Thomas Becket y la fe que no acepta compromisos

Ravasi: “Hoy, sin embargo, prevalece el ‘vivendo, e quasi vivendo’”

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ROMA, jueves 17 de marzo de 2011 (ZENIT.org).- “En la actualidad no nos interrogamos más, incluso en un momento en el que nadie hace examen de conciencia, ni siquiera nos damos cuenta de donde está el mal”. El cardenal Gianfranco Ravasi, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura, llamado para comentar el tema de la “Tentación”, inspiró su meditación en la obra de Thomas Stearns Eliot «Asesinato en la Catedral».

Precedió la reflexión del cardenal, en la iglesia de Jesús en Roma el pasado 11 de marzo, la lectura de un resumen del drama en el que Ravasi ve una similitud con la actualidad. Citó el “Fausto” de Goethe: “Hemos perdido al Gran Maligno y nos han quedado todos los pequeños sinvergüenzas”.

Escrito en 1935, a la edad de 47 años, el del poeta angloamericano es un texto en verso que recuerda el martirio de Thomas Becket, arzobispo de Canterbury, asesinado en el altar 1170. En un clima de cisma entre la monarquía inglesa y la Iglesia de Roma, después de siete años de exilio en Francia, el prelado vuelve a Inglaterra para resolver su conflicto con el rey, Enrique II. La situación política es extremadamente peligrosa, tanto para él como para sus fieles”.

La misión espiritual de Becket tropieza con los obstáculos generados por su conflicto interior, que se materializan en las figuras de los cuatro tentadores. “El primero -relata Ravasi- le recuerda al arzobispo su juventud disoluta y las imágenes evocadas a las que recurre Eliot son las de ‘flautas en los prados, violas en los salones, risas y flores de manzano flotando en el agua’, los susurros en las alcobas, la oscuridad y el vino”.

El segundo Tentador lo invita a despojarse de la túnica y vestir los trajes de Gran Canciller, pero Tomás, que sabe lo que es la fuerza atractiva del poder, habiéndose emborrachado antes con su copa, responde: “El poder con el rey… Yo fui rey, y su brazo, y su mejor razón. Pero lo que fue gloriosa exaltación hoy sería sin duda un descenso envilecedor!”.

Fracasados las dos primeras tentaciones que querían hacerlo caer, el tercer Tentador le sugiere, también en vano, que conjure contra el rey y que se alíe con los barones feudales que “representan el nacionalismo -explica Ravasi- los intereses de la casta, el juego sutil de los intereses y las pequeñas traiciones”.

Poca cosa son las seducciones del placer y del poder con respecto a la gloria del martirio, y por tanto la fascinación de la inmortalidad que le proyecta el cuarto: “¿Qué es el placer o el gobierno real, el poder de los hombres ejercido bajo un rey (…) comparado con el pleno dominio del poder del espíritu? (…) Pensad, Tomás, pensad en la gloria que después de la muerte. A rey muerto rey puesto. Mas a otro rey corresponde también otro reinado. El Santo y el Mártir reinan desde la tumba…”.

Becket, tenaz, rechaza también esta última tentación que es en sí “la traición más grande”. Y el día de Navidad, durante la homilía, explica al pueblo el sentido del martirio cristiano, que no es una coincidencia, ni es un designio del hombre… “El verdadero mártir es aquel que ha llegado a ser instrumento de Dios, y nada desea ya para sí mismo, ni siquiera la gloria del martirio”.

La verdadera tentación es esta: “Hacer lo que conviene por un motivo falso”.

Así que cuando se acercan a la catedral los cuatro caballeros enviados por el rey, amenazan a Tomás para que revoque la excomunión de los obispos que han coronado a Enrique, el arzobispo no cambia su elección, que ya estaba tomada y no huye.

Está en juego, aquí la conciencia y la coherencia, aclara el cardenal Ravasi, están eternamente en tentación y bien expresada por los sacerdotes cuando gritan “¡Cerrad las puertas! Atrancadlas… ¡Estamos a salvo, estamos a salvo!… No pueden entrar, no poseen la fuerza”. “Pretenden decir, que están salvados en su espacio protegido – aclara el purpurado – donde no quieren que la prueba grande entre”.

Tomás ordena abrir las puertas, dejando entrar a los sicarios: “Entrego mi vida a la Ley de mi Dios, por encima de la Ley del hombre”. Becket da la vida no por la gloria sino por la coherencia con su conciencia: es el momento de la manifestación de la gran dignidad, de la fe que no acepta compromisos.

Para la reflexión, el cardenal Ravasi se basa en otra obra de Eliot “Los cuatro cuartetos”, Premio Nobel de Literatura en 1948. Del texto, que celebra la entrada a la eternidad, se trasluce una gran tensión de los ideales y política.

En este punto el dramaturgo identifica, con lírica sublime” el punto de intersección entre el ‘time‘ y el ‘timeless‘, entre el tiempo y el sin tiempo. “Se trata de una ocupación de santo, escribe Eliot, que después se corrige, aclarando que no es tanto una ocupación como una cosa que es ‘given‘ y ‘taken‘, dada y recibida”, recuerda Ravasi.

Y ¿cuando se recibe este don de la eternidad? ¿Cuando se llega al momento de la intersección? En la vida está la respuesta. Incluso, subraya Ravasi, “en un morir de amor durante el tiempo de la vida” (In a lifetime’s death in love, Ardour and selflessness and self-surrender). Con la negación y el total abandono de sí.

En conclusión, en la obra maestra de Eliot “surge con evidencia el paralelismo creado por el poeta entre la vida de Becket y la pasión de Cristo, por las tentaciones del demonio y el sacrifico necesario para el rescate de la humanidad. Y entonces, como hoy, las mujeres representan el horizonte en el que ahora nos encontramos”, destacó el cardenal.

“Nosotros no vivimos en un tiempo de grandes tragedias, vivimos en un tiempo de inteligencias modestas y muy mezquinos comportamientos en en aquel vivendo, e quasi vivendo que es la típica actitud de la persona banal”. Ese flotar sin descender a la profundidad de la existencia.

En la obra de 1925, “Los hombres huecos”, Eliot escribió que este es el modo en el que termina el mundo, no con una explosión, no con un “bang”, sino con un gemido (This is the way the world ends Not with a bang but a whimper).

En “Los coros de la Piedra”, otro gran trabajo literario, Eliot comenta con una lúcida secuencia ternaria: “¿Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento? ¿Dónde está la Vida que hemos perdido viviendo?”. Literalmente -concluye Ravasi- ¿Dónde está la Vida [con mayúscula, ndr], que hemos perdido con esta vida [minúscula, ndr]?”.

Por Mariaelena Finessi. Traducción del italiano por Carmen Álvarez

[Las citas proceden de T.S. Eliot, Asesinato en la Catedral, ed. Encuentro, Madrid 1997]

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ZENIT Staff

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