Juan Pablo II: «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz»

Mensaje a la XXXI Conferencia de la FAO

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ROMA, 5 noviembre 2001 (ZENIT.org).- «El desarrollo es el nuevo nombre de la paz», afirma Juan Pablo II en un mensaje enviado a la XXXI Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que se celebra del 2 al 13 de noviembre en Roma.

En particular, el pontífice exige de la comunidad internacional un decidido esfuerzo en la lucha contra el hambre y el cumplimiento de los compromisos adoptados para superar el problema de la deuda externa de países pobres.

Publicamos el texto del Mensaje distribuido este lunes por la Sala de Prensa de la Santa Sede.

* * *

Con motivo de la XXXI Conferencia de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que se celebra estos días en Roma, os dirijo a todos, señoras y señores, mi cordial saludo.

Vuestro encuentro se enmarca entre la «Cumbre Mundial de la Alimentación», que tuvo lugar en 1996 y la «Cumbre mundial de la Alimentación – cinco años después», que se celebrará el mes de junio del año próximo. Por mi parte, nutro la ferviente esperanza de que las sesiones de trabajo de la Conferencia actual contribuyan a afirmar las nobles intenciones expresadas en 1996, de manera que, a pesar de la difícil situación internacional, el mundo pueda tener noticia de que el próximo año se dé un progreso real en el campo absolutamente vital de la alimentación.

Las primeras páginas de la Biblia describen la abundancia desbordante del mundo creado y afirman que todo lo que puede necesitar el hombre le ha sido dado para que pueda llevar una vida digna de una criatura hecha a imagen y semejanza de Dios (cf. Génesis 1, 26). Por tanto, no es posible que millones de persones estén subalimentadas o hambrientas en el mundo. La tierra es capaz de procurarles lo necesario y, por tanto, la causa de la falta de alimentación hay que buscarla en otra parte.

En el Libro del Génesis, Dios pone la creación en manos del hombre (cf. Génesis 1, 26. 28) y tenemos que mirar hacia esta dirección si queremos comprender los desórdenes actuales. Ha faltado una gestión equitativa de los bienes de la creación con una evidente desigualdad en la repartición de los recursos.

En esta perspectiva, vuestra Conferencia quiere comprometerse a ser una especie de signo de esperanza para el mundo, manifestando que hay personas determinadas a practicar una gestión responsable y creativa, con el objetivo de garantizar «la seguridad alimentaria» para cada componente de la familia humana. Una determinación así se funda en el reconocimiento de un hecho: todo ser humano goza del derecho inviolable a tener una alimentación correcta y, por tanto, todos los hombres, en particular los que desempeñan puestos de responsabilidad, tienen el deber de asegurar que este derecho sea respetado. Es un principio que tendremos que aplicar no sólo a los individuos, sino también a las naciones: cuando las personas no pueden afrontar sus necesidades fundamentales a causa de la guerra, la pobreza, del mal gobierno o de una mala gestión, o a causa de catástrofes naturales, los demás tienen el deber moral de intervenir para correr en su auxilio.

La erradicación del hambre en el mundo implica no sólo la voluntad de discutir sobre esta situación o deplorarla, sino también de emprender todas las iniciativas concretas que sean necesarias para afrontar el problema de una manera eficaz y duradera. Entre las iniciativas que quisiera alentar en particular, se encuentra la decisión tomada por las naciones más ricas de consagrar una parte de su Producto Interior Bruto (PIB) al desarrollo de los países más pobres y de hacer todos los esfuerzos posibles para reducir el peso de su deuda externa. Hay que perseverar en los esfuerzos, incluso cuando necesidades urgentes, a nivel nacional o internacional, parecerían llevar a la renuncia.

Tras los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, han surgido amplios debates sobre la justicia y la urgencia de corregir las injusticias. Desde una perspectiva religiosa, la injusticia es el desequilibrio radical en el que el hombre se rebela contra Dios y contra su hermano, provocando el desorden en las relaciones humanas. Por el contrario, la justicia es esa armonía completa entre Dios, el hombre y el mundo, que la Biblia describe como el Paraíso. Muchas injusticias en el mundo transforman la tierra en un desierto: la más impresionante de estas injusticias es el hambre que sufren millones de personas, con las inevitables repercusiones sobre el problema de la paz entre las naciones. ¿Acaso no declaró el Papa Pablo VI en 1967 que el desarrollo es el nuevo nombre de la paz (cf. «Populorum progressio», nn. 76-77)? Desde entonces, estas palabras se han revelado cada vez más verdaderas. El desarrollo comporta numerosos aspectos, pero el primero de todos es la decisión de asegurar a todo hombre, a toda mujer, y a todo niño el acceso a la alimentación que necesita. Por este motivo, vuestra Conferencia no sólo tiene por objetivo «la seguridad alimentaria», sino también «la paz mundial», en un momento en el que estos valores corren graves peligros.

Dadas las graves responsabilidades que tenéis, así como las grandes esperanzas que se abren ante vosotros, ¿cómo no podría dejar de acompañaros con mi oración? En este momento, quiero aseguraros mi cercanía, implorando de Dios Todopoderoso la abundancia de sus bendiciones sobre las sesiones de vuestra Conferencia para que la FAO contribuya a aumentar sobre la tierra la paz y la justicia que vienen de lo alto.

Ciudad del Vaticano, 3 de noviembre de 2001

IOANNES PAULUS II

[Traducción del original francés realizada por Zenit]

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ZENIT Staff

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