CIUDAD DEL VATICANO, 5 abr 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ofreció esta mañana, al encontrarse con el presidente Fernando de la Rúa pautas decisivas para que Argentina pueda superar la crisis económica actual y evite las duras repercusiones sociales que podría acarrear.
Ofrecemos a continuación el texto íntegro del discurso que pronunció el Santo Padre en la audiencia concedida al mandatario que tuvo lugar esta mañana en el Vaticano.
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Señor presidente:
1. Me es muy grato darle la bienvenida en este encuentro y saludarle muy cordialmente como supremo mandatario de la República Argentina, la cual está siempre presente en mi corazón, en mi recuerdo y en mi oración. Saludo igualmente a quienes le acompañan: su distinguida esposa, el Señor Canciller y los ilustres miembros de su delegación. Y desde aquí quiero tener un entrañable recuerdo para todos los hijos e hijas de su noble País, desde la Quiaca hasta la Tierra del Fuego.
Le quedo muy agradecido por las amables palabras con que ha querido hacerme presente el respeto y afecto de todos los argentinos, así como exponerme los propósitos que animan la acción de su Gobierno, en los albores del tercer milenio de la era cristiana, en un momento en que la Argentina se prepara a celebrar el segundo centenario de su independencia. A este respecto, deseo recordar cómo la presencia de la Iglesia católica ha acompañado siempre el camino de los argentinos, alentándolos con la predicación de la palabra de Dios y la propagación de los valores cristianos que hoy forman parte del patrimonio espiritual de la Nación.
2. Su visita a la Sede del sucesor del apóstol San Pedro tiene lugar unos meses después de la clausura del Gran Jubileo, con el cual hemos celebrado el bimilenario de la Encarnación del Hijo de Dios, acontecimiento central de la historia, que la Iglesia proclama como el momento de la plenitud de los tiempos (cf. Gal 4,4). Esta celebración ha significado para toda la Iglesia un momento de especial intensidad y ahora, con la mirada puesta en el rostro de Cristo y animada por su palabra, «duc in altum- rema mar adentro» (Lc 5,4), se dispone a afrontar con confianza los desafíos del momento presente, iluminando así las decisiones que se vayan tomando para el adecuado progreso y bien de la humanidad.
En el desarrollo del gran Jubileo su país ha participado activamente, tanto en las diferentes diócesis en los diversos encuentros que han tenido lugar en Roma. Cómo no recordar, a este respecto, las diversas iniciativas a nivel local, especialmente la celebración del Congreso Eucarístico de Córdoba, donde los Obispos quisieron dar también una contribución a la reconciliación nacional, como Usted mismo ha señalado en sus palabras. Por lo que se refiere a las celebraciones en Roma, estoy seguro de que los numerosísimos jóvenes argentinos que asistieron a la Jornada Mundial de la Juventud, el mes de agosto pasado, sabrán comunicar y testimoniar a sus coetáneos la singular experiencia religiosa vivida en comunión con jóvenes de todo el mundo. Así mismo, el notable número de participantes de su país en el Jubileo de los gobernantes y legisladores hace esperar en la voluntad, por parte de ellos, de desempeñar su función pública según los principios cristianos y como un verdadero servicio a todos los estratos de la sociedad argentina. Por todo ello, deseo manifestar mi reconocimiento por la obra llevada a cabo por los pastores de esa querida nación, en la que han colaborado diversas autoridades, incluido el Parlamento mismo.
3. Su país, señor presidente, tiene hondas raíces católicas, por lo cual ha mirado siempre a la Iglesia y a esta Sede Apostólica como un punto de referencia para su propia identidad e historia. Cuando en el suelo argentino surgieron las primeras voces que reclamaban libertad e independencia, los próceres de la Patria no olvidaron la referencia a Dios en la naciente República y así posteriormente se plasmó en el preámbulo de la Constitución la invocación de su Santo Nombre como fuente de toda razón y justicia. Belgrano propuso el emblema nacional con los colores de la Inmaculada, azul y blanco, y así, bajo esa divisa se sienten hoy amparados todos los argentinos.
Por esto los valores cristianos están presentes en la cultura, en la historia y en algunos enunciados de la legislación de su País. A estos principios se han adherido, a lo largo de estos casi dos siglos de su existencia como Nación, gentes de muy diversas procedencias o creencias y que han encontrado en su nueva patria un efectivo respeto para cada minoría étnica o religiosa, en consonancia con la declaración constitucional que abre las puertas del País «a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino».
4. La Santa Sede ha seguido con especial atención los diversos momentos históricos de la Argentina. Cabe mencionar aquí algunos profundamente significativos, que quedaron fuertemente impresos en el recuerdo del pueblo argentino. Así fue la visita a la Capital Federal del entonces Cardenal Eugenio Pacelli, más tarde Papa Pío XII, como Legado Pontificio para el XXXII Congreso Eucarístico Internacional de Buenos Aires, que dejó una huella indeleble en la Iglesia de su Nación, al dar un fuerte impulso renovador a la presencia creciente del laicado en la Iglesia y en la sociedad.
Deseo recordar también las dos visitas pastorales que he realizado a su país, experimentado la calurosa acogida y el afecto de los argentinos. Fue en junio de 1982 cuando me sentí muy apremiado por unas circunstancias dramáticas de su vida nacional. Con mi presencia quise alentar, a la luz del Evangelio y de la doctrina social católica, el entendimiento y armonía entre los pueblos, propugnando el bien insustituible de la paz frente a riesgos de extremo peligro internacional.
Por otra parte, la causa de la paz y del entendimiento entre los pueblos me llevó a aceptar la mediación entre su País y la hermana República de Chile, al borde también de un conflicto bélico como consecuencia de la controversia surgida en la zona del Canal de Beagle. Gracias a Dios, prevaleció la razón y el espíritu de concordia, evitándose la catástrofe de una guerra de imprevisibles consecuencias con la firma del Tratado de Paz y Amistad el 29 de noviembre de 1984, lo cual posibilitó que lo que pudo ser el escenario de un conflicto se haya convertido en una zona de colaboración, de recíprocas visitas amistosas y de proyectos de desarrollo.
5. La Iglesia católica, por encima de contingencias políticas y coyunturales, desea promover el bien integral de los ciudadanos, a pesar de los condicionamientos internacionales y de circunstancias internas complejas, que se sienten muy fuertemente en los momentos presentes. Una parte notable de la población experimenta sus gravosas consecuencias, resultando afectados mayormente los estratos sociales más necesitados. El desempleo, lleva a personas, familias o grupos sociales a pensar en la emigración para buscar mejores horizontes de vida.
6. Ante esta situación, su Gobierno es consciente de que urgen medidas orientadas a crear un clima de equidad social, favoreciendo una mayor justicia distributiva y una mejor participación en los grandes recursos con los que cuenta el país. Sólo así se podrá lograr una situación de paz en la justicia, basada en el esfuerzo común y en una economía que esté al servicio del hombre. De este modo el País podrá contribuir a hacer realidad, en el contexto latinoamericano y mundial, la línea de los valores comunes que soñaron San Martín y Bolívar, favoreciendo la promoción integral de los pueblos de la zona y sus legítimos intereses.
Los Obispos de Argentina, conscientes de esa problemática, reafirman los principios de la doctrina social católica, por encima de las vicisitudes políticas. Confío en que su voz encuentre eco en los responsables de la cosa pública, h
aciendo realidad dichos principios en la sociedad para evitar aquellos comportamientos que pudieran favorecer la corrupción, la pobreza y todas las demás formas de violencia social que derivan de la ausencia de solidaridad. Las grandes reservas morales del pueblo argentino garantizan, con fundada esperanza, el futuro.
7. Este mismo pueblo ha dado pruebas de su apego a los grandes valores, como la honestidad, la justicia, el respeto a la vida desde su concepción hasta la muerte natural. Argentina ha sostenido con empeño esos valores en diversos foros de debate, también internacionales. Frente a una concepción ampliamente difundida, que con frecuencia privilegia actitudes egoístas, poco respetuosas con los principios que protegen el primer y fundamental derecho humano, el derecho a la vida, es de justicia reconocer la clarividente y humanista visión de países soberanos, como el suyo, que son ejemplo de posturas en consonancia con el derecho natural.
Es sabido que el progreso no puede alcanzarse negando los valores humanos y morales fundamentales, ni se logra tampoco favoreciendo medidas que puedan atentar a la moralidad pública, lo cual llevaría a consecuencias negativas no sólo en el ámbito ético sino en perjuicio de la sociedad misma. No se puede permanecer indiferente ante estas situaciones, que ponen en peligro la defensa de la familia, célula fundamental de la sociedad, anterior al estado mismo, y que, como Usted ha recordado en sus palabras, es la verdadera escuela del más rico humanismo, forjadora de hombres y mujeres capaces de encarnar las virtudes más genuinas.
8. Señor presidente: al concluir este encuentro deseo formular mis mejores votos para Usted y su familia, para sus colaboradores en el Gobierno y para todo el querido pueblo argentino. Pido a Dios que la noble Nación Argentina pueda superar pronto las dificultades del presente y emprender una nueva singladura en paz, prosperidad y progreso integral, en el que cada ciudadano viva con dignidad y serenidad en su propia tierra. A Dios, Padre de todos, encomiendo con particular afecto a cuantos han sufrido y sufren por heridas de un pasado doloroso. Invoco con amor la paz del Señor sobre los difuntos y la gracia de la reconciliación nacional.
Que la Virgen de Luján, Patrona de Argentina, proteja a todos sus hijos para que retomen con entusiasmo el camino del progreso fundado en el esfuerzo generoso, animados por la esperanza de un futuro promisorio. Para ello le imparto de corazón a Usted, señor presidente, y a todos sus compatriotas una especial bendición apostólica.