MILAN, 5 septiembre (ZENIT.org).- Una madre experimenta modificaciones durante el embarazo de modo permanente por la presencia del hijo, del que «hereda», en cierto modo, algunas características y, a través del hijo, también del padre del niño. Son algunos de los sorprendentes descubrimientos que serán presentados en el Congreso «En los albores de la vida humana», organizado por el Instituto de Ginecología y Obstetricia de la Universidad Católica de Roma, dirigido por el profesor Salvatore Mancuso, y que comenzará mañana en el Vaticano en el marco del Jubileo de los profesores universitarios.
Que el hijo herede el 50% de su patrimonio genético de la madre, y que en su vida uterina «oiga» el mundo exterior a través del cuerpo materno –que condiciona de modo sustancial la vida del feto– eran datos ya conocidos. Sorprende, en cambio, saber que también la madre sufre algunas modificaciones a largo plazo a causa del embarazo justamente de la «persona» del hijo e, indirectamente, también del marido.
«Tenemos las pruebas –explica el profesor Mancuso– de que, desde la quinta semana de gestación, es decir, cuando la mujer se da cuenta de que está embarazada, pasan del embrión a la madre una infinidad de mensajes, a través de sustancias químicas como hormonas, neurotransmisores, etc. Tales informaciones sirven para adaptar el organismo de la madre a la presencia del nuevo ser. Además se ha descubierto que el embrión manda también células estaminales que, gracias a la tolerancia inmunitaria de la madre hacia los hijos, colonizan la médula materna, de la que ya no se separan. Es más, de aquí nacen linfocitos para todo el resto de la vida de la mujer».
–Usted habla de quinta semana ¿Y antes?
–Desde la quinta semana hay seguramente un paso de células, pero desde la concepción salen mensajes. Incluso durante la primera fase de subdivisión celular, cuando el embrión transita a través de las trompas, se producen transmisiones por contacto con los tejidos en los que el embrión se mueve. Luego, tras la implantación en el útero, el diálogo se hace más intenso por vía sanguínea y celular y entran sustancias químicas en el torrente sanguíneo de la madre. Por último, las células estaminales del hijo pasan a la madre en gran cantidad, tanto en el momento del parto, espontáneo o cesáreo, como en caso de aborto, espontáneo o voluntario. Estas células se implantan en la médula de la madre y producen linfocitos, que tienen un origen común con las células del sistema nervioso central, tienen receptores para los neurotransmisores y pueden hacer pasar mensajes que el sistema nervioso materno capta. Se abre un territorio de investigación sorprendente: son informaciones de enorme importancia sobre las primeras fases de la vida.
–Por tanto, es difícil hacer rígidas divisiones de las fases de desarrollo del embrión.
–Cuando se hacen distinciones entre embrión y pre-embrión se comete un gran error. En una fase tan inicial, no se puede ciertamente hablar de sistema nervioso central, pero los mensajes que manda el embrión a la madre expresan manifestaciones propias de la especie humana. Y se usan instrumentos que son sustancias químicas muy especializadas y células como las estaminales. Hay que recordar que si faltase la comunicación, el organismo materno rechazaría al embrión. El diálogo permite la acogida perfecta de un organismo extraño al 50% del patrimonio genético de la madre. De hecho estas sustancias químicas que expresan las exigencias nutricionales y metabólicas del embrión a la madre provocan en ella una depresión inmunitaria que facilita la acogida del nuevo ser.
–¿Cuánto tiempo dura esta influencia del feto sobre la madre?
–Las células estaminales han sido encontradas en la madre incluso treinta años después del parto. Se puede decir por tanto que el embarazo no dura las 40 semanas canónicas sino toda la vida de la mujer. Y debe hacer reflexionar también acerca de las hipótesis de un útero «de alquiler»: en este caso, la madre que alberga al embrión acoge a un ser que tiene el patrimonio genético extraño al 100% y que la «modificará» para el resto de la vida. No tenemos idea de las consecuencias a distancia de tales operaciones. Y se presentan nuevos interrogantes también para las técnicas de fecundación artificial de tipo heterólogo.
–Sorprende también la idea de que algo del padre se transfiera a la madre.
–Son territorios todavía por explorar. Ciertamente se impone una reflexión sobre un nuevo modo de entender el embarazo. Se crea indudablemente un lazo estrecho también entre mujer y hombre, porque el hijo tiene en un 50% las características genéticas del padre. Y las células estaminales hematopoiéticas (que han sido encontradas incluso en el hígado de la madre como hepatocitos) van a la médula y producen células hijas, linfocitos y neurotransmisores con la capacidad de dialogar con el sistema nervioso central materno. Es un poco como si los «pensamientos» del hijo pasasen a la madre incluso muchos años después de su nacimiento.