¿Qué está en juego con la aprobación de los «matrimonios homosexuales»?

Una experta en Bioética responde

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ROMA, lunes, 5 abril 2004 (ZENIT.org).- Una intención «manifiestamente ideológica» de acabar con el significado mismo del matrimonio está detrás del interés de las parejas gay de que se equiparen legalmente sus uniones al matrimonio, denuncia la doctora Claudia Navarini, profesora de la Facultad de Bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (Roma) en declaraciones a Zenit.

Ya alertó el reciente III Congreso Mundial de las Familias (Ciudad de México, 29-31 de marzo de 2004) «del riesgo que corre la sociedad civil al tolerar o favorecer las uniones homosexuales, tanto cultural como jurídicamente, porque es “contrario a la naturaleza y dignidad humana y a las instituciones de la sociedad como son la familia y el matrimonio”» (Cf. Conclusiones), recuerda la experta.

Ejemplo de tal tendencia es el Estado de Massachusetts (EE. UU.), que votó el 29 de marzo una enmienda a la Constitución para reconocer las uniones homosexuales como uniones civiles, aún definiendo el matrimonio como la unión de un hombre y de una mujer. Se convirtió así en el segundo Estado que institucionalizaba las uniones civiles entre personas del mismo sexo.

Con todo, la enmienda suscitó «la indignada reacción de los movimientos gay –expresa la profesora Navarini–, que habrían preferido el reconocimiento del matrimonio gay, como el de las personas heterosexuales, con relativos derechos y responsabilidades, invocando como base los principios de igualdad social y jurídica y de no discriminación sexual».

Pero es que la familia tiene «características naturales bien precisas que están en el origen de la ordenada convivencia civil y como tales promueven el armónico desarrollo psicológico y ético de las personas» [Cf. Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales (Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, CDF)].

Y el fundamento de la familia –prosigue Navarini– «no es una unión cualquiera entre personas humanas», «sino el matrimonio entendido como la unión de un hombre y de una mujer en un vínculo de amor exclusivo e indisoluble, estructuralmente abierto a la vida», siendo esta afirmación una verdad que «representa un dato de naturaleza que surge de la investigación honesta de la realidad humana, válido para todos los seres humanos».

«En efecto –constata–, el ejercicio de la sexualidad tiene bases biológicas, expresadas en las diferencias físicas complementarias entre hombre y mujer, que consienten el acto sexual y por lo tanto la procreación», una complementariedad que abarca «la estructura psicológica, emotiva, intelectual y espiritual».

Además, la estabilidad de la unión conyugal «constituye el terreno fecundo para la realización de la tarea educativa», recuerda.

«Nada de todo esto es evidentemente posible para parejas homosexuales –reconoce–, que contraen relaciones innaturales desde el punto de vista psico-físico, son generalmente breves y promiscuas y son inhábiles para acoger y criar niños, incluso adoptivos».

Respecto a este último aspecto, la profesora de Bioética confirmó que son conocidos en los niños los desequilibrios psico-evolutivos vinculados a la ausencia de referencia a la bipolaridad sexual, citando al respecto al «American College of Peditricians» (Cf. «Homosexual Parenting: Is It Time For Change», 22 enero 2004).

«Habría que preguntarse –comenta la doctora Navarini– como es que les importa tanto a las parejas gay la equiparación de sus uniones al matrimonio por parte del Estado, justamente en una época caracterizada por la creciente tendencia a sustituir el vínculo conyugal con la “libre convivencia”».

En su opinión, «la intención es manifiestamente ideológica: debilitar, resquebrajar y finalmente erradicar el significado mismo del matrimonio, deformándolo con simples simulaciones, y así destruir a la familia, cuya realidad reclama inexorablemente la verdad radical sobre el hombre».

De ahí que «reconocer legalmente las uniones homosexuales o bien equipararlas al matrimonio significaría no sólo aprobar un comportamiento desviado, con la consecuencia de convertirlo en un modelo en la sociedad actual, sino también ofuscar valores fundamentales que pertenecen al patrimonio común de la humanidad».

De lo anterior se desprende una «precisa responsabilidad social» para los que contribuyen al bien común desde el campo educativo, político, jurídico, pastoral y social, de forma que, «en la máxima consideración hacia la dignidad de las personas homosexuales», «se subrayen con claridad los fundamentos irrenunciables de una sociedad ordenada a la medida del hombre y según el plan de Dios, de acuerdo con la ley natural», concluye la doctora Navarini.

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ZENIT Staff

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