«Si se nubla el misterio de la maternidad, el mundo cae en la incivilidad»

El arzobispo Comastri presentó su libro «El ángel me dijo»

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ROMA, viernes, 16 noviembre 2007 (ZENIT.org).- En las madres se revela el amor gratuito de Dios, por eso, «si se nubla el misterio de la maternidad, el mundo se precipita en la incivilidad», afirma el arzobispo Angelo Comastri, arcipreste de la Basílica de San Pedro y futuro cardenal.

Lo dijo en la presentación de su libro en italiano «El ángel me dijo. Autobiografía de María» («L’angelo mi disse. Autobiografia di Maria, Ediciones San Paolo, 2007), presentado el 5 de noviembre pasado en el Instituto Patrístico «Augustinianum» de Roma.

En el encuentro, además del autor, estuvieron presentes el arzobispo Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, y Elio Guerriero, subdirector editorial de Ediciones San Paolo.

En el origen de la obra, están los interrogantes que tenía el autor: ¿Quién es el testigo de la Anunciación? ¿Quién es el testigo de la visita a santa Isabel? ¿Quién es el testigo del Magnificat? ¿Quién el del nacimiento en Belén e incluso del malestar y la humillación de pedir alojamiento?».

«¡Sólo María! –explica el prelado–. Y como María narró a la primera Iglesia los grandes eventos de la salvación, también hoy puede contárnoslos a nosotros».

El arzobispo Ravasi partió en su reflexión de un cuadro de Rogier Van der Weyden, uno de los principales pintores flamencos de la Edad Media, hoy expuesto en el «Museum of Fine Arts» de Boston, Estados Unidos, que representa a san Lucas retratando a Nuestra Señora que amamanta a Jesús.

«Yo creo que Comastri ha querido hacer, no con el pincel sino con las palabras, la misma operación de Lucas, interpretando el rostro de María», dijo.

Es en efecto el autor el que hace hablar a María, la María que los Evangelios trazan como la mujer del silencio por excelencia, la mujer de la contemplación del Misterio, y que en este libro habla de sí en primera persona, mediante la «extrema transparencia de la prosa», enriquecida por la «taracea de la citas», dijo el arzobispo Ravasi.

El libro incluye una separata sobre «La vida de María narrada por Giotto», con reproducciones de algunos de los frescos del gran maestro toscano a comienzos del siglo XIV, dentro de la Capilla de los Scrovegni, en Padua. Las imágenes están acompañadas por breves pasajes del Evangelio o reflexiones de Angelo Comastri, Bernardo de Claraval, Francico de Asís, Juan Pablo II, Dante Alighieri y Efrén el Sirio.

Entrevistado por Zenit, el arzobispo Ravasi dijo que «es importante lograr reconstruir de algún modo el rostro de María. Lo tenemos ciertamente en los Evangelios, pero hay un rostro espiritual que cada persona crea mediante su experiencia y la escucha del texto evangélico».

«Podemos, por ejemplo –añadió–, ver en ella los rasgos de la “Sierva del Señor”, es decir de esa mujer que se dedica completamente al primado de Dios; podemos ver en ella también el rasgo de la pobreza, es decir de ese profundo desprendimiento que es confianza en el primado del Dios que libera a los últimos de la tierra».

«Además, podemos ver en ella sobre todo la dimensión de la fe, en este desprendimiento constante y permanente que ella hace de su hijo para descubrir su misterio profundo, aquél hijo que había estado dentro de ella, y que estaba en relación inmediata con ella; pero, por último, está también y sobre todo la figura de la madre», añadió.

«El rostro materno de María está dentro de la historia del arte, en la historia de la cultura y en la historia de la espiritualidad, porque en ella se cruzan lo eterno y el tiempo, se cruzan lo infinito y lo finito, lo divino y lo humano», añadió.

Mediante «su hijo que, por un lado es el Verbo de Dios, y por otro tiene también nuestra carne, es decir nuestra historia», «María Madre es al final también el principio de la historia de la salvación cristiana», subrayó.

«Al tomar la palabra, el arzobispo Comastri dijo que, «En cada madre hay algo de María», algo de «este misterio gratuito del amor» que logra «leer el alfabeto de la vida y de la Biblia escritos por Dios».

En el marco de la conferencia, en la entrevista con Zenit, el arzobispo Angelo Comastri relató: «He conocido a María a través de mi madre y a través de mi madre he comprendido a María».

«En mi vida, hay dos recuerdos fundamentales de María y de mi madre juntas. Recuerdo cuando no tenía ni siquiera cuatros años y mi madre, a menudo, en las veladas de invierno, se entretenía conmigo en enseñarme las oraciones», dijo.

«Y recuerdo la primera vez, sentado en una silla, en la gran cocina de mi casa, que logré por primera vez decir de corrido el «Ave María», y vuelvo a ver todavía los ojos felices de mi madre que me recompensó con un beso».

«Aquel momento está todavía vivo dentro de mí y es uno de aquellos recuerdos a los que a menudo recurro para encontrar el valor y la fuerza de ir adelante en el camino de la vida».

«Otro gran recuerdo mariano, el último gran recuerdo mariano ligado a mi madre, se remonta al mismo día de su muerte. Era el 5 de mayo de 1957, y mi madre, como era su costumbre, entró a las seis menos cuarto de la mañana en mi habitación diciendo la oración del ángel: ‘Angelus Domini nuntiavit Mariae…’«.

«Sobre todo me ayudó una poesía muy querida para mí y una poesía de Giuseppe Ungaretti titulada ‘La Madre’. Aquí el poeta logra enfocar el misterio de la madre como aquella que se olvida siempre de sí misma, o mejor podríamos decir con más fuerza, aquella que no logra pensar en sí misma porque vive totalmente para los otros».

«Y bien, el poeta imagina que el último batido de su corazón haga caer la pared que lo separa de la eternidad. Y cuando entra en la eternidad, busca a su madre, porque un hijo es siempre un hijo. Dentro de sí queda siempre algo de niño», añadió

«Y he aquí la sorpresa: la madre no mira hacia el hijo, la madre mira a Dios, fija los ojos en Dios y ante Dios intercede por su hijo. Y sólo, cuando en los ojos de Dios ha leído la certeza de que el hijo ha sido perdonado, la madre suspira con alivio y sale al encuentro del hijo para abrazarlo».

«He aquí la madre: la madre es aquella que en la tierra hace realidad la más bella y más profunda visibilidad del misterio de Dios», añadió.

«Dios ha querido implicar en la gran obra de la salvación a una madre. Si hubiera faltado la madre, habría faltado un color, un color materno; habría faltado un calor, un calor materno».

«Por esto Dios quiso que junto a la cruz, en el momento más grande, del más sublime acto de amor, el amor que afronta todo el odio, toda la maldad, toda la violencia de la humanidad, hubiera una madre casi para traducirlo con el lenguaje materno a la humanidad», explicó.

«Entonces está claro que si Dios quiso junto a sí a una madre, la madre tiene un gran papel en la historia de la humanidad y en la historia de los pueblos, y si entra en crisis, si se nubla el misterio de la maternidad, el mundo se precipita en la incivilidad», comentó.

«Un gran estadista, que además no era muy amigo de la Iglesia, Clémenceau, dijo que los pueblos son educados en las rodillas de la madre».

«Si falta la madre, y hoy estamos en una crisis de la maternidad, debemos darnos cuenta y comprender todo el riesgo y la dramaticidad, cae la civilidad: no se lograr ya leer el alfabeto de la vida, no se logra ya leer ni siquiera el alfabeto de la religión, y viene a faltar una visibilidad de Dios, la visibilidad justo a través de la madre», concluyó.

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ZENIT Staff

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