CIUDAD DEL VATICANO, 29 agosto 2001 (ZENIT.org).- Dios es siempre fiel con quien confía en él. Esta es la conclusión que sacó Juan Pablo II este miércoles durante su intervención en la audiencia general celebrada en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Para ilustrar esta constante de la historia de la salvación reflexionó sobre la historia de Judit, joven heroína del pueblo judío, quien con su fragilidad y belleza fue capaz de decapitar a Holofernes, general del rey de Asiria, Nabucodonosor, que con su temible ejército estaba apunto de aplastar al pueblo de Israel.
Ofrecemos a continuación la intervención del pontífice.
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1. El cántico de alabanza que acabamos de proclamar (Judit, 16, 1-17) es atribuido a Judit, una heroína que se convirtió en orgullo de todas las mujeres de Israel, porque le tocó expresar la potencia liberadora de Dios en un momento dramático de la vida de su pueblo. La Liturgia de las Laudes nos hace recitar sólo algunos versículos de su canto. Invitan a hacer fiesta, cantando a toda voz, tocando tambores y cítaras, para alabar al Señor «quebrantador de guerras» (v. 2).
Esta última expresión, que define el auténtico rostro de Dios, que ama la paz, nos introduce en el contexto en el que nació el himno. Se trata de una victoria conseguida por los israelitas de manera totalmente sorprendente, por obra de Dios que interviene para sustraerles de la perspectiva de una derrota inminente y total.
2. El autor sagrado reconstruye este acontecimiento dos siglos después para ofrecer a sus hermanos y hermanas en la fe, tentados por el desaliento en una situación difícil, un ejemplo que les pueda confortar. De este modo, recurre a lo que le sucedió a Israel cuando Nabucodonosor, irritado por la indisponibilidad de este pueblo frente a sus objetivos de expansión y a sus pretensiones idólatras, había enviado al general Holofernes con la tarea precisa de doblegarlo y aniquilarlo. Nadie debía resistirse ante él, que reivindicaba los honores de un dios. Y su general, compartiendo su presunción, se rió de la admonición que había recibido de no atacar a Israel, pues hubiera sido como atacar al mismo Dios.
En el fondo, el autor sagrado quiere subrayar precisamente este principio para confirmar a los creyentes de su tiempo en la fidelidad al Dios de la alianza: es necesario fiarse de Dios. El auténtico enemigo que Israel tiene que temer no son los potentes de esta tierra, sino la infidelidad al Señor. Ésta le priva de la protección de Dios y le hace vulnerable. Cuando es fiel, sin embargo, el pueblo puede contar con la misma fuerza de Dios, «admirable en tu fuerza invencible» (v. 13).
3. Este principio es ilustrado espléndidamente por toda la historia de Judit. El escenario es el de una tierra de Israel invadida por los enemigos. Emerge del cántico el carácter dramático de ese momento: «Vinieron los asirios de los montes del norte, vinieron con tropa innumerable; su muchedumbre obstruía los torrentes, y sus caballos cubrían las colinas» (v. 3). Con sarcasmo se subraya la efímera arrogancia del enemigo: «Hablaba de incendiar mis tierras, de pasar mis jóvenes a espada, de estrellar contra el suelo a los lactantes, de entregar como botín a mis niños y de dar como presa a mis doncellas» (v. 4).
La situación descrita en las palabras de Judit es semejante a otras vividas por Israel, en las que la salvación llegaba cuando parecía que no había salida. ¿No había sido también así la salvación del Éxodo, cuando tuvo lugar la travesía prodigiosa del Mar Rojo? También ahora el asedio de un numeroso y potente ejército despeja toda esperanza. Pero todo esto no hace más que poner de manifiesto la potencia de Dios, que se manifiesta como protector invencible de su pueblo.
4. La obra de Dios emerge más luminosa aún, pues no recurre a ningún guerrero o ejército. Así como en el pasado, en tiempos de Débora, eliminó al general de Canaán, Sísara, por medio de Yael, una mujer, (Cf. Jueces 4, 17-21), así ahora se sirve de nuevo de una mujer inerme para salir en ayuda del pueblo en dificultad. Fortalecida por su fe, Judit se aventura en el campamento enemigo, seduce con su belleza al caudillo y le suprime de manera humillante. El cántico subraya intensamente este dato: «El Señor omnipotente por mano de mujer los anuló. No fue derribado su caudillo por jóvenes guerreros, ni le hirieron hijos de Titanes, ni altivos gigantes le vencieron; le subyugó Judit, hija de Merarí, con sólo la hermosura de su rostro» (Judit 16, 5-6).
La figura de Judit se convertirá después en el arquetipo que permitirá no sólo a la tradición judía, sino también a la cristiana, subrayar la predilección de Dios por quien es considerado frágil y débil. Por este motivo precisamente es escogido para manifestar la potencia divina. Es una figura ejemplar que sirve también para expresar la vocación y la misión de la mujer, llamada al igual que el hombre, según sus rasgos específicos, a desarrollar un papel significativo en el designio de Dios. Algunas expresiones del libro de Judit pasarán más o menos integralmente a la tradición cristiana, que verá en la heroína judía una de las prefiguraciones de María. ¿No se siente quizás el eco de Judit cuando María canta en el «Magnificat»: «Ha derribado a los poderosos de sus tronos y a ensalzado a los humildes»? (Lucas 1, 52). Se comprende así cómo a la tradición litúrgica, familiar tanto a los cristianos de Oriente como de Occidente, le gusta atribuir a la madre de Jesús expresiones referidas a Judit, como las siguientes: «Tú eres la exaltación de Jerusalén, tú el gran orgullo de Israel, tú la suprema gloria de nuestra raza» (Judit 15, 9).
5. Partiendo de la experiencia de la victoria, el cántico de Judit se concluye con una invitación a elevar a Dios un cántico nuevo, reconociéndole como «grande y glorioso». Al mismo tiempo, se alerta a todas las criaturas para que permanezcan sometidas a Aquel que con su palabra ha hecho todas las cosas y con su espíritu las ha plasmado. ¿Quién puede resistir a la voz de Dios? Judit lo recuerda con gran énfasis: frente al Creador y Señor de la historia, se sacudirán los cimientos de los montes, las peñas se derretirán como cera (cf. Judit 16, 15). Son metáforas eficaces para recordar que todas las fuerzas no son «nada» frente a la potencia de Dios. Y sin embargo este cántico de victoria no quiere causar terror, sino consolar. Dios, de hecho, ofrece su potencia invencible en apoyo a quien le es fiel: «tú serás propicio a tus fieles» (ibídem).
[Traducción del italiano realizada por Zenit]
Al final de la audiencia, el Santo Padre hizo una síntesis de su intervención en castellano y saludo a los peregrinos procedentes de América Latina y España. Estas fueron sus palabras:
Queridos hermanos y hermanas:
El Cántico de Judit, mujer hebrea elegida por Dios para manifestar su poder liberador, nos invita a alabar al Señor y Dios de la paz y a reconocer que el verdadero enemigo de Israel, no son los poderosos de la tierra, sino la infidelidad al Señor, que lo priva de su protección y lo hace vulnerable.
Esta mujer, prefiguración de la Virgen María, será un modelo que permitirá, no sólo a la tradición hebraica, sino también a la cristiana, subrayar la predilección de Dios por lo frágil y débil, para manifestar la potencia divina. Su figura expresa la vocación y la misión de la mujer, llamada al igual que el hombre, según sus rasgos específicos, a desarrollar un papel significativo en el proyecto de Dios.
Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a los grupos parroquiales de España, así como a los demás peregrinos venidos de México y de otros países latinoamericanos. Reconoced siempre a Dios, como en el Cántico de Judit, «grande y glorioso». Muchas gr
acias.