CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- «El Papa, un joven como nosotros». Con esta pancarta acogieron a Juan Pablo II los 200 mil jóvenes que se encontraban reunidos en la plaza de San Juan de Letrán. En la otra gran plaza de Roma, en la de San Pedro, otros 300 mil le recibieron algo más tarde, cuando un implacable sol comenzaba a ponerse. Como los peregrinos con mochila no cabían en las dos plazas, muchos se echaron a las calles para saludarle a su paso en coche. En total, en Roma se encontraban los primeros 700 mil chicos y chicas venidos para encontrarse con el pontífice.
Fue una auténtica fiesta de color, luz, y amistad de jóvenes venidos de todos los países del planeta. El pontífice estaba particularmente en forma. Bromeó durante buena parte de las tres horas y media que pasó con ellos. Y les repitió las palabras con las que había abierto el pontificado: «no tengáis miedo, abrid, abrid de par en par vuestros corazones y vuestras vidas a Cristo».
«No tengáis miedo»
Todo el discurso con el que Juan Pablo II inauguró las Jornadas Mundiales de la Juventud, que concluirán el próximo domingo 20 de agosto, se convirtió de este modo en una invitación a los jóvenes a ser valientes, a descubrir la amistad de Cristo y a testimoniar su fe. Los jóvenes volcaron todo su cariño por el pontífice. Como una muchacha que logró saltar la valla para saludar al Papa, que la acogió con una gran sonrisa. Le entregó la bandera de Chile y el pontífice, que estaba sentado, se la puso en las rodillas durante buena parte de la ceremonia.
«¡Viva el Papa!», gritaban los muchachos. «Vive desde hace ochenta años y los jóvenes quieren que siempre esté joven», les respondió.
De los «seis» continentes
En el gran encuentro, el de la plaza de San Pedro del Vaticano, Juan Pablo II comenzó saludando a los representantes de cada uno de los países. Las palabras del Papa fueron acompañados por espectaculares coreografías de jóvenes que simbolizaban los «seis» continentes. En efecto, además de los cinco continentes geográficos, el Papa tuvo particulares palabras de cariño para los chicos y chicas que proceden del «continente» sangriento que conforman los países en guerra.
Confidencias
Uno de los pocos momentos en los que el Papa suele dejar espacio públicamente a las confidencias es cuando se encuentra con los jóvenes. Y en esta noche, no traicionó su costumbre. Recordó con los muchachos los años de su infancia, en su familia, en los que aprendió a rezar. Recordó las lecciones que le dejaron «la experiencia de la guerra y los años de trabajo en una fábrica», continuó diciendo emocionado.
«La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal surgió en el período de la segunda guerra mundial, durante la ocupación de Polonia –en ese momento los jóvenes le escuchaban con particular atención y los aplausos se calmaron–. La tragedia de la guerra dio al proceso de maduración de mi opción de vida un matiz particular. En ese contexto se me manifestaba una luz cada vez más clara: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Recuerdo conmovido ese momento de mi vida cuando, en la mañana del uno de noviembre de 1946, recibí la ordenación sacerdotal».
De los años de juventud, sus confidencias pasaron a aquel 16 de octubre de 1978, cuando después de ser elegido para la Sede de Pedro, se le hizo la pregunta: «¿Aceptas?». «Desde entonces –confesó– trato de desempañar mi misión encontrando cada día la luz y fuerza en la fe que me une a Cristo».
«Queridos amigos, ¿por qué al comenzar vuestro Jubileo he querido ofreceros este testimonio personal?», preguntó el Papa. «Lo he hecho para aclarar que el camino de la fe pasa a través de todo lo que vivimos. Dios actúa en las circunstancias concretas y personales de cada uno de nosotros: a través de ellas, a veces de manera verdaderamente misteriosa, se presenta a nosotros la Palabra «hecha carne», que vino a habitar entre nosotros».
«Juan Pablo II, ¡te quiere todo el mundo!», respondieron los jóvenes de la «generación Wojtyla».
Amor
«Así pues –concluyó–, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos, como simples números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, Él os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso cuando uno no se da cuenta de ello».
Las Jornadas Mundiales de la Juventud no podían haber comenzado mejor. El calor pegajoso y asfixiante, las seis o siete horas que pasaron de espera y encuentro, bajo un sol implacable, no empañaron el entusiasmo de los jóvenes, ni siquiera cuando ya había pasado las 9.40 de la noche. En los próximos días, hasta el sábado, los jóvenes vivirán momentos de oración, encuentro y espectáculo que culminarán en la noche del sábado con el gran encuentro con el Papa y en la mañana del domingo, con la misa de despedida. Para ese momento, el número de los participantes podría multiplicarse por dos.