Llamamiento a la vida, el perdón y la esperanza en Colombia

El cardenal Pedro Rubiano Sáenz en la jornada de oración por la paz

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BOGOTÁ, viernes, 6 julio 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la homilía que pronunció este jueves el cardenal Pedro Rubiano Sáenz, arzobispo de Bogotá, en la catedral primada por la vida, el perdón y la esperanza.

* * *

Isaías 55,6-9
Ps 129
Lc 24, 46-48


Los Obispos de Colombia, en esta celebración eucarística, estamos unidos a todos los colombianos de bien, que conscientes de su responsabilidad con el país, hoy, multitudinariamente manifiestan su total rechazo a la violencia, y de manera especial, el repudio al asesinato de los once diputados del Valle del Cauca y el clamor para que la insurgencia devuelva a sus hogares a las personas que tienen secuestradas, porque si nos duele hondamente y estamos unidos a los familiares de todos los que han sido secuestrados y asesinados, tenemos que exigir, no solamente hoy, sino siempre, el respeto por la vida y por la libertad, y queremos expresar nuestra solidaridad también con las familias de los soldados y policías servidores de la patria, que han ofrendado sus vidas en la defensa de la libertad y del orden constitucional.

En la Asamblea Plenaria del Episcopado que estamos realizando, nos hemos pronunciado enérgicamente y condenamos y rechazamos este nuevo atentado contra la vida, de la cual todos los colombianos somos responsables. El secuestro es una de las peores formas de violencia, un crimen de lesa humanidad, que afecta, no solo a la persona del secuestrado, sino también a su familia y al país.

«Buscad al Señor» nos dice el Profeta Isaías, porque los hechos terribles que estamos viviendo tienen sus raíces en la ausencia de Dios en nuestras vidas. «Buscad y regresad al Señor» pues nos hemos alejado de sus planes y de sus caminos; nos hemos apartado de sus senderos; nos hemos alejado de sus planes de justicia, perdón y misericordia.

«Que el malvado abandone su camino y el criminal sus planes» reafirma el Profeta, tenemos que trazar caminos y planes más altos, pues no podemos seguir siendo indiferentes ante el crimen y la maldad, que sólo construyen los caminos del odio y del rencor.

«Mis caminos no son vuestros caminos» dice el Señor, y es precisamente en estos momentos de angustia y de dolor, de búsqueda y de reconciliación, cuando necesitamos buscar nuevos caminos, elaborar nuevos planes con justicia, reparación y reconciliación.

En esta celebración, unidos con todos los colombianos, clamamos: «Desde lo hondo a ti grito, Señor»: Señor escucha mi voz.

Porque el Señor es el dueño de la vida y quien nos hace libres, por eso clamamos desde lo más profundo del alma, porque rechazamos los criminales comportamientos y los proyectos de quienes optaron por los caminos de la violencia, el secuestro y el asesinato. Si queremos la paz, todos, sin excepción, tenemos que defender la vida, vida con dignidad y libertad.

El Evangelio nos convoca a la construcción de nuevos caminos de solidaridad, con esperanza, como hijos de Dios, porque lo que estamos viviendo es muy grave, nadie puede ser indiferente en la construcción de la paz verdadera, para que todas las familias, en todo el territorio colombiano, no sigan sufriendo la amenaza de sus vidas por la violencia, el desplazamiento, la exclusión y la injusticia.

«En su nombre se predicará la conversión» nos recuerda San Lucas. Jesucristo se entregó por nosotros, fue crucificado, pero venció la muerte con su resurrección, para que tengamos vida y vida en abundancia.

Los colombianos sólo podremos abrir caminos de diálogo y reconciliación por el camino de la verdad, la justicia y la libertad.

Conversión desde la verdad para respetar y defender la vida y la integridad de toda persona humana, por esto no podemos olvidar a nadie: Ni a los secuestrados por los grupos ilegales e insurgentes; ni a los que sufren el flagelo del desplazamiento y el empobrecimiento, y a todos aquellos excluidos de la educación, de la salud y de una vida digna.

Una conversión desde la verdad que nos acerque y nos comprometa con el dolor de tantas familias que hoy sufren el inconcebible martirio de la separación forzada de sus seres queridos y de las que sufren la indiferencia de quienes tienen la obligación de entregar los despojos mortales de los caídos por inexcusables decisiones criminales.

En el nombre del Señor proponemos a todos los colombianos una nueva mirada a todo este proceso, para trazar nuevos planes y recorrer nuevos caminos, para «estar presentes» y rechazar enérgicamente el secuestro, el asesinato y todo tipo de violencia.

Estas manifestaciones de solidaridad ante el dolor de Colombia tienen que perdurar, hasta que tengamos una Colombia en paz.

Tengamos esperanza, sin dejar pasar por alto los atentados contra la vida, esperar y comprometernos a construir con ahínco, nuevos caminos y nuevas salidas a este conflicto.

No dejemos apagar en el alma y en el corazón las llamas que en toda Colombia se han encendido ante esta oscuridad; no dejemos extinguir la llama de la esperanza que quieren apagar los violentos, porque la luz de las antorchas las apaga el viento o la lluvia, pero nuestra luz de esperanza es más fuerte que la muerte y nadie la podrá apagar.

Creemos en el Señor de la vida, quien vivió en su propia carne la experiencia de la violencia, el odio y la venganza, Él permanece con nosotros.

Nuestra Señora, la Virgen de Chiquinquirá, Patrona de Colombia no permita que nos dejemos dominar por el conformismo, la desesperanza y el olvido. Ayúdanos Señora de Chiquinquirá a mostrarles a todos los violentos de Colombia que tenemos la entereza y el valor para no dejarnos vencer por el odio y la venganza.

Ayúdanos a construir sin tregua la paz en esta patria que amamos, sin claudicar, sin dejarnos llevar por el pesimismo, todos los colombianos tenemos la obligación y el compromiso de trabajar por la paz, la libertad, la verdad y la reconciliación, que hoy estamos expresando.

+ Pedro Rubiano Sáenz
Cardenal Arzobispo de Bogotá

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ZENIT Staff

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