ROMA, 11 julio 2001 (ZENIT.org–FIDES).- El padre Piero Gheddo, periodista misionero del Pontificio Instituto para las Misiones Extranjeras (PIME), ha tenido la oportunidad de recorrer todo el mundo como director de la revista “Mundo y Misión”. Acaba de escribir un libro: “David y Goliat en el G8. Diálogo sobre la globalización” que publicará Ediciones San Pablo. En esta entrevista comenta la cumbre del G8 de Génova.
–El primer ministro italiano se entrevistó con el Papa ¿Qué le diría, como misionero, a Berlusconi?
–Le diría que se interesase, como deberían hacer Italia y el G8, por el abismo entre ricos y pobres. Éste es el escándalo más grande de nuestro tiempo. Me gustaría ver en los ocho grandes una atención prioritaria hacia los pueblos que no son considerados ni siquiera dignos de entrar en el comercio internacional. Hasta la década de los años 70, el África negra subsahariana participaba en un 3% en el comercio mundial; hoy participa sólo en un 1,1%. De hecho, está marginada. La globalización es un tren que corre con tecnologías avanzadas, pero que deja fuera a estas poblaciones.
–¿Está de acuerdo con quien se enfrenta al G8?
–Yo interpreto esta contestación en sentido positivo. Sé muy bien que en ella hay tendencias anárquicas, violentas y anticristianas, pero también hay una justa reacción contra esta fractura en el mundo. Las estadísticas muestran que al inicio del siglo pasado la proporción de la riqueza entre Norte y Sur del mundo era de 8 a 1. Hoy estamos en torno al 70-80 a 1. No es posible seguir así: no es justo, ni humano, ni pacífico. No es posible que haya 49 países clasificados como naciones menos desarrolladas que viven sólo de la ayuda y que no son capaces de participar en el comercio mundial con una propia y específica contribución.
–En esta contestación, ¿no hay también un cierto paternalismo en relación a los pobres?
–Esto es verdad. Entre los jóvenes contestatarios me temo que no hay casi ninguno que haya visitado el Tercer Mundo, ni tiene el deseo de ir. Antes me ha preguntado lo que le diría a Berlusconi. Ahora digo lo que aconsejaría a los contestatarios del G8: chicos, admiro vuestras intenciones, pero debéis haceros de verdad hermanos de los pobres. Os propongo como mínimo un gesto contra el consumismo inútil y superfluo, por ejemplo el cierre de las discotecas a medianoche. Pero la propuesta más seria sería lanzarse a vivir con los pobres. Venid con nuestros misioneros a África, no os dejéis apalear sólo por la policía. En 1985, había en África 1.700 voluntarios laicos italianos de varias asociaciones y organismos. Hoy hay sólo 400. Esto se debe a que el gobierno italiano ha reducido la contribución a estos organismos, pero nadie ha protestado esta medida. Ya no hay jóvenes que quieran dar tres o cuatro años de vida a los pobres. Cuando ha desaparecido el dinero, han desaparecido también los voluntarios. No se puede protestar contra el G8 y luego disfrutar la abundancia del Norte.
–La Iglesia italiana en el Jubileo lanzó la propuesta de cancelar la deuda externa. Esta propuesta, también del Papa, ha obtenido una respuesta débil por parte de Occidente.
–Estoy más que de acuerdo con esta campaña contra la deuda, pero me maravillo de que la Iglesia italiana, o estas comisiones, e incluso los misioneros, se sumen sólo a los eslóganes del momento: se pone de moda la deuda externa, y se habla de deuda externa. Hay otras cosas que nadie dice, ni siquiera los cristianos. En estos días, asociaciones católicas y misioneras publican un manifiesto anti-G8, pero ¿es posible que en tal documento haya solo críticas al G8, análisis sobre el producto interior bruto, tecnologías, impuestos, y no se considere importante afirmar en alguna parte que Jesucristo es el único salvador que cambia el corazón del hombre? En cambio, ésta debería ser la labor fundamental de los institutos misioneros. En los dos últimos años he visitado mucho África y he hablado con los misioneros sobre la deuda externa. Todos me han dicho: Si sólo perdonáis la deuda externa, ayudáis a los dictadores. Tenéis que presionar para que cambien los gobiernos. ¿Cómo es posible que los gobiernos africanos destinen el 30% del presupuesto del Estado a las Fuerzas Armadas, y sólo el 2% a la Educación y el 1,5% a la Sanidad? Hace falta cambiar las élites a través de una profunda educación. Y en esto, los misioneros pueden hacer mucho.