El cardenal traza un primer balance del acontecimiento: «El Papa ha mostrado también el sábado por la noche que es verdaderamente capaz de soportar incluso los más grandes esfuerzos físicos. Pero, sobre todo, ha mostrado esa sencillez, esa inmediatez, esa espontaneidad que distingue su relación con los jóvenes. Esto sucede cuando la fe se hace verdadera experiencia de vida y desarrolla una gran capacidad de relación con nuestro prójimo. Con los jóvenes, esta relación se hace más estrecha porque los jóvenes son inmediatos y más sencillos».

En la vigilia, el Papa era otra persona, revigorizado, alegre. Prácticamente no se veía el temblor del brazo izquierdo. ¿Se lo esperaba? «El Santo Padre durante la vigilia y la Misa era esa persona que siempre he conocido: es decir, uno que reserva sus mejores energías para los momentos más comprometedores, en este sentido es muy sabio. Tiene muchas más energías de lo que normalmente se dice en los medios de comuncación».

Tanta energía ha tocado a un río de jóvenes que piden cambio. ¿Cómo explica tanto "feeling" entre el Papa y sus chicos? «Si estos jóvenes han podido ver en Roma, la ciudad de Pedro, como su patria común y, sobre todo, si han sentido a la Iglesia como madre solícita y cercana a todos, capaz de comprenderles en lo profundo y de entrar en sintonía con ellos, se debe en grandísima parte al Santo Padre y a la postura espontánea y sincera con la que abre el corazón hacia ellos».

¿También la sociedad civil y la política deberán cambiar? «Ciertamente. Tras estas jornadas y tras las profundas peticiones de cambio, de renovación, de futuro, también la sociedad civil deberá ponerse a la escucha de estos jóvenes. Nadie podrá hacer como si no hubiera pasado nada. Como ha dicho el Papa muy bien en la vigilia, del encuentro mundial llega un gran signo de esperanza, un gran signo de futuro posiblemente más positivo, porque estos jóvenes están verdaderamente animados por la intención de construir una civilización moderna pero fraterna».