ROMA, 5 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Tras ocho años de guerra civil entre etnias hutu y tutsi, con 250.000 muertos, el jueves pasado, tomó posesión en la capital Bujumbura el nuevo gobierno provisional de Burundi, poniendo fin a la guerra civil.
El Ejecutivo está presidido por el tutsi Pierre Buyoya, actual presidente, con un vicepresidente de etnia hutu, Domitien Ndayizeye, secretario general del principal partido hutu, el Frente para la Democracia en Burundi. Pasados 18 meses se procederá a la inversión de los cargos.
Los dirigentes de los dos principales movimientos rebeldes burundeses están «dispuestos a negociar con el nuevo Gobierno», según indicó en Bujumbura el jueves el artífice de este logro diplomático, el ex presidente sudafricano Nelson Mandela, mediador oficial, tras haber hablado con los responsables de las Fuerzas para la Defensa de la Democracia (FDD) y las Fuerzas Nacionales de Liberación (FNL).
Para garantizar la estabilidad del nuevo gobierno, se encuentra ya en el país un contingente sudafricano formado hasta el momento por 480 hombres. Mandela anunció el envío de un contingente nigeriano de protección de las personalidades políticas burundesas, que debería estar «disponible» el 1 de diciembre, mientras que los de Senegal y Ghana esperan la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU.
El misionero javeriano Claudio Marano, en declaraciones a Radio Vaticano desde Bujumbura constata: «Por primera vez muchos jefes de Estado y políticos desde el exterior han trabajado para que llegara la paz a Burundi. Esta es la novedad».
Por lo que se refiere al nuevo Gobierno, el padre Marano considera que «podría tener dificultades, pues ha sido formado por representantes de 19 partidos que, a pesar de los contrastes y diferencias, ahora han reunido a las personas para hacer un gobierno».
Ahora se da el miedo de que surjan tensiones dentro de 18 meses al llegar un nuevo presidente hutu. Según el misionero javeriano «El problema es ver cuánto puede influir la intervención extranjera sobre una eventual situación de divergencia».
«Esperamos que la comunidad internacional no se vaya y no piense resolver los problemas de Burundi sólo a nivel económico, sino que esté dispuesta a discutir sobre otras cuestiones porque si no estaremos de nuevo en el punto de partida», concluye Marano.