Parece agudizarse cada vez más la persecución de los cristianos norcoreanos

Advierte el padre Vito Del Prete, secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM)

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ROMA, miércoles, 7 noviembre 2007 (ZENIT.org).- En medio de una población probadísima por hambre y carestía, los cristianos de Corea del norte siguen padeciendo «una dura persecución que parece agudizarse cada vez más», recuerda el secretario general de la Pontificia Unión Misionera (PUM).

Sacerdote del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME), el padre Vito del Prete profundiza en la importancia de la intención misionera de noviembre, por la que el Papa reza y pide oración: «Para que en la Península Coreana crezca el espíritu de reconciliación y de paz».

En un proceso tal «los cristianos coreanos tienen un gran papel que desempeñar», observa el sacerdote en su comentario –difundido el martes por la Congregación vaticana para la Evangelización de los Pueblos a través de su órgano informativo «Fides»–, en el que contextualiza el conflicto.

Resultado de la Segunda guerra mundial y de la guerra de Corea, la península coreana está dividida entre Norte y Sur, «dos naciones muy distintas y por largo tiempo hostiles» –recuerda el sacerdote–, una «comunista y filo china», otra «capitalista y filo estadounidense».

Tras la derrota del imperio japonés en 1945, la península se separó en una zona de ocupación soviética -al norte del paralelo 38- y una zona de ocupación estadounidense -al sur del paralelo 38- que están aún formalmente en estado de guerra.

El padre del Prete sitúa un primer acercamiento entre Corea del Norte y Corea del Sur en el año 2000, cuando fue acogido en Pyongyang el presidente surcoreano Roh Moo-hyun por su colega norcoreano Kim Jong Il. Se suscitaron grandes esperanzas por una reconciliación nacional.

«Incluso algún periódico escribió que había estallado la paz entre Corea del Norte y Corea del Sur. De hecho, a todos los efectos, constituyen un único país -apunta el misionero del PIME–. La población se considera coreana, la lengua que se habla se considera sencillamente lengua coreana, y ambos Estados afirman representar a toda Corea».

«Lamentablemente aquellos signos de esperanza parecen rotos por muchos motivos, especialmente por la voluntad de dotarse de armas nucleares por parte de Corea del Norte», denuncia.

Con todo «últimamente el abandono del proyecto nuclear ha contribuido a reanimar el proceso de paz y de reconciliación, posible sólo –indica– si las dos Coreas anteponen a sus intereses particulares el bien de las respectivas poblaciones, reconociendo y respetando los derechos fundamentales de la persona humana».

Es aquí donde advierte el gran papel que tienen que desempeñar los cristianos coreanos: «están llamados a anunciar la unidad de la familia de Dios y a obrar la reconciliación y la unidad de esta población dividida y en conflicto».

Considera que a los cristianos surcoreanos, «una fuerte minoría religiosa» «que disfruta de libertad», «se les pide evangelizar las estructuras político-sociales y económicas, y ser como Iglesia signo eficaz de comunión».

«Deben introducir en las raíces de su sociedad los valores evangélicos de solidaridad, de no violencia, de perdón» –añade–, «deben superar las divisiones».

«Los cristianos del Norte están aún sujetos a una dura persecución, que parece agudizarse cada vez más –alerta–. Quien puede, huye a China. Además toda la población sufre de hambre, no puede disfrutar de estructuras sanitarias y está sometida a la opresión de un régimen totalitario en el que se niegan los derechos humanos fundamentales».

Consciente de que «como discípulos de Cristo debemos ser solidarios y compartir las alegrías, las esperanzas, los dolores y las angustias de los hombres, nuestros hermanos, dondequiera que estén», el padre del Prete exhorta a la oración «para que el Señor cambie el corazón de los responsables de las dos Coreas».

Y así estos «prosigan en el esfuerzo de encontrar los caminos de reconciliación y la paz, y vuelvan pronto a ser un solo pueblo libre», concluye.

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ZENIT Staff

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