SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS, sábado, 15 de mayo de 2010 (ZENIT.org-El Observador).- Publicamos el artículo que ha escrito monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de Las Casas, con el título "Ánimo en las adversidades".

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VER

Por los pecados reales que hay en nuestra Iglesia, que nos avergüenzan y duelen, algunos creyentes se sienten desconcertados. Aunque la mayoría de nuestro pueblo sigue siendo fiel y confía en nosotros, no falta quien aduzca las faltas eclesiales para legitimar su alejamiento de Dios y de la Iglesia. Quisieran que nos amoldáramos a los criterios pecaminosos de este mundo, y al no ceder en puntos fundamentales de fe y moral, nos pegan duro. Las fallas que ahora salen a la luz pública alegran su corazón y les dan nuevos motivos para atacarnos. Hay que analizar de quién procede una crítica, cómo es su vida, si es una persona honesta y justa. De todos modos, los pecados que son inexcusables, ponen en crisis la fe de quienes son débiles en sus convicciones. 

JUZGAR

Jesús, la noche anterior a su pasión, cuando sabía que Judas lo iba a traicionar, que Pedro lo iba a negar, que los demás lo iban a abandonar, es decir, que habría pecados muy graves de sus discípulos más cercanos, les dice: "La paz les dejo, mi paz les doy. No se la doy como la da el mundo. No pierdan la paz ni se acobarden" (Jn 14,27). Es lo mismo que decimos a los católicos: ¡Animo! ¡No pierdan la paz ni se acobarden! Cristo ha triunfado y, con El, saldremos adelante, venciendo el pecado que desfigura el rostro de la Iglesia. 

El Papa Benedicto XVI, en su reciente viaje a Malta, expresó: "Los naufragios de la vida forman parte del proyecto de Dios para nosotros y pueden ser útiles para nuevos inicios en nuestra vida... Si bien este Cuerpo (de Cristo, que es su Iglesia) está herido por nuestros pecados, el Señor sin embargo ama a esta Iglesia, y su Evangelio es la verdadera fuerza que purifica y cura... Muchas voces tratan de convencernos de dejar de lado nuestra fe en Dios y en su Iglesia, y elegir por nosotros mismos los valores y las creencias con que vivir. Nos dicen que no tenemos necesidad de Dios o de la Iglesia... Dependemos completamente de Dios, en quien vivimos, nos movemos y existimos. Sólo él nos puede proteger del mal, sólo él puede guiarnos a través de las tormentas de la vida, sólo él puede llevarnos a un lugar seguro... Mientras la nave es zarandeada por las olas, debemos poner nuestra confianza sólo en Dios". 

Ahora bien, como dijo a los periodistas que van con él a Portugal, "los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo proceden de afuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente del interior de la Iglesia, del pecado que se da en la Iglesia. Esto siempre se ha sabido, pero hoy lo vemos de manera realmente aterradora: la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos de afuera, sino que nace del pecado en la Iglesia, y la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender por una parte el perdón, así como la necesidad de la justicia. El perdón no sustituye la justicia. El Señor es más fuerte que el mal".  

ACTUAR

Debemos ser humildes y sencillos, para reconocer los errores, pecados y delitos, de antes y de ahora. La verdad histórica debe brillar, como base para la purificación de lo que haya estado mal. Negar hechos que son reales, no es camino de redención. Sin embargo, tampoco hemos de caer en un obsesivo complejo de culpa, como si toda la institución eclesial estuviera manchada. El puntito negro en la página blanca es lo que más se nota; pero la pléyade de santos, pasados y presentes, es la que hace brillar a la Iglesia. Sus cimientos son sólidos y estables, capaces de resistir los embates internos y externos. 

Analicemos quiénes y cómo amplifican nuestras deficiencias. Si lo hacen por amor a la verdad, por anhelo de justicia, por exigencia de purificación eclesial, o por el placer de atacar y la pretensión de destruir la institución que goza aún de mayor credibilidad social. 

Esta es la hora de una revisión a fondo y de una purificación sincera, ciertamente. Eso no puede faltar, pues el poder del pecado no prevalecerá. Pero también es la hora de los fuertes en la fe. Es la hora de resistir la prueba, de soportar los embates y no naufragar. Es la hora de que los verdaderos hijos de la Iglesia le demostremos nuestro amor.