CIUDAD DEL VATICANO, 8 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II pidió este jueves consideró que uno de los desafíos más importantes para los cristianos de hoy consiste en evitar que la globalización imponga una homologación cultural, en perjuicio de la dignidad espiritual del hombre.
El pontífice hizo su llamamiento al participar en la sexta sesión pública de los miembros de las Academias Pontificas, instituciones de la Santa Sede compuestas por científicos y pensadores de las diferentes ramas del saber, que en esta ocasión afrontaron el argumento «Dimensiones culturales de la globalización: un desafío para el humanismo cristiano».
En estos momentos, explicó el Santo Padre, los discípulos de Cristo están llamados a discernir las implicaciones «humanas, culturales, y espirituales» de la globalización, que no sólo afecta a la esfera «económica y financiera».
«¿Cuál es la imagen del hombre que propone y, en cierto, impone? ¿Cómo es la cultura que favorece? ¿Qué espacio deja a la experiencia de fe y a la vida interior?», son las preguntas que el pontífice planteó para poder hacer este discernimiento.
«Da la impresión de que los complejos dinamismos provocados por la globalización de la economía y de los medios de comunicación tienden a reducir progresivamente al hombre a una de las variables del mercado, a una mercancía de intercambio, a un factor totalmente irrelevante en las opciones más decisivas», constató el Papa.
De este modo, subrayó, «el hombre corre el riesgo de sentirse pisoteado por mecanismos de dimensiones mundiales sin rostro y de perder cada vez más su identidad y su dignidad de persona».
«En virtud de estos dinamismos –añadió el Papa Wojtyla–, también las culturas, si no son acogidas y respetadas en su propia originalidad y riqueza, si son adaptadas por la fuerza a las exigencias del mercado y de las modas, pueden correr el peligro de la homologación».
«De ahí se deriva un producto cultural caracterizado por un sincretismo superficial, en el que se imponen nuevas jerarquías de valores, deducidas de criterios con frecuencia arbitrarios, materialistas, y consumistas, reacios a todo tipo de apertura al Trascendente», aclaró.
«Este gran desafío –dijo el Santo Padre–, que al inicio del nuevo milenio pone en juego la visión misma del hombre, su destino y el futuro de la humanidad, impone un atento y profundo discernimiento intelectual y teológico del paradigma antropológico-cultural producido por estos cambios de época».
Por ello, concluyó, «es necesario vencer todo temor y afrontar estos desafíos confiando en la luz y en la fuerza del Espíritu que el Señor resucitado sigue donando a su Iglesia».
Esto es lo que el pontífice quiso proponer con el lema que presentó a todos los cristianos a inicios del nuevo milenio: «¡Rema mar adentro!».