CIUDAD DEL VATICANO, 12 abril 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II exige a los obispos y sacerdotes que sean santos pues de su entrega depende en buena parte el testimonio de santidad que pueden ofrecer las comunidades cristianas en el mundo.
El llamamiento del pontífice tuvo lugar en un momento muy particular: la misa crismal con la que dio inicio a los tres días santos en los que los cristianos recuerdan la pasión, muerte y resurrección de Cristo.
En la eucaristía, el pontífice bendijo los santos óleos que serán utilizados durante todo el año para la administración de los sacramentos. Concelebraron con él los obispos y sacerdotes presentes en Roma, en la basílica de San Pedro del Vaticano.
Antes de que los cientos de presbíteros presentes renovaran sus promesas sacerdotales, Juan Pablo II recordó que el sacerdocio y el episcopado es «un camino de santidad».
«Es un camino que cada uno recorre de manera personalísima, conocida sólo por Dios, quien escruta y conoce los corazones», aclaró.
«Si bien es verdad que nadie puede hacerse santo en el lugar de otro –continuó diciendo el Santo Padre–, también es cierto que cada uno debe hacerse santo con y por los demás, siguiendo el modelo de Cristo».
«La santidad personal, ¿no se nutre acaso de esa espiritualidad de comunión, que siempre debe preceder y acompañar las iniciativas concretas de caridad?», preguntó Juan Pablo II y respondió: «Para educar en ella a los fieles, a nosotros, pastores, se nos pide dar un testimonio coherente».