"Su país debe mostrar al hombre como dueño y no como el producto de su tecnología"

El Papa recibió al Presidente de EE.UU. con un discurso en que tocó temas candentes

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CASTEL GANDOLFO, 23 julio 2001 (ZENIT.org).- A las 11 de la mañana de hoy, el Presidente de Estados Unidos llegó al Palacio Apostólico de Castel Gandolfo para la visita al Santo Padre Juan Pablo II. Al conductor de la limusina presidencial le costó trabajo tomar la última curva que sube a la residencia veraniega del Papa. Ciertamente estas calles de Castel Gandolfo fueron pensadas para carrozas y coches de caballos.

En el patio del Palacio, donde esperaba desplegada la Guardia Suiza Pontificia, el Presidente estadounidense y su séquito fueron acogidos por el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado de Su Santidad y por monseñor Paolo De Nicolò, regente de la Prefectura de la Casa Pontificia.

En la Sala de los Suizos, el secretario de Estado, cardenal Angelo Sodano, presentó al presidente George W. Bush y su esposa Laura a monseñor Stanislao Dziwisz, prefecto adjunto de la Casa Pontificia, que acompañó al Presidente a la Sala del Trono, donde tuvo lugar el encuentro privado con el Santo Padre Juan Pablo II.

Tras la entrevista, fueron introducidos en la Sala del Trono la esposa del Presidente y, enseguida, su hija Barbara. Juan Pablo II, George W. Bush, su esposa e hija, se dirigieron luego a la Sala de los Suizos para el encuentro oficial.

En su discurso, Juan Pablo II deseó que la presidencia de George W. Bush “refuerce al país en sus compromiso con los principios que inspiraron la democracia estadounidense desde el inicio, y sostuvieron a la nación en su notable crecimiento”. “Estos principios -subrayó- siguen siendo válidos como nunca, desde el momento en que afrontáis los cambios del nuevo siglo que se abre ante nosotros”.

Recordó a los fundadores de EE.UU. y su “profundo sentido de la responsabilidad hacia el bien común, que debe ser perseguido, en el respeto a la dignidad dada por Dios y los derechos inalienables de todos”. Subrayó que la sociedad estadounidense debe seguir midiéndose “por la nobleza de su visión fundadora en la construcción de una sociedad de libertad, igualdad y justicia bajo la ley”. Recordó que, en el siglo recién terminado, “estos mismos ideales inspiraron al pueblo estadounidense a resistir a dos sistemas totalitarios, basados en una visión atea del hombre y la sociedad”.

Indicó el Pontífice que, en el inicio del nuevo siglo y el nuevo milenio, “el mundo sigue mirando a Estados Unidos con esperanza”, aunque con “una aguda conciencia de la crisis de valores que experimenta la sociedad occidental, aún más insegura frente a decisiones éticas indispensables para el itinerario futuro de la humanidad”.

Aludió a la reciente cumbre de Génova, centrada en la globalización, y dijo que, aún apreciando “las oportunidades para el crecimiento económico y la prosperidad material que este proceso ofrece, la Iglesia no puede sino expresar profunda preocupación porque el mundo sigue estando dividido, no ya por los antiguos bloques militares y políticos, sino por una trágica brecha entre quienes pueden beneficiarse de estas oportunidades y los que parecen ser dejados al margen de ellas”.

En este sentido, sugirió que la revolución de libertades de la que habló ante la ONU, en 1995, debe completarse ahora con “una revolución de oportunidades, en la que todos los pueblos del mundo contribuyan activamente a la prosperidad económica y compartan sus frutos”. Esto, añadió, “requiere el liderazgo de aquellos países cuyas tradiciones religiosas y culturales deberían hacerles más atentos a la dimensión moral de los temas tratados”.

Juan Pablo II subrayó que el respeto a la dignidad humana y la creencia en la igual dignidad de todos los miembros de la familia humana, “exigen políticas que miren a facilitar a todos pueblos el acceso a los medios necesarios para mejorar sus vidas, incluyendo los medios tecnológicos y las habilidades necesarias para el desarrollo”. Recordó que los líderes de las naciones desarrolladas no pueden dejar de lado temas como “el respeto por la naturaleza que es de todos, una política de apertura a los inmigrantes, la cancelación o una reducción significativa de la deuda de los países pobres, la promoción de la paz mediante el diálogo y la negociación, la primacía del imperio de la ley”. “¡Un mundo global es esencialmente un mundo de solidaridad!”, subrayó el Pontífice, indicando que Estados Unidos, por sus muchos recursos, tradiciones culturales y valores religiosos, “tiene una especial responsabilidad”.

Hizo hincapié en que el respeto por la dignidad humana encuentra una de sus más altas expresiones en la libertad religiosa, que es el primer derecho reconocido por la ley estadounidense, hasta el punto de que es también un importante objetivo de la política exterior de EE.UU., por el que ha expresado el aprecio de la Iglesia Católica.

Aludió luego a los derechos humanos fundamentales, como el derecho a la vida misma. Calificó de “trágico” el adormecimiento de las conciencias que suponen hechos como el aborto, la eutanasia, el infanticidio y, más recientemente, las “propuestas de creación de embriones humanos para investigación, destinados a ser destruidos en este proceso”. “Una sociedad libre y virtuosa, como aspira a ser Estados Unidos, -dijo- debe rechazar prácticas que devalúan y violan la vida humana en cualquier etapa, desde la concepción hasta la muerte natural. Defendiendo el derecho a la vida, con la ley y a través de una vibrante cultura de la vida, Estados Unidos puede mostrar al mundo el camino hacia una futuro verdaderamente humano, en el que el hombre siga siendo el dueño, y no el producto de su tecnología”.

Prometiendo su oración e invocando la bendición de Dios, el Papa terminó un discurso en el que tocó los temas candentes de la falta de oportunidades de los países pobres, la protección de la naturaleza -hoy que Estados Unidos es el único país que no ha firmado el acuerdo de Bonn sobre medio ambiente-, la protección de la vida humana y la investigación en embriones, una cuestión que divide a la sociedad estadounidense y sobre cuya financiación federal el Presidente debe decidir en las próximas horas.

George Walker Bush por su parte recordó las veces que Juan Pablo II estuvo en su país, indicando a los estadounidenses que tienen un especial llamamiento “a promover la justicia, defender a los débiles y a los que sufren en el mundo”. “Recordamos su palabras y haremos lo posible por recordar su llamamiento”, dijo Bush en su discurso.

“Desde octubre de 1978, -afirmó, recordando el papel mundial desempeñado por el Pontífice- ha mostrado al mundo no sólo ‘el esplendor de la verdad’ sino el poder de la verdad para superar el mal y enderezar el curso de la historia. Ha urgido a hombres y mujeres de buena voluntad a arrodillarse ante Dios y resistir, sin temor, a los tiranos. Y esto ha sido una gran contribución al impulso de libertad de nuestro tiempo”.

Hizo un elogio de la aportación de Juan Pablo II en la defensa de la dignidad humana: “Donde hay opresión, habla de derechos humanos. Donde hay pobreza, habla de justicia y esperanza. Donde hay antiguos odios, defiende y despliega una tolerancia que llega más allá de cada confín de raza, nación y creencia. Donde hay gran abundancia, nos recuerda que la riqueza debe acompañarse con la compasión y el propósito moral. Y siempre, a todos, ha llevado el Evangelio de la vida, que da la bienvenida al extranjero y protege a los débiles e inocentes”.

El Presidente estadounidense afirmó que “cada nación, incluyendo la mía, debería beneficiarse al oír y hacer caso a este mensaje de conciencia”. “Sobre todo -concluyó Bush, agradeciendo el honor de esta audiencia- ha llevado el mensaje del Evangelio a 126 países y al tercer milenio, siempre con valor y confianza. Ha llevado el amor de Dios a las vidas de los hombres. Y esta Buena Noticia es necesari
a en cada país y en cada época”.

Tras los discursos, tuvo lugar un intercambio de regalos y a continuación el Papa se despidió del Presidente y su esposa.

Posteriormente, el cortejo presidencial llegó a la Sala Chigi donde se celebró una reunión entre Bush y Sodano. Acompañaban al Presidente Andrew Card, Ayudante del Presidente; Condoleeza Rice, Ayudante para Asuntos de Seguridad Nacional; Joseph Merante, Encargado de los Asuntos de la Embajada de EE.UU. ante la Santa Sede; Beth Jones, de la Oficina de Asuntos Europeos del departamento de Estado y Daniel Fried, Ayudante especial del Presidente para Europa y Eurasia. Con el cardenal estaban presentes monseñor Jean-Louis Tauran, secretario para las Relaciones con los Estados; monseñor Tommaso Caputo, jefe de Protocolo de la Secretaría de Estado, y monseñor Steven Zak, de la Secretaría de Estado.

La esposa del Presidente y las personalidades del séquito esperaron mientras tanto en la Galería de las Bendiciones.

Acabada la reunión, George W. Bush presentó al secretario de Estado a su esposa y el séquito antes de despedirse de las personalidades que les recibieron a su llegada.

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ZENIT Staff

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