenmascarar al mal”

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DACHAU, miércoles 13 de septiembre de 2011 (ZENIT.org).- De Rumanía, de Polonia, de Hungría, de Ucrania, de Italia, de Rusia: los líderes religiosos convocados por la Comunidad de San Egidio al encuentro mundial “Bound to Live Together. Religiones y culturas en diálogo”, que se está clausurando en Munich, llegaron juntos al lugar donde se alzaba la barraca nº 28 en el campo de concentración de Dachau.

Aquí se encerraban a los sacerdotes católicos y a los pastores protestantes que en las iglesias expresaban su oposición al régimen nazi o que ayudaban a los judíos y perseguidos a esconderse. Desde 1933 al 1945, el lapso de tiempo en el que el campo estuvo en funcionamiento, se registraron 2.720, de 134 diócesis y de 24 países.

Muchísimos murieron: “Dachau -explica la guía- no era un campo de exterminio; su objetivo era la ‘re-educación’ a través de los trabajos forzados, pero con respecto a las 42.000 defunciones de entre los 200.00 internos durante 12 años, no se puede hablar ciertamente de muertes naturales”.

Los líderes religiosos de todo el mundo, cristianos, musulmanes, judíos y de las religiones de Asia, se reunieron ayer 13 de septiembre en Dachau para una ceremonia de conmemoración que destacó, una vez más, la voluntad de paz y de reconciliación de las religiones.

Las 30 barracas del campo se distribuían en línea a lo largo de una maravilloso avenida flanqueada por álamos plantados por los mismos internos: siendo un campo modelo, abierto a los visitantes desde el inicio de la guerra, debía ser, incluso, agradable a la vista.

“Según la jerarquía del campo -explica la guía- era mejor que te tocase una de las barracas del comienzo de la avenida, de número par, donde las condiciones de vida eran mejores. A medida que se avanzaba hacia el fondo, estaban más atestadas y las condiciones eran peores. El campo construido para albergar a 5.000 prisioneros, tenía 36.000 cuando fue liberado, de todas las nacionalidades. Sobrevivir fue un milagro”.

“Antes de la liberación del campo, el 21 de abril de 1945, -contó el cardenal Jὀzef Glemp, arzobispo emérito de Varsovia- sucedió un hecho milagroso. Los prisioneros polacos rezaban a San José por su liberación e, improvisamente llegó un tanque americano que se había equivocado de camino. De esta manera las SS, que se preparaban para destruir el campo y así todas las pruebas de los crímenes que habían cometido, se dieron a la fuga”.

Pruebas como los hornos crematorios -las SS los asignaron a los sacerdotes católicos porque pensaban que su ministerio los obligaba al secreto en cualquier situación- o la cámara de gas. No hay pruebas de que la de Dachau fuese usada -explica la guía- pero los procedimientos previstos eran siempre los mismos: los prisioneros eran obligados a desnudarse con el pretexto de darse una ducha y a entrar en el lugar donde se metía el gas Zyklon B. Bastaban 30 minutos para morir.

“Treinta minutos no es un tiempo breve para morir -comentó a ZENIT monseñor Pero Sudar, obispo de Sarajevo-, era un larga agonía. Me recordó a la de Jesús: debía morir para redimir a todos los muertos, también a estos”. Llama la atención “la planificación de ‘la fábrica de la muerte’ pero también que un lugar como este testifica que el mal puede existir y durar, pero al final es siempre derrotado”.

¿Auschwitz y Dachau no deberían servir como memorial para evitar que los horrores pudieran repetirse? Sin embargo, la destrucción de los seres humanos por parte de otros seres humanos se repitió: han pasado sólo 20 años del asedio a Sarajevo.

“El drama de la condición humana -explica monseñor Sudar- es no poder aprender las cosas fundamentales de las experiencias de los demás: ya sea el bien que el mal deben entrar en el espíritu de toda generación”.

“Es difícil -añade- nutrir una voluntad absoluta de mal por parte de cualquiera: es necesario enmascararla con una ficción de bien como el intento re-educativo de Dachau o la necesidad de defenderse en primer lugar del posible ataque de los demás, como sucedió con los serbios en Bosnia”. “Por eso -prosiguió el prelado- en Alemania fue posible que todo un pueblo, condicionado por la propaganda y la mentira, tolerase todo esto”.

“Es deber de las religiones -afirmó monseñor Sudar- pero también de los intelectuales y de los medios de comunicación, desenmascarar al mal para que se le pueda reconocer como lo que es. No existe la guerra preventiva y ni siquiera la de defensa: existe estar contra la guerra o a favor de ella”.

“Queridos amigos jóvenes -invitó el cardenal Roger Etchegaray durante la ceremonia en la capilla de la Angustia- vuestra presencia en Dachau es el signo de vuestro compromiso de deshonrar la guerra allá donde aparezca. Conseguir la paz hoy requiere más heroísmo que vencer la guerra en el pasado”.

“En mi país, Kazajistán, cerca de la ciudad de Karaganda -contó a ZENIT el metropolita Aleksandr del Patriarcado de Moscú- voy a menudo a rezar a lugares parecidos, campos de concentración donde murieron centenares de mártires por la fe. Su testimonio, como el de quienes sufrieron en Dachau, ha demostrado que ninguna dictadura de las ideologías puede vencer, sino sólo un sistema de valores cristianos que son los valores comunes a todos los hombres”.

Nada, en realidad, parece capaz de suprimir la fuerza del espíritu humano. “A los 23 años, en 1943 -relató a ZENIT Max Mannheimer, vicepresidente de la Asociación de supervivientes de Dachau- fui a Auschwitz, después al gueto de Varsovia y más tarde a Dachau. Trabajaba en las canteras de grava y estaba rodeado de la brutalidad y de la violencia. Cuando el campo fue liberado pesaba 48 kilos”. En realidad, un superviviente no es liberado del todo: “la idea del hombre, de Dios, de la sociedad, todo se tambalea”.

“Cuando volví a Checoslovaquia -contó Mannhemeir que es de origen moravo- me encontré con una chica alemana que se opuso al nazismo y cuya su familia fue perseguida por esto. Ella repetía constantemente que Alemania podría haber sido un país democrático”.

“Me enamoré -explicó Mannhemei- y la creí. Por esta razón acepté volver a Alemania y me he pasado los últimos 25 años de universidad en universidad para animar a los jóvenes alemanes en el camino de la democracia y de la convivencia pacífica”.

“Mostrad valentía -concluyó el vicepresidente de la Asociación de los Supervivientes de Dachau en su intervención durante la ceremonia conmemorativa- cuando se trata de defender el derecho y la dignidad de otro ser humano. No sois responsables de lo que sucedió. Pero que no se repita nunca más. De esto sí que sois responsables vosotros”.

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ZENIT Staff

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