EMMITSBURG, Maryland, 10 noviembre 2001 (ZENIT.org).- En la estela de los ataques a Estados Unidos del 11 de septiembre, el teólogo y profesor de ética del Mount St. Mary’s College, Germain Grisez, afronta la candente cuestión de los medios adecuados para combatir el terrorismo.
Conocido por su importante serie de ensayos sobre teología moral, «Way of the Lord Jesus», Grisez no es ajeno a este tipo de asuntos. En el tercer volumen de ensayos, «Cuestiones Difíciles de Moral», Grisez toca una amplia serie de problemas éticos que van desde la moralidad de plantar tabaco hasta la responsabilidad de los investigadores que usan tejidos de fetos abortados.
A continuación reproducimos las líneas directrices de Grisez para responder al terrorismo.
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El presidente Bush y sus colaboradores están fraguando un plan de acción para responder al terrorismo. Este plan de acción será llevado a cabo pronto y tendrá graves consecuencias. Si el plan es defectuoso, remediar sus defectos será virtualmente imposible hasta que la nación aprenda a través de nuevos sufrimientos.
Por eso, creo que todos nosotros debemos hacer cuanto podamos para tratar de ayudar al Presidente y a los demás implicados para que adopten un plan de acción válido e inteligente. Por esta razón, he formulado algunos pensamientos, que he enviado a varios lugares y personas, entre ellos a muchos obispos de Estados Unidos. Les pido a estos últimos que intenten que la Conferencia Episcopal emita una declaración colectiva válida y clara.
Los que siguen son mis propios pensamientos, que ofrezco a vuestra consideración:
1) El terrorismo abriga la intención de matar o herir personas y/o destruir o dañar bienes de valor para lograr infundir el miedo como móvil para lograr unos determinados comportamientos. Cuando se infunde el miedo de manera que se logran los comportamientos deseados, con frecuencia, se vuelve contraproducente, pero hacerlo es, en ocasiones, bueno e incluso necesario. Pero, incluso siendo apropiado el infundir miedo, el terrorismo es un medio moralmente inaceptable, precisamente porque los terroristas pretenden (aunque no sea éste su último objetivo o fin) matar, herir, destruir y dañar.
2) En ocasiones se ha puesto fin a determinados actos aislados de terrorismo, matando a sus autores. Sin embargo, el terrorismo llevado a cabo por miembros de un grupo numeroso movidos por fines ideológicos, fines que apelan a los extremistas de dicho grupo, presenta desafíos bastante más grandes. Cualquier respuesta posible solamente tendrá, a lo sumo, un éxito limitado. Cuando una comunidad que ha sufrido ataques terroristas considera cómo responder, la cólera y el odio producen la ilusión de que las respuestas más violentas serán las idóneas y quizás las únicas que logren éxito.
3) El uso de la fuerza para prevenir el terrorismo puede ser justificado y moralmente necesario para aquellos que son responsables de defender a la comunidad. Incluso se puede llegar a usar la fuerza mortal contra aquel de quien se espera razonablemente que continuará siendo una grave amenaza. Pero la fuerza, especialmente, la fuerza que tiene como consecuencia la muerte, jamás debe usarse para vengar actos pasados o como un terrorismo que previene otro terrorismo. Tales usos de la fuerza, incluso contra fuerzas y asentamientos militares, son moralmente inaceptables.
4) En cualquier caso, cuando parar el terrorismo supone el uso de la fuerza contra las actividades de los terroristas o de quienes colaboran con sus acciones terroristas, cualquier daño previsible a inocentes (es decir, las personas que no están involucradas en dichas actividades) no deberá ser mayor de aquel que pensaríamos que podría aceptarse si los inocentes fueran nuestros más cercanos aliados.
5) Las respuestas al terrorismo que son moralmente injustificables son también estúpidas. Provocan que se extienda más la cólera y el odio: otros siete demonios ocuparán el lugar del primero, y pequeñas bombas atómicas serán usadas en lugar de los aviones secuestrados.
6) Incluso cuando se usa dentro de sus límites propios, la fuerza mortal contra las personas no puede ser una respuesta adecuada al terrorismo. Una respuesta válida debe incluir también un serio y sincero esfuerzo para incrementar las relaciones con los miembros menos radicales del grupo, cuyos intereses los terroristas intentan promover con sus medios erróneos. Este esfuerzo serio hacia la reconciliación deberá complementarse con acciones económicas y políticas que mitiguen el sufrimiento y reduzcan el odio.
Un plan de acción moralmente honrado y sopesado puede convertirse en sumamente exigente y costoso. Por ejemplo, implicaría a muchos más millones de personas que los miles de toneladas de bombas arrojadas. Pero a pesar de los costes, solamente un plan de acción honrado y moralmente sopesado puede valer tal precio.