De Roma a Roma: Historia de las jornadas mundiales de la juventud

Los momentos privilegiados de Juan Pablo II para encontrarse con los jóvenes

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CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- De Roma a Roma. Esta es la historia de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que comenzaron precisamente hace dieciséis años en la Ciudad Eterna y que en ella se celebran por segunda vez.

Surgidas por intuición de Juan Pablo II, las Jornadas Mundiales de la Juventud han sido el momento privilegiado de encuentro del Papa con los jóvenes. Fueron preparadas por dos grandes acontecimientos internacionales: el primero tuvo lugar en 1984, durante el año santo de la Redención; y el segundo, al año siguiente, cuando las Naciones Unidas celebraron el Año Internacional de los Jóvenes.

Esa celebración se convirtió en la excusa que le llevó a Juan Pablo II a instituir estos encuentros con los chicos y chicas de todo el mundo que se celebran a nivel diocesano o internacional en años alternos.

Después de Roma, la Jornada Mundial de la Juventud se celebró en 1987 en Buenos Aires. El lema del encuentro fue «Nosotros hemos reconocido y creído en el amor de Dios por nosotros». Juan Pablo II invitó a los jóvenes a comprender el sentido de su propia existencia a la luz de Cristo.

La tercera etapa tuvo lugar en Santiago de Compostela, en 1989. Los jóvenes siguieron las huellas de los antiguos peregrinos del Camino de Santiago, que constituyen el origen de Europa como comunidad. Allí, en lo que los antiguos consideraban el «Finisterre» (final de la tierra), el Papa invitó a los chicos y chicas a ser evangelizadores como Santiago: «No tengáis miedo: esta es la libertad con que Cristo nos ha liberado», les exhortó.

Después de la caída del Muro de Berlín, la cita tuvo lugar en Czestochowa, en 1991, donde por primera vez pudieron participar más de 100 mil jóvenes de los países del Este, muchachos y muchachas que habían sufrido la persecución de la fe bajo los regímenes totalitarios comunistas. A los pies de la Virgen Negra de Jasna Gora, Juan Pablo II les invitó a todos, a los del Este a los de Occidente, a ser constructores de la civilización del amor, cuyo «gran programa» se encuentra en la doctrina social de la Iglesia.

A los pies de las Montañas Rocosas de Denver tuvo lugar la Jornada Mundial de la Juventud de 1993. Llevaba por mensaje un pasaje tomado del Evangelio de san Juan: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia». Se convirtió en una especie de desafío para la sociedad postmoderna de las grandes metrópolis, de los rascacielos y del «business». Fue allí cuando el Papa dijo: «No tengáis miedo de salir a las calles, a los lugares públicos, como los primeros apóstoles, que predicaron a Cristo y la Buena Nueva de la salvación en las plazas de las ciudades, y de los pueblos. No es el momento para avergonzarse del Evangelio. Es el tiempo para predicarlo desde los tejados».

De América a Asia. En Manila, en Filipinas, tuvo lugar la Jornada Mundial más concurrida. Participaron varios millones de jóvenes. Nadie pudo saber el número exacto.

Y, por último, llegó París, en 1997, corazón de la Europa cristiana, y al mismo tiempo frontera de la secularización y de encuentro multicultural. En el hipódromo de Longchamps, donde se encontraba un número de jóvenes muy superior al previsto, el Papa concentró su reflexión sobre la pregunta de los discípulos: «Maestro, ¿dónde vives? Venid y veréis».

Ahora, le toca de nuevo el turno a Roma, pues en este año se celebra el gran Jubileo. En su mensaje de preparación de estas Jornadas, el Papa es claro. Dirigiéndose a los jóvenes, les dice: «No tengáis miedo de ser los santos del tercer milenio».

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ZENIT Staff

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