CIUDAD DEL VATICANO, 18 sep (ZENIT.org).- Promover el diálogo entre judíos y
cristianos y lucha contra todo tipo de discriminación social o religiosa.
Esta es la propuesta que hizo esta mañana Juan Pablo II al recibir al nuevo
embajador de Israel ante la Santa Sede.
En su encuentro con el representante israelí, Yosef Neville Lamdan, de 62
años, nacido en Glasgow (Escocia) y diplomático de carrera al servicio del
Foreign Office y del Ministerio de Exteriores de Tel Aviv, el pontífice
aprovechó también para impulsar el proceso de paz en Oriente Medio que pasa
necesariamente por la solución a través del diálogo (y no la imposición) de
la cuestión de Jerusalén.
Diálogo judíos y cristianos
El Papa insistió en la necesidad de promover y la colaboración entre judíos
y cristianos: «Es necesario un nuevo esfuerzo mutuo a todos los niveles para
ayudar a los cristianos y a los judíos a conocer, respetar y estimar más
plenamente las creencias y tradiciones del otro. Es la manera más segura
para superar los prejuicios del pasado y levantar una barrera contra las
formas de antisemitismo, racismo y xenofobia que resurgen hoy en algunos
lugares. Hoy, como siempre, no son la fe ni las prácticas religiosas
genuinas las que dan lugar a la tragedia de la discriminación y de la
persecución, sino la pérdida de la fe y el auge de actitudes egoístas y
materialistas privadas de los valores verdaderos, una cultura del vacío».
Paz en Oriente Medio
A continuación, subrayando «la difícil perspectiva de una paz definitiva en
Oriente Medio», el Papa afirmó que «la continuación del diálogo y de las
negociaciones constituye de por sí un desarrollo significativo». Y recalcó
que «a veces los obstáculos para la paz parecen tan grandes y numerosos que
hacerles frentes parece humanamente imposible. Pero lo que parecía
impensable hasta hace pocos años ahora se ha transformado en realidad o por
lo menos en materia de discusión abierta, y esto debe de convencer a todos
los interesados de que es posible llegar a una solución».
La cuestión de Jerusalén
Juan Pablo II hablando de la «delicada cuestión de Jerusalén» dijo al
embajador que «la preocupación principal de la Santa Sede es que se mantenga
el carácter religioso único de la Ciudad Santa mediante un estatuto especial
garantizado internacionalmente. La historia y la realidad presente de las
relaciones interreligiosas en Tierra Santa es tal que no es previsible una
paz justa y duradera sin alguna forma de sostén por parte de la comunidad
internacional» para poder «conservar el patrimonio religioso y cultural de
la Ciudad Santa, un patrimonio que pertenece a judíos, cristianos y
musulmanes».
«Está en juego –concluyó el Papa– no sólo la conservación y el libre
acceso a los santos lugares de las tres religiones, sino también el libre
ejercicio de los derechos religiosos y civiles ligados a los miembros,
lugares y actividades de las diversas comunidades».