CIUDAD DEL VATICANO, 2 julio 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II ha afrontado la candente cuestión de los transplantes de órganos animales al hombre en un mensaje publicado hoy por la Sala de Prensa de la Santa Sede.
Tres principios
Ante los «nuevos problemas de naturaleza científica y ética» planteados por estos transplantes, el pontífice ofrece tres criterios fundamentales para realizar este tipo de transplantes: «preocuparse al mismo tiempo por el bien y la dignidad de la persona humana; por los posibles riesgos de orden sanitario que no siempre se pueden cuantificar o prever; y por el respeto de los animales, que siempre es necesario, incluso cuando se interviene sobre ellos en función del bien superior del hombre».
El Papa ofrece estas orientaciones en un mensaje dirigido a un grupo de científicos de renombre internacional (antropólogos, genetistas y moralistas), reunidos este lunes en el Vaticano, junto al obispo Elio Sgreccia, para participar en un Congreso organizado por la Academia Pontificia para la Vida sobre la licitud de estos «xenotransplantes», como son denominados científicamente.
El transplante de órganos animales al hombre, constata el pontífice, es vital, pues podría ayudar a «resolver el problema de la grave insuficiencia de órganos humanos válidos para el transplante», que implica en estos momentos la muerte de enfermos que se encuentran en las dramáticas «listas de espera».
Dos alianzas
Ante este candente desafío, el pontífice propone dos alianzas para el progreso de la investigación científica.
En primer lugar, propone la colaboración entre ciencia y ética, pues «cada vez se constata con más claridad» que esta «alianza» «enriquece a las dos ramas del saber y las invita a converger a la hora de prestar su ayuda a cada hombre y a la sociedad».
En segundo lugar, propone una alianza fe y ciencia, pues «la reflexión racional, confirmada por la fe, descubre que Dios creador ha puesto al hombre en la cumbre del mundo visible y, al mismo tiempo, le ha confiado la tarea de orientar su propio camino, en el respeto de su propia dignidad, para perseguir el auténtico bien de todos sus semejantes».
«Por tanto –concluye Juan Pablo II–, la Iglesia ofrecerá siempre su propio apoyo y ayuda a quien busca el auténtico bien del hombre, con el esfuerzo de la razón, iluminada por la fe».