GULU, 6 dic 2000 (ZENIT.org).- Antes de morir víctima del despiadado virus de Ébola ha dicho dos cosas: «Señor te ofrezco mi vida. Y te pido que mi muerte sea la última».
Era Matthew Lukwiya, un médico ugandés, que fue el primero que lanzó la alarma contra el virus de Ébola en su país. Era también, dice al diario Avvenire por teléfono desde Gulu el misionero comboniano padre Cosimo De Iaco, «un protestante que ha respirado el espíritu católico de Lucille Corti, (la doctora muerta en Gulu de sida, contraído en su obra de asistencia a los enfermos). Lo ha absorbido y transmitido a causa de su total dedicación llevada al máximo para intentar salvar la vida de un enfermo».
El doctor Lukwiya, de 43 años, era una figura fuera de lo común. Nacido en una aldea perdida de Uganda, Pagimo, se había distinguido por su brillante inteligencia en los estudios de medicina. Pero había sabido mantener la humildad necesaria que lo hacía cercano a la gente pobre.
Fue el primero que se dio cuenta hace dos meses de que aquella misteriosa sucesión de muertes estaba causada por el virus de Ébola. No le creyeron al principio y se rieron de él por exceso de alarmismo. Pero él empezó a organizar el departamento del hospital misionero católico de Lankor, en el distrito de Gulu.
El ministro de Sanidad de Uganda, ante el féretro, ayer, habló de este doctor como de un «héroe muerto en el frente de guerra».
«Tenía gran cuidado de todos sus enfermos, no sólo desde el punto de vista médico –dice el padre Cosimo–. Se acercaba a cada enfermo y cuidaba de él personalmente. No les trataba como casos clínicos sino como personas humanas. Y se interesaba también por sus problemas familiares. A menudo se quedaba con sor Dorina a rezar por todos. Su trabajo más grande ha sido el de organizar y motivar a los enfermeros. Les daba una fuerte carga de ánimo para intervenir en un terreno tan peligroso, minado de Ébola. Porque afrontar este virus no quiere decir sólo tener gran profesionalidad, sino también profundísimas motivaciones de carácter humano».
«Durante los funerales del doctor Lukwiya –añade el misionero– escuché el grito de la gente: ¿Ahora que ha muerto, quién nos salvará del Ébola? Era visto como una esperanza. También porque gracias a su empeño y a su inteligencia se ha contenido la difusión».
Antes de perder conciencia, rezó con su mujer; alguno oyó sus palabras: «Tú, Señor que has hecho prodigios, puedes hacer grandes cosas para liberarnos. Puedes salvarnos. Nos ponemos en tus manos. Que se haga tu voluntad».
Toda Gulu está rezando en estos momentos. Tenía tres masters universitarios y uno de ellos obtenido en el Instituto de Medicina Tropical de Londres. Querían que se quedara en Gran Bretaña como profesor universitario. Pero declinó la oferta porque quería volver para ayudar a su gente.
«Es un gravísima pérdida –concluye el padre Cosimo–. Ahora para honrar su sacrificio hay que llevar adelante su batalla».