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Jun 28, 2001 00:00
CASTELGANDOLFO, 28 junio 2001 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación la intervención de Chiara Lubich, fundadora del Movimiento de los Focolares, con la que abrió el Congreso sobre "Movimientos eclesiales para la nueva evangelización", que reúne del 26 al 29 de junio en Castelgandolfo (Roma) a más de 1.300 sacerdotes, diáconos, seminaristas católicos, así como a ministros de varias tradiciones cristianas de los cinco continentes.
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Excelencias, reverendos y queridos sacerdotes:
En primer lugar un saludo a todos los presentes, deseándoles unos felices días en este encuentro, expresión de la primavera de la Iglesia, que ya se manifiesta.
Mi discurso, en el contexto de este Congreso, sobre el tema: "Los Movimientos eclesiales para la nueva evangelización", lleva como título: "La nueva evangelización especialmente en la experiencia del Movimiento de los Focolares".
Lo desarrollaré en tres partes.
Primero me referiré al pensamiento de Juan Pablo II sobre la "nueva evangelización".
Después trataré de analizar si el Movimiento de los Focolares, así como los demás Movimientos y Comunidades eclesiales, pueden realmente considerarse "verdaderos dones de Dios para la nueva evangelización", como el Santo Padre afirma.
En la tercera parte ofreceré un ejemplo concreto de "nueva evangelización".
Juan Pablo II y la "nueva evangelización"
El Santo Padre usa por primera vez la expresión "nueva evangelización" en el año 1983, cuando anuncia una "evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos y en sus expresiones" (1).
En 1988 explica estas características y dice que la evangelización será "nueva en su ardor" si, a medida que procede, crece también, en quien la promueve, la unión con Dios.
Será "nueva en sus métodos" (2), si la realiza todo el pueblo de Dios. Será nueva "en sus expresiones", si será conforme a lo que el Espíritu le sugiere.
El primer anuncio que, según el Santo Padre, esta evangelización tendrá que dar será el siguiente: "El hombre es amado por Dios (...) La palabra y la vida de cada cristiano pueden y deben hacer resonar este anuncio: ¡Dios te ama, Cristo ha venido a la tierra por ti!" (3).
Porque -sigue diciendo- "la evangelización es el esfuerzo que realiza la Iglesia para proclamar a todos que Dios los ama, que dio su vida por ellos en Cristo y que los invita a una vida eterna de felicidad" (4).
"Esta nueva evangelización -además- dirigida no sólo a individuos, sino también a enteros grupos de poblaciones (...) está destinada -según el Papa- a la formación de comunidades eclesiales maduras. (...)
Los laicos -añade- tienen que cumplir con su parte en la formación de tales comunidades eclesiales, no sólo con su insustituible testimonio (la consecratio mundi a través de los distintos ambientes humanos), sino también con su acción misionera entre quienes todavía no creen o ya no viven la fe recibida con el bautismo" (5).
Todas estas indicaciones el Santo Padre las da para una evangelización realmente nueva, como la siguiente, muy importante:
"No se puede -según su parecer- evangelizar", si antes no se evangeliza a uno mismo, "si no se es personalmente objeto de evangelización" (6).
Y explica: "Alimentarnos de la Palabra para ser ´servidores de la Palabra´ en la tarea de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio" (7), porque "solamente un hombre transformado por la ley de amor de Cristo (tomada del Evangelio) puede obrar una verdadera «metánoia» (= conversión) de los corazones y de la mente de los demás hombres, del ambiente, de la nación o del mundo. (...)".
Y continúa: "La transformación (del hombre) se convierte así en fuente de testimonio que el mundo espera. Esta se resume antes que nada (en el amor al prójimo) en las obras de misericordia" (8).
El Santo Padre concentra pues la reevangelización personal en la práctica del amor, donde está toda la Ley y los profetas. Amor que, para él, debe ser vivido por cada persona, pero también por varias personas, llegando a ser así recíproco.
De hecho, sabemos que el Papa, hace pocos meses en la «Novo Millennio Ineunte», resumió el deber de una formación evangélica de cada cristiano, en la actuación del mandamiento nuevo. E invitó a todo el pueblo, que desde 1983, había exhortado a la "nueva evangelización" (es decir, para aquellos que están en los vértices de la Iglesia institucional hasta el último fiel), a vivir una necesaria "espiritualidad de comunión" que de ella nace. Espiritualidad de comunión que el Santo Padre considera posible si todos tienen ante sí, como modelo, como "llave" de la comunión el rostro dolorido de Jesús crucificado y abandonado.
Precisamente al amor recíproco -añadimos nosotros- miraban los primeros cristianos para revelar a Cristo al mundo, es decir, para evangelizar: "De esto reconocerán que son mis discípulos, si se aman los unos a los otros" (cf. Jn 13, 35).
Será el amor recíproco, será una "espiritualidad de comunión" vivida, la que hará posible aquella santidad que el Santo Padre considera también necesaria para la evangelización: "De la misma manera, y más aún, que para las verdades de fe -afirma- la nueva evangelización manifiesta su autenticidad y, al mismo tiempo, difunde toda su fuerza misionera, cuando se realiza donando no sólo la palabra anunciada sino también la palabra vivida. En particular a través (...) de la vida de la santidad" (9).
Y ahora pasamos a la Palabra anunciada. Él cree que la "nueva evangelización, como siempre ha sido, será eficaz si sabe proclamar desde los tejados lo que ha vivido en la intimidad con el Señor" (10).
"Hace falta reavivar en nosotros -dice- el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés" (11).
Y comenta lo que hoy sucede: "Se ha venido abajo, incluso en los países de antigua evangelización, la realidad de una ´sociedad cristiana´, la cual, aún con sus múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy nos enfrentamos con (...) una situación que cada vez es más (...) difícil, en el contexto de la globalización y del nuevo y cambiante encuentro de pueblos y culturas que la caracteriza (...). Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: ´¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!´ (1 Co 9, 16)" (12).
Y por último se dice convencido -es el concepto ya tratado- que los Movimientos eclesiales "representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha" (13).
Nueva evangelización y el Movimiento de los Focolares
Así dice el Papa.
Ahora pasamos a la segunda parte.
Si el Santo Padre afirma que nuestros Movimientos y las Nuevas comunidades eclesiales son "un don para la Iglesia en vista de la nueva evangelización", debemos creerle. Él nos conoce bien.
Ahora trataré de verificar esto analizando el Movimiento que he visto nacer y crecer: el Movimiento de los Focolares. Y lo hago con gusto porque muchos de los presentes forman parte del mismo y otros desean conocerlo.
La "nueva evangelización" debe ser -dice el Papa- nueva en el ardor, es decir, realizada de modo que, a medida que avanza, hace crecer también, en quien la promueve, la unión con Dios.
Pienso que es precisamente éste el efecto que produce en el corazón de los focolarinos, sacerdotes y laicos, evangelizadores.
Estos, impulsados por su carisma, ponen siempre como base de todo el amor al prójimo y sabemos que esto es la raíz del amor por Dios, del crecimiento de la unión con Él. Lo dice también santa Catalina, y lo repetimos nosotros, poniendo el ejemplo de la planta: el amor al prójimo y el amor a Dios son uno para el otro raíz y copa.
En la "nueva evangelización", ¿el Papa quiere que participen todos los miembros de la Iglesia, todo el pueblo de Dios?
Para comenzar nuestro Movimiento el Señor no eligió personas especiales como podrían ser los eclesiásticos o los religiosos. Eligió a laicos, es más, a laicas, unas pocas chicas. Y todavía hoy nuestra realidad eclesial, diseminada en 182 naciones de todos los continentes, si bien comprende todos los estados de vida, desde niños a Obispos, es predominantemente laica. Es sobre todo de nuestros laicos que el Señor se sirve como instrumentos para la "nueva evangelización".
Y todavía: la "nueva evangelización" ¿debe comenzar con el gran anuncio: Dios ama a los hombres?
Este necesario y primordial anuncio, querido por el Papa, me ha impresionado mucho porque el Espíritu Santo nos ha iluminado, desde los primeros días de nuestra nueva vida, precisamente sobre esto, y sé que lo mismo ocurrió a otros Movimientos. Las primeras palabras, de hecho, que hemos aprendido a decir con emoción y entusiasmo a nosotras mismas y al prójimo, han sido: "Dios me ama. Dios te ama. Dios nos ama inmensamente".
Bajo las bombas de la Segunda Guerra Mundial
Habíamos comprendido esto cuando, jóvenes abiertas al futuro, bajo las bombas de la Segunda Guerra Mundial, atónitas ante el derrumbe de todo, buscamos un Ideal que no se derrumbara. Y lo hemos encontrado en Dios. Dios que se había vuelto a revelar -si se puede decir así- por lo que es realmente: Amor. De modo que, si nuestra vida precedente había conocido sólo el afecto terreno de los parientes y de los amigos, ahora se descubría a un Padre celestial que velaba, con su amor inmenso, en cada circunstancia alegre o triste o indiferente que nos concernía. Es más, todo era expresión de este amor alrededor nuestro y de todos.
Y nosotros hemos creído en el amor de Dios y hemos seguido anunciándolo a todos los que conocíamos, en los 58 años de vida de nuestro Movimiento.
Además, la "nueva evangelización" ¿está destinada -como quiere el Papa- a la formación de comunidades cristianas maduras?
Y ¿acaso no es precisamente éste el objetivo que pueden alcanzar los Movimientos y las Comunidades eclesiales y entre esos el Movimiento de los Focolares?
En estas realidades, no nos comprometemos, a evangelizar esporádicamente con misiones u otras cosas, o a evangelizar únicamente a las personas jóvenes. La formación entre nosotros es continua, en todas las edades y se puede esperar, por consiguiente, en la formación de comunidades cristianas maduras.
Pero es necesario -lo hemos escuchado- para realizar la "nueva evangelización", primero evangelizarnos a nosotros mismos.
Una de nuestras primeras preocupaciones, desde siempre, fue la de evangelizar antes que nada a nosotros mismos, de cambiar nuestro modo de pensar, de querer, de amar con el de Jesús, escrito en el Evangelio. Quien conoce nuestra historia lo sabe.
Y para realizar esta evangelización personal, el Espíritu Santo nos ha empujado, enseguida, a vivir una frase del Evangelio a la vez, una Palabra de Dios con sentido completo, comentándola con sencillez, así como la Iglesia la interpreta, para que cualquiera que la lea la pueda poner en práctica. La escribimos en una hojita, que hoy imprimimos en más de 3 millones de copias; y traducida en 95 leguas o idiomas, luego se distribuye en cada rincón del planeta.
En general es tomada de la liturgia del tiempo. Se vive y se comunica, en nuestras pequeñas o no tan pequeñas comunidades, las experiencias que se hacen poniéndola en práctica, para edificación recíproca.
Damos la máxima atención a todas las palabras del Evangelio, que se prestan para vivir.
Y el Evangelio, como sabemos, contiene muchas.
Pero en nuestro típico "carisma de la unidad" hay una que nos interesa especialmente y que las resume: amar. Y nosotros miramos precisamente a eso.
El Santo Padre, por otra parte, ha dicho, hablando siempre de la "nueva evangelización", no sólo que hay que creer en el amor de Dios por nosotros, sino también que nos evangelicemos a nosotros mismos con el amor. Y así hacemos.
En el Movimiento además, -hago un inciso- en contacto con el Evangelio, se ha hecho experiencia y nos hemos convencido de que el amor evangélico tiene algunos requisitos; por eso, entre nosotros, se habla del arte de amar. Se trata de un arte evangélico que dirige el amor a todos, incluso a los enemigos, como hace el Padre celestial que manda la lluvia y el sol sobre los buenos y malos.
Es un amor que siempre toma la iniciativa. Es el primero en amar, como hizo el Padre que mandó a su Hijo a morir por nosotros, cuando todavía éramos pecadores y no amábamos.
No es un amor de palabra, sino que se "hace uno" con los demás, como dice Pablo, por lo tanto, concreto.
Un amor por el cual se ama a Jesús en el hermano, recordando su: "A mí me lo hiciste" (Mt 25, 40).
Es un amor que tiende, por sí solo, a la reciprocidad.
Y aquí estamos ante otro requisito de la "nueva evangelización": realizar el mandamiento nuevo de Jesús, por el cual se vive la espiritualidad de la unidad o espiritualidad de comunión, como hoy es llamada en la carta «Novo Millennio Ineunte» ya mencionada.
Los primeros cristianos la vivían y la gente decía: "Mira cómo se aman y el uno por el otro está dispuesto a morir" (14). Como hizo Jesús crucificado y abandonado, llave de la espiritualidad de comunión, modelo de unidad para nuestro Movimiento desde cuando nació y que ahora el Santo Padre presenta a toda la catolicidad para que haga de la Iglesia, a través de Jesús, una "casa" y una "escuela" de comunión.
Pero también hay que evangelizar con la Palabra expresada.
Esto también se hace en el Movimiento de los Focolares desde siempre. La Palabra resuena en cada una de sus expresiones: en las relaciones personales, en nuestros congresos y reuniones, en las más de 170 Mariápolis (ciudad de María) que se componen cada verano en las distintas naciones, o en las 20 ciudadelas permanentes, presentes en los cinco continentes.
Se habla directamente y a través de los medios de comunicación más modernos: prensa, radio, televisión, conexiones telefónicas, conjuntos musicales, etc. Se habla con la prensa, con palabras impresas, por ejemplo, por medio de 37 ediciones de revistas y 26 casas editoriales Cittá Nuova presentes en el mundo.
Ya no existe -afirma Juan Pablo II- una sociedad cristiana, existe la globalización con una encrucijada de pueblos y culturas, que la caracterizan.
Los cuatro diálogos
Y a este respecto viene al caso identificar las "nuevas expresiones" de las que -como dije al principio- el Papa habló en 1983, las cuales junto con "el nuevo ardor y con los nuevos métodos", renueva la evangelización. Son nuevas expresiones, inventadas por el Espíritu Santo para nuevas situaciones. Se trata de aquella moderna forma de evangelización que son los diálogos ya previstos por el Concilio Vaticano II: el primero dentro de la misma Iglesia; el segundo, el ecuménico; el tercero, el interreligioso; y el cuarto con las personas de otras convicciones, pero de buena voluntad.
El Movimiento de los Focolares, desde hace cuarenta años, ha abierto estos cuatro diálogos. Y antes que nada los entabla en la Iglesia, tanto entre los católicos individualmente, como entre los Movimientos eclesiales, Nuevas Comunidades y otras Asociaciones. Lo hace también entre nuevos y antiguos carismas.
Con respecto a los otros tres diálogos, el Movimiento ha iniciado un intercambio entre las distintas verdades que tanto unos como otros profesan y viven.
Una primera etapa consiste en tratar de comprender al proprio interlocutor, haciendo el vacío dentro de sí para "hacerse uno" con el otro. Esta actitud produce dos efectos: ayuda a inculturarse en el mundo del otro y lo predispone a la escucha.
Se pasa después al "respetuoso anuncio", así lo define el Papa, donde, por lealtad ante Dios y sinceridad para con el prójimo, se dice lo que se piensa y en lo que se cree, sin imponer nada, sin querer conquistar a nadie a las propias ideas, sino dejando actuar al Espíritu Santo.
De ese modo se contribuye a realizar el ecumenismo. Y en este campo nuestra experiencia es muy amplia. Tenemos con cristianos de otras Iglesias muchas cosas en común (bautismo, Escritura, Credo, los primeros Concilios, etc.) como también nuestra espiritualidad, que viven como pueden y es considerada por líderes de algunas Iglesias también como espiritualidad ecuménica. Así, sentimos que podemos formar con ellos, miembros de 350 Iglesias, casi un único pueblo cristiano a la espera de la plena unidad: es el diálogo del pueblo.
Con los fieles de otras religiones, como primer paso, comenzamos viviendo juntos la "regla de oro", esa "semilla del Verbo" presente en casi todas las religiones. (Hagan a los demás lo que les gustaría que les hicieran a ustedes", cf. Lc 6, 31). También en ese campo tenemos desde hace mucho tiempo amplios y profundos contactos: con judíos, musulmanes, budistas, sintoístas, etc. Solo que para explicar los diálogos -y esto vale también para los otros tres- sería necesario hacer a parte un largo discurso. Baste saber ahora que la apertura de estas personas con respecto a nosotros es tan grande que nos invitan a comunicar la experiencia cristiana en mezquitas musulmanas, en templos budistas, en centros judíos.
Por último, las personas de buena voluntad, que pertenecen a nuestro Movimiento -son unas 100 mil- aunque no tengan un referente religioso, perciben que el amor recíproco no es algo solo para los cristianos sino que está inscrito en al ADN de cada persona. Por lo tanto podemos trabajar juntos en vista de la fraternidad universal y para proteger los grandes valores humanos que les interesan a ellos y a nosotros.
De esta manera nace también con ellos, poco a poco, el diálogo, con "el anuncio respetuoso" de las verdades cristianas que, expresadas con amor, no pueden dejar de interesar y fascinar a cada persona, de por sí "naturalmente cristiana". Y esto es evangelizar.
Me parece que es un deber concluir dando las gracias al Espíritu Santo, que el Movimiento de los Focolares es adecuado para la nueva evangelización, es más: parece hecho a medida. Y lo mismo creo que se puede decir de otros Movimientos y Comunidades eclesiales.
Y en esta tercera parte quiero presentar un ejemplo de nueva evangelización del Movimiento de los Focolares, ya conocido por algunos, pero espero sea agradable escuchar.
En la tribu de los Bangwa
Lo haré narrando una pequeña historia, casi un cuento, referida a una tribu: los Bangwa, en el Camerún occidental.
En 1966 nos invitaron, a nosotros focolarinos, a ayudar a un pueblo que vive en medio de la selva, en estado primitivo, muy pobre, afectado por muchas enfermedades, con una mortandad infantil del 90%.
Desesperado, porque sus incesantes oraciones no habían obtenido resultado, el pueblo recurrió, dando una ofrenda, a las oraciones de la misión católica más cercana.
Los focolarinos ante esta petición, abrieron inmediatamente un dispensario en una mísera cabaña visitada también por alguna serpiente.
Durante una de mis primeras visitas, en los años 60, mientras grupos de Bangwa, representados por su proprio rey, el sabio y prudente Fon Defang de Fontem, se alternaban haciendo varias danzas, en una amplia explanada en la selva, me parecía que Dios como un sol envolviera a todos ellos con nosotros; y que nacería allí, en plena selva tropical, una ciudad, construida por todos juntos.
Los focolarinos edifican, en los años sucesivos, con los aportes recogidos por los jóvenes del Movimiento, un modesto hospital, abren escuelas, subiendo a una montaña, canalizan un torrente para conseguir electricidad; levantan algunas casas con ladrillos de pota-pota, es decir, de tierra mojada.
Pero sobre todo, siempre atentos a vivir el Evangelio, viven la Palabra de vida. Los focolarinos aman a todos aquellos hermanos en extrema necesidad, enfermos, analfabetos. viendo en ellos a Cristo. Y como es nuestra imprescindible norma, se aman mutuamente.
A los Bangwa, aunque en medio de la selva, habían llegado tristes noticias sobre el colonialismo y los observan durante meses: quieren asegurarse si aquellos hombres blancos son movidos por intereses personales.
Convencidos de la sinceridad y transparencia de los nuevos habitantes, colaboran en lo que pueden. Escuchan con gusto algunos fundamentos de nuestra fe y muchos piden el bautismo. Así -en los primeros años- miles de ellos entran en la Iglesia católica. Se habla de 10 mil.
Los años pasan y todo ha progresado: el hospital creció; la mortandad infantil se redujo al 2%; la plaga de la enfermedad del sueño fue vencida; se construyó un colegio con escuela primaria y secundaria. Se abrieron 12 vías de comunicación entre las aldeas. Los focolarinos ayudados por los bangwa, construyeron 60 casas. Los bangwa con nuestra ayuda construyeron muchas otras. Se construyó una iglesia. Fue erigida una parroquia por la autoridad de la Iglesia.
Ahora, después de treinta años, he vuelto a Fontem y la ciudad hermosa y grande está a la vista de todos. He visto qué es lo que puede hacer el anuncio del Evangelio cuando se basa en nuestro testimonio. He visto qué puede construir la concordia entre personas de varios continentes, de diferentes razas, que se convierten en una sola familia.
Mientras tanto también el gobierno ha procurado los servicios sociales más urgentes y en 1992, la región de Fontem se ha convertido en una prefectura.
Y hoy, aunque muchos bangwa siguen profesando la religión tradicional, y su estructura social básica se apoya en un sistema ancestral, la fraternidad en Fontem triunfa y realiza milagros.
El rey actual, el doctor Lucas Njifua, hijo del Fon precedente, ha visto y ha comprendido esa realidad.
Él declara abiertamente que, en Fontem todos los que siguen el Movimiento no le presentan problemas. Resuelven todo entre ellos con el amor. No hay litigios por los límites de la propiedad, todo lo resuelven en armonía. Entre ellos no hay nadie que robe; no se hieren y aún menos asesinan. Para ellos la policía casi no tiene sentido. Viven en paz.
Podemos comprobar también que el analfabetismo se está extinguiendo. Dirigen la institución familiar en la más completa solidaridad. Salvan la vida, ya muy estimada por la cultura africana en todas las edades. Estiman profundamente a los ancianos y respetan a la autoridad y son muy generosos.
Por eso, públicamente, durante mi último viaje, el Fon se ha puesto a la cabeza de su pueblo, invitando a todos, con decisión y ardor, a vivir el espíritu cristiano de nuestro Movimiento.
Naturalmente, todo se debe mantener y hacer progresar. Así comenzó por obra de los focolarinos presentes allí y de los Bangwa preparados, una acción orientada a evangelizar toda la región.
Se hacen encuentros periódicos, donde la explicación de la Palabra del Evangelio es subrayada con experiencias, intercaladas con canciones, danzas, mímicas, proyección de diapositivas o breves documentales. Y la participación del pueblo es cada vez mayor.
Actualmente otros 4 reyes, con sus respectivos pueblos vecinos comienzan a participar y piden nuestra presencia en sus territorios.
Y los frutos son numerosos: peticiones de perdón y reconciliaciones entre parientes y vecinos; aceptación amorosa de los dolores y también de las enfermedades mortales, como voluntad de Dios; se cree en la Providencia de Dios que llega regularmente; se ayuda a los que tienen dificultades en ser fieles a la moral cristiana; muchos piden ser bautizados, regresan a los sacramentos, sobre todo al matrimonio; experiencias de paz interior. Y la iglesia, con nuestros dos sacerdotes, es cada vez más frecuentada, pues las funciones litúrgicas se desarrollan en un clima estupendo, sobrenatural.
Personalidades eclesiásticas y civiles nos alientan diciendo: "Lo que han hecho en Fontem tienen que hacerlo en toda África y en Madagascar". Y otras cuatro diócesis no se quedan atrás, observando lo que ocurre. Ya han formado comisiones parroquiales para preparar y seguir la "nueva evangelización" en todas partes.
Ha habido quien, observando lo que está sucediendo, habla de prodigio. El hecho es que se está realizando una revolución de amor semejante a la que se vio en el Imperio Romano, profundamente corrupto como era, cuando los primeros cristianos, "nacidos ayer" -como dice Tertulliano- ya habían invadido el mundo (15).
Excelencias, reverendos y queridos sacerdotes, este es el ejemplo de "nueva evangelización" que hemos podido ofrecer. Sabemos por cierto que no es el único.
Que Dios nos ayude a evangelizar de un modo nuevo el mundo, donde podemos y debemos trabajar. Y todo para la gloria de Dios.
NOTAS
1 Juan Pablo II, a los Obispos del CELAM, Port-auPrince, Haití, 9 de marzo de 1983, en "La Traccia" 3 (1983), p. 269.
2 Juan Pablo II, Homilía en Salto, Uruguay, 9 de mayo de 1988, en "La Traccia" 5 (1988), p. 523-525.
3 "Christifideles laici" 34.
4 Juan Pablo II a los obispos de Estados Unidos, 17 de marzo de 1998, en "La Traccia" 3 (1998), p. 257.
5 Christifideles laici 34.
6 Juan Pablo II, A los peregrinos de la diócesis de Torun, 16 de febrero de 1998, en "La Traccia" 2 (1998), p. 174-175.
7 "Novo Millennio Ineunte" n. 40.
8 Ibídem A los peregrinos de la diócesis de Torun.
9 "Veritatis Splendor" 107.
10 "Vita Consecrata" 81.
11 "Novo Millennio Ineunte" 40.
12 "Novo Millennio Ineunte" 40.
13 "Redemptoris Missio" 72.
14 Tertulliano, Apologetico 39, 7, de A. Resta Barrile, Bolonia 1980, p. 145.
15 Cf. Tertulliano, op. cit. 37, 4, p. 139.