La intervención de monseñor Dominique Rézeau, jefe de la delegación de la Santa Sede, tuvo lugar el pasado 18 de septiembre. Sin embargo, no fue publicada hasta ayer por la tarde.
El arzobispo reconoció que «los tratados de no proliferación de armas nucleares de 1970, y el de prohibición total de experimentos nucleares, en curso de ratificación, son pasos considerables hacia un desarme nuclear universal, progresivo y controlado». Ahora bien, explicó que los Estados «no pueden ignorar los factores humanos y morales» que implica la energía nuclear. En este sentido, consideró que «las ventajas de un empleo correcto y seguro de la energía nuclear no son despreciables para el desarrollo de los países menos favorecidos» y pueden «mejorar las condiciones de vida de muchas personas».