(ZENIT – Madrid).- «La caridad no conoce el orgullo salvo para triunfar sobre él, no conoce el amor propio sino para sacrificarlo, ni a la naturaleza sino para hacerla perfecta, ni al hombre sino para hacerle santo». Quién esto expresaba quemó las naves para alzar el vuelo conquistando la eternidad. Nació en Verolanuova, Brescia, Italia, el 12 de octubre de 1846. Era fruto del segundo matrimonio de su padre, que fue secretario del ayuntamiento y que había enviudado muy joven de sus primeras nupcias; fruto de esta unión vinieron al mundo siete hijos. Desde el principio Arcángel tuvo una salud delicada, al punto de que a los 2 años se temió por su vida ya que estuvo al borde de la muerte. En 1864 inició los estudios eclesiásticos en el seminario de Brescia, donde le había precedido su hermano Julio. Precisamente en la primera misa oficiada por éste en la casa familiar de Verola, Arcángel se había sentido particularmente conmovido y llamado a ser sacerdote como él. Aunque en esta decisión influyeron otros factores históricos. Porque la Italia de su tiempo estaba inmersa en una lucha anticlerical. La Revolución francesa dejó un reguero de mártires en la Iglesia, tanto de religiosos como de sacerdotes, sufriendo destierro otros muchos. Y estos hechos calaron en el santo: «Fue entonces cuando me decidí a ser clérigo».
En el seminario se distinguió por su piedad y por su obediencia. En esa época sufrió una funesta caída quedando afectada su pierna derecha; le dejó marcado de por vida con una cojera. Culminó los estudios en 1870 y fue ordenado sacerdote. Su fidelidad a la Iglesia y al Santo Padre le infundían el anhelo de poner a su servicio cualquier medio que tenía a su alcance para defenderlos. Abrió brecha en el apostolado en consonancia con los nuevos tiempos. Observaba que en medio de tantos contratiempos y de situaciones tensas creadas por los incrédulos –esto es, los que tenían a la Iglesia en el punto de mira crítico–, la llama de la caridad cristiana y los rasgos de piedad se mantenían vivos en el hogar de numerosas personas.
Durante el primer año de su ministerio Arcángel tuvo que permanecer en el domicilio familiar restableciéndose de la lesión contraída. De 1871 a 1873 estuvo afincado en Lodrino. Después, fue trasladado al santuario de Santa María de la Nuez, de Brescia, y durante ese tiempo ejerció como maestro. Sumamente atento con las personas necesitadas, las ayudó siempre; especialmente se ocupó de las que perdieron todos los enseres por causa de una riada, consiguiendo comida para varios centenares que alojó en la parroquia. Su celo apostólico y su buen hacer le hizo más que apropiado para integrarse en una parroquia con feligresía delicada, la de Botticino Sera, donde lo destinaron. Llegó en 1885 como coadjutor, y enseguida constató el escaso cuando no nulo entusiasmo que los ciudadanos mostraban hacia la fe. Pero le animaba un ímpetu y espíritu de entrega tales que fue conquistándolos y, a su tiempo, muchos se convirtieron.
Frágil de salud, confiándose a la divina Providencia, vivía inmerso en la oración y en la penitencia. Muchas horas del día las dedicaba a la confesión, cuidaba la liturgia, y era especialmente devoto de la Eucaristía. Fue un hombre austero, un predicador excepcional, tenía grandes dotes de oratoria de las que se aprovechó para inculcar principios morales en los fieles; lo hizo con fuerza y persuasión. La mayoría acogía sus palabras con gran emoción y deseos de penitencia. Fue nombrado párroco arcipreste de esta iglesia a los 41 años, y allí celebraría, poco antes de sorprenderle su muerte, las bodas de plata sacerdotales.
Una de sus líneas de acción apostólica fueron los niños. No solo les instruía en la fe, también se ocupaba de su salud, de que tuviesen buenas pautas higiénicas y les animaba en sus estudios. Además, hizo de ellos buenos monaguillos. Para niños y jóvenes Arcángel fue como un buen padre. Entre otras obras emprendidas, estableció la escuela de canto (introdujo el gregoriano) e incluso fundó una banda de música que tuvo gran éxito. Al reparar en la explotación que sufrían las mujeres en las fábricas –trabajaban catorce horas diarias en un ambiente moralmente degradante para recibir un mísero sueldo–, se empeñó en cercenar la injusticia. Con sus bienes fundó la Sociedad obrera católica del mutuo socorro, e inauguró una fábrica hilandera en la cual generó decenas de empleos dotándola de condiciones dignas para sus obreras. Hizo las gestiones pertinentes para que se les reconocieran los derechos mientras que estuviesen en activo y que no tuvieran problemas después de la jubilación. En este sentido, Arcángel aplicó fructíferamente la Rerum novarum de León XIII.
El jesuita padre Maffeo Franzini, amigo suyo, le aconsejó que fundara una nueva Orden para asistir a las operarias. A fin de cuentas, compartiendo con ellas su trabajo y fatigas había creado un ambiente propicio para difundir el evangelio. En 1900 con un grupo de mujeres creó la congregación de las Hermanas operarias de la santa Casa de Nazaret a quienes puso como modelo la Sagrada Familia. Esta iniciativa apostólica contó con la oposición de algunos potentados de la localidad, pero él no se arredró y siguió adelante. En un momento dado quisieron fusionar su fundación con la de las Hermanas de la Caridad de Brescia, pero el asunto no prosperó. Arcángel sufrió muchas penalidades. Fue calumniado, vilipendiado, y generalmente incomprendido incluso en estamentos eclesiales. Y aunque murió sin ver reconocida su obra dentro de la Iglesia, decía: «Dios la ha querido, la guía, la perfecciona, la lleva a término». Falleció el 20 de mayo de 1912. Fue beatificado por Juan Pablo II el 3 de octubre de 1999. Y canonizado por Benedicto XVI el 26 de abril de 2009.
San Arcangelo Tadini (foto © Suore Operaie - Picasa)
San Arcángel Tadini – 20 de mayo
«Apóstol del mundo laboral, entre otras acciones, fue artífice de la Sociedad obrera católica del mutuo socorro, generó decenas de empleos dotándolos de condiciones dignas. Aplicó fructíferamente la Rerum novarum de León XIII»