CIUDAD DEL VATICANO, 15 agosto (ZENIT.org).- Más de trescientos jóvenes rusos se encuentran en Roma participando en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Doscientos han recorrido miles de kilómetros en autobús, procedentes de todos los rincones de ese inmenso país, de Novosibirsk en Siberia, de los Urales, de San Petersburgo y de la región del Volga.
Además, unos cien chicos y chicas de Kaliningrado, enclave ruso que se encuentra entre los Países Bálticos y Polonia, se han unido a los grupos polacos que han salido desde Varsovia.
En 1991, en las Jornadas Mundiales de la Juventud de Czestochowa, miles de rusos aparecieron a última hora en el encuentro con el Papa. Polonia se encontraba cerca y no se requería visa para cruzar las fronteras. «En aquella época todavía existía la Unión Soviética, que se derrumbaría pocos meses después, mientras que en Polonia la democracia ya se había instalado desde 1989 –explica monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, arzobispo católico de Moscú–. Muchos jóvenes no creyentes llegaron animados por una ingenua curiosidad y por el deseo de descubrir la fe».
Ahora, la situación ha cambiado radicalmente y el viaje a Roma ha sido tan complicado que sólo los muchachos más motivados y con una clara identidad cristiana se han atrevido a emprender. Para empezar, es un viaje que cuesta muy caro (en 1991 se podía ir en tren con un puñado de rublos desde Mosca hasta Varsovia; hoy hacen falta centenares de dólares para ir a Italia).
De hecho, muchos han podido venir gracias a la ayuda que les ha ofrecido la Conferencia Episcopal de la Federación Rusa. A esto, se le añade la complicación, sobre todo para muchos chicos y chicas de provincia, de poder recibir una visa para todos los países que atraviesan en la frontera.
Hoy, en el primer encuentro con Juan Pablo II, gritaron: «Santidad, ¡ven a Moscú!».
«Sin embargo, la tercera Roma, no nos escucha», añade monseñor Kondrusiewicz, refiriéndose al patriarcado ortodoxo de Moscú –históricamente denominado «tercera Roma»– que sigue oponiéndose a la visita del pontífice al país.
De hecho, al inaugurar el Concilio de la Iglesia ortodoxa rusa –en el que se aprobó la canonización del último zar de Rusia, Nicolás II–, el patriarca Alejo II invitó a los 130 obispos presentes a colaborar con los fieles de las demás confesiones cristianas, pero al mismo tiempo denunció «el expansionismo de los católicos» en los territorios de tradición ortodoxa..
En los próximos días, el Concilio ortodoxo ruso debería aprobar un texto sobre la doctrina social, una novedad absoluta para la Iglesia rusa. La comisión preparatoria ha estudiado las encíclicas sociales de los Papas, confirma monseñor Tadeusz Kondrusiewicz, quien a petición del patriarcado ortodoxo le entregó una amplia documentación. «La intención es buena, esperamos ver los resultados», concluye el arzobispo católico.