(ZENIT Noticias / Ciudad del Vaticano, 06.12.2025).- Por la mañana del sábado 6 de diciembre el Santo Padre presidió la audiencia general especial que ofrece los sábados, durante el año santo del Jubileo 2025.
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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Recientemente hemos entrado en el tiempo litúrgico de Adviento, que nos enseña a estar atentos a los signos de los tiempos. Recordamos la primera venida de Jesús, Dios con nosotros, para aprender a reconocerlo cada vez que viene y prepararnos para su regreso. Entonces estaremos juntos para siempre. Junto a él, con todos nuestros hermanos y hermanas, con cada criatura, en este mundo finalmente redimido: la nueva creación.
Esta espera no es pasiva. De hecho, el nacimiento de Jesús nos revela a un Dios que nos involucra: María, José, los pastores, Simeón, Ana y, más tarde, Juan Bautista, los discípulos y todos los que se encuentran con el Señor están involucrados, están llamados a participar. ¡Es un gran honor, y qué vértigo! Dios nos involucra en su historia, en sus sueños. Esperar, entonces, es participar. El lema del Jubileo, «Peregrinos de la Esperanza», no es un eslogan que quedará obsoleto en un mes. Es un programa de vida: «peregrinos de la esperanza» significa personas que caminan y esperan, no de brazos cruzados, sino participando.

El Concilio Vaticano II nos enseñó a leer los signos de los tiempos: nos dice que nadie puede hacerlo solo, sino que juntos, en la Iglesia y con muchos hermanos y hermanas, podemos leer los signos de los tiempos. Son signos de Dios, de Dios que viene con su Reino, a través de las circunstancias históricas. Dios no está fuera del mundo, fuera de esta vida: aprendimos en la primera venida de Jesús, Dios con nosotros, a buscarlo entre las realidades de la vida. ¡Búsquenlo con inteligencia, corazón y con las manos arremangadas! Y el Concilio dijo que esta misión pertenece especialmente a los fieles laicos, hombres y mujeres, porque el Dios encarnado viene a nosotros en las situaciones cotidianas. En los problemas y las bellezas del mundo, Jesús nos espera y nos compromete, pidiéndonos que colaboremos con él. ¡Por eso esperar es participar!
Hoy quisiera recordar un nombre: Alberto Marvelli, un joven italiano que vivió en la primera mitad del siglo pasado. Criado en el Evangelio por su familia, formado en la Acción Católica, se graduó en ingeniería y se incorporó a la vida social durante la Segunda Guerra Mundial, que condenó firmemente. En Rímini y alrededores, se dedicó con entusiasmo a ayudar a los heridos, enfermos y desplazados. Muchos admiraron su dedicación desinteresada, y después de la guerra, fue elegido concejal y puesto a cargo de la Comisión de Vivienda y Reconstrucción. Así, se incorporó a la vida política activa, pero mientras iba en bicicleta a una manifestación, fue atropellado por un camión militar. Tenía 28 años. Alberto nos muestra que esperar es participar, que servir al Reino de Dios trae alegría incluso en medio de grandes riesgos. El mundo mejora si perdemos un poco de seguridad y tranquilidad para optar por el bien. Esto es participación.

Preguntémonos: ¿Estoy participando en una buena iniciativa que involucra mis talentos? ¿Tengo el horizonte y el aliento del Reino de Dios cuando presto algún servicio? ¿O lo hago quejándome, quejándome de que todo va mal? Una sonrisa en nuestros labios es señal de gracia en nosotros.
Esperar es participar: es un regalo de Dios para nosotros. Nadie salva el mundo solo. Y ni siquiera Dios quiere salvarlo solo: podría, pero no quiere, porque juntos es mejor. Participar nos permite expresar y hacer más nuestro lo que finalmente contemplaremos para siempre, cuando Jesús finalmente regrese.
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