ROMA, 7 marzo 2003 (ZENIT.org).- El cristianismo ha sido un motor propulsor de la auténtica libertad de la mujer, afirma Lucetta Scaraffia, una de las más conocidas estudiosas del movimiento feminista, profesora de Historia en la Universidad «La Sapienza» de Roma, en esta entrevista concedida a Zenit.

--¿Por qué hay corrientes del movimiento feminista que ven su relación con la Iglesia como un conflicto irreductible?

-- Lucetta Scaraffia: Aún cuando la investigación histórica ha demostrado que el cristianismo siempre ha demostrado un respeto y una atención a las mujeres ignoradas en las demás tradiciones culturales, persiste la convicción de que la Iglesia católica es desde siempre «enemiga de las mujeres». En realidad, si se mira desde la teología o desde la normativa eclesiástica a la historia social, la valoración de la relación entre mujeres e Iglesia resulta muy diferente.

La verdadera innovación que trajo el cristianismo fue la elección de la castidad como camino espiritual, porque ella permitió a las mujeres evitar su destino biológico. Por primera vez, de hecho, la castidad se propuso como camino espiritual a mujeres y hombres: se trataba de una idea revolucionaria en la medida en que permitía un acceso democrático, abierto entonces también a analfabetos y mujeres, a la evolución espiritual, para algunos hasta la santidad.

Para las mujeres, en fin, esta posibilidad de evitar su propio destino biológico constituyó una nueva posibilidad de seguir un camino de crecimiento espiritual y a menudo también intelectual hasta entonces negado.

La igualdad espiritual entre mujeres y hombres, por lo demás, ha sido siempre mantenida por la tradición cristiana, también en la separación de los roles y en la consideración de las mujeres como seres socialmente inferiores que caracterizaron las culturas antiguas: las virtudes heroicas necesarias para certificar la santidad de un ser humano, en efecto, son las mismas para las mujeres y para los hombres, aunque se realizan en papeles diferentes. Y el reconocimiento de la dignidad humana y espiritual de las mujeres ha conformado siempre el pensamiento de la Iglesia sobre la familia.

--Históricamente, el feminismo nace en concomitancia con el movimiento del control de la natalidad.

-- Lucetta Scaraffia: ¡Así es! El control de la natalidad se une desde el principio a dos corrientes de pensamiento: la emancipación femenina y el ateísmo, esto es, el rechazo a reconocer la voluntad de Dios en la creación de los seres humanos, de donde deriva, inmediatamente, la tentación eugenésica de intervenir para mejorar la humanidad con «instrumentos científicos».

Los movimientos neomalthusianos ingleses, de hecho, están estrechamente unidos; con frecuencia se trata de los mismos líderes, como Charles Bradlaugh con los movimientos de «librepensamiento», orientados a arrancar las raíces religiosas de la sociedad --vistas como fuente de encierro y oscurantismo--, y al mismo tiempo con científicos como Francis Galton que transportan el evolucionismo darwiniano sobre los seres humanos.

La selección eugenésica que se esconde detrás del control de la natalidad se propone por lo tanto como una intervención legítima que los científicos deben aplicar a la sociedad para acelerar el proceso natural de selección.

Las raíces de los movimientos para el control de la natalidad, que consideran la caída de los nacimientos y la libertad de abortar como signos positivos de la modernidad de un país, están así ligados a la secularización por un lado y a la emancipación de la mujer por otra, y este enlace originario sigue caracterizándolos también hoy.

--¿Cómo ha reaccionado la Iglesia frente a las limitaciones de la procreación?

-- Lucetta Scaraffia: La fuerza profética de la discutida encíclica «Humanae vitae» (1968) de Pablo VI espera aún ser reconocida incluso por algunos sectores de la propia Iglesia.

En efecto, no se trata sólo de una prohibición, sino de la identificación en los medios de control de la natalidad de un peligro preciso: el de la introducción de medios artificiales en un proceso natural de primordial importancia --el que asegura la continuidad de la vida-- según un proceso que se habría podido extender hasta llegar a un control total de la reproducción humana por parte de las tecnologías.

Hoy podemos contemplar que precisamente esto es lo que se está llevando a cabo: interviniendo con métodos científicos que cada vez son más poderosos y sofisticados, se abre la puerta a monstruosidades como la clonación o la máquina que sustituye el vientre materno en el embarazo.