CIUDAD DEL VATICANO, 15 sep (ZENIT.org).- «Hombres en paz» y «hombres
de paz». Con estas dos pinceladas trazó Juan Pablo II esta mañana el perfil
de los legados pontificios, los «embajadores» del Papa ante las Iglesias
particulares y los gobiernos de los países e instituciones internacionales.
En estos días han llegado al Vaticano 150 representantes pontificios, quienes
se reunieron esta mañana en el atrio de la Basílica de San Pedro, en el Vaticano,
para cantar las «Laudes Regiae». A continuación, los «diplomáticos» del Papa,
como un penitente más en señal de conversión, atravesaron la Puerta Santa.
Llegaron así hasta el altar de la Cátedra de San Pedro donde concelebraron
la eucaristía jubilar, presidida por el secretario de Estado vaticano, el cardenal
Angelo Sodano.
La cruz del legado pontificio
En la homilía, el brazo derecho del Papa en la guía de la Santa Sede tocó los
aspectos más peculiares de la figura del representante pontificio, a la luz de
la fiesta que en ese día celebraban los católicos: la Virgen de los Dolores,
que recuerda el camino de la Cruz, «ese camino que todo apóstol de Cristo
–dijo el purpurado– tiene que recorrer si quiere cooperar con la obra de
redención».
«La experiencia común nos enseña que la existencia de un enviado pontificio
comporta grandes dificultades –dijo Sodano, quien también fue durante años
nuncio apostólico–: la lejanía del propio ambiente, la dificultad para adaptarse
a otro contexto cultural, en algunos casos la prueba de la soledad o de la
enfermedad, sin considerar las espinas propias del trabajo metódico y
silencioso típico de un nuncio apostólico».
«Martirio de la paciencia»
El jefe de la diplomacia vaticana recordó, en este sentido, el significativo
título que el cardenal Agostino Casaroli, su predecesor en el cargo, quiso
dar al libro en que recoge sus memorias: «El martirio de la paciencia». Ahora
bien, consideró que si el nuncio ofrece su contribución con amor a los
episcopados y a los gobiernos locales puede encontrar la felicidad incluso
en las tribulaciones de su trabajo.
Hombres de paz
Tras la misa, todos los representantes pontificios –incluidos los que ya se
encuentran retirados por razones de edad– se encontraron con Juan Pablo
II en la Sala Clementina dl Vaticano. El Papa les acogió con el saludo pascual
de Cristo a sus apóstoles: «¡La paz esté con vosotros!». De hecho, explicó el
obispo de Roma, el hombre de paz debe contribuir, como el representante
pontificio, en el misterio de comunión que Cristo confió a Pedro y a sus sucesores.
En su discurso, Juan Pablo II recordó dos ilustres personalidades que desempeñaron
tareas de representación pontificia y que brillaron por auténtica santidad de vida:
Pío IX y Juan XXIII, a quienes presentó el 3 de septiembre pasado como modelos
de virtud cristiana para toda la Iglesia con motivo de su beatificación.
El pontífice recalcó la importancia de la labor del nuncio al servicio de la paz
tanto dentro en la Iglesia como en la sociedad del país al que ha sido destinado.
Por una parte subrayó que los nuncios son en primer lugar «testigos de su
ministerio de unidad ante las Iglesias locales»: estáis, puntualizó, «al servicio
de la unidad de todos los cristianos». Por otra, constató «el trabajo de
intermediación llevado a cabo ante las instancias políticas y sociales de
los países en los que actuáis o en las relaciones con los organismos
internacionales. Vuestro objetivo constante es promover la paz», concluyó.
Después de la audiencia con el Papa, los representantes pontificios comieron
juntos en la Casa de Santa Marta y en la tarde se reunieron junto a sus
superiores de la Secretaría de Estado en el Aula del Sínodo para participar
en un intercambio de ideas y directivas sobre su misión en el mundo.