ROMA, 13 abril 2001 (ZENIT.org).- La gran novedad de las Jornadas Mundiales de la Juventud que reunieron en Roma a dos millones de jóvenes fue el redescubrimiento del sacramento de la confesión.
El espectáculo que ofreció en esos días de pegajoso calor de agosto el Circo Máximo de la Ciudad Eterna no tenía precedentes en la historia: miles y miles de jóvenes esperaban con paciencia su turno para acercarse a recibir la caricia del perdón de Dios. Miles de sacerdotes durante horas soportaron temperaturas superiores a los 35 grados para impartir el sacramento del perdón.
Y, sin embargo, el padre Luca Ferrari, responsable del Servicio de Confesiones para la Jornada Mundial de la Juventud del año 2000 reconoce que cuando propuso por primera vez esta idea fue recibida por algunos con escepticismo. Más de alguno afirmaba que parecía algo del pasado.
«Ha sido la cita más grande con el sacramento de la reconciliación de la que tiene memoria la Iglesia», constata el padre Ferrari en declaraciones a Zenit al hacer un balance de aquellas Jornadas Mundiales.
«Al principio no fue fácil convencer a todos –confiesa–. Alguno se preguntaba si no sería mejor que religiosos, religiosas o al menos seminaristas organizaran actividades de acompañamiento a los jóvenes. Decidimos emprender este nuevo camino. Creímos que había llegado la hora de hacer redescubrir a todos esos jóvenes uno de los tesoros más preciosos que el Señor resucitado ha entregado a la Iglesia. Para ello, utilizando la expresión de uno de los muchachos, era necesario «sacar del armario el sacramento», en donde ha estado encerrado desde hace demasiado tiempo».
«La tradición cristiana –subraya el padre Luca– comprende la necesidad de una penitencia pública para un pecado público, o de la fiesta tras la reconciliación. Muchos de estos aspectos se encontraban ya en los primeros siglos del cristianismo para expresar una exigencia fundamental de Dios, de la Iglesia y de cada persona necesitada de conversión».
La respuesta de los jóvenes sorprendió a los organizadores, ofreciendo signos, como ha constatado Juan Pablo II en su carta a los sacerdotes con motivo del Jueves Santo 2001, de superación de la crisis que atraviesa desde hace años este sacramento.
«En definitiva –afirma el padre Luca– en el Circo Máximo se dio el fecundo encuentro entre la demanda existencial de todo joven, incluso cuando no es conscientemente cristiano, y la respuesta gratuita de la fe a su necesidad de vida».
Ahora, explica, «corresponde a la catequesis restituir y transmitir la doctrina sobre la Gracia de manera inteligible y esencial, como respuesta a la búsqueda de sentido de todo joven. A la comunidad cristiana le toca vivir los sacramentos como expresión de una relación vital con Dios y con los hombres. Por el contrario, una preocupación teológica que se pierde en cuestiones periféricas corre el riesgo de hacer más difícil a los jóvenes la comprensión genuina de la acción de Dios».
«Hoy están de moda las fáciles lágrimas de cocodrilo y las manifestaciones exasperadas de los propios sentimientos –concluye el padre Ferrari–. Como testigo privilegiado, puedo decir que en el Circo Máximo se respiró el clima de un auténtico Pentecostés en el que las lágrimas salían con sinceridad y en abundancia, sin retórica. Un espectáculo increíble de jóvenes y sacerdotes que lloraban de alegría, durante tres días, hasta el punto de querer que se detuviera el tiempo».