CIUDAD DEL VATICANO, 21 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Juan Pablo II invitó a los cristianos a comenzar la jornada con un «escalofrío de alabanza» provocado por la conciencia de que a pesar de los peligros y sufrimientos vivimos «acariciados por la mirada misericordiosa de Dios».
El pontífice planteó su propuesta al meditar durante la tradicional audiencia general del miércoles en el cántico que elevó el pueblo de Israel tras ser liberado por Dios del ejército del faraón de Egipto.
Continuaba de este modo la serie de meditaciones que viene realizando este año sobre los salmos e himnos del Antiguo Testamento que se han convertido en la oración de los cristianos en la Liturgia de las Horas.
Los más de siete mil peregrinos presentes en la Sala de las Audiencias del Vaticano revivieron de este modo uno de los pasajes más espectaculares de la Biblia, que ha sido llevado a la gran pantalla por varias producciones cinematográficas de Hollywood: la travesía del pueblo judío entre las aguas del Mar Rojo y la catástrofe del ejército enemigo atrapado después por la furia de los abismos marinos.
«Son imágenes fuertes, que quieren describir la grandeza de Dios y la sorpresa de un pueblo que casi no cree a sus ojos y que se une en un canto conmovido: «Mi fuerza y mi poder es el Señor, Él fue mi salvación. Él es mi Dios», constató el obispo de Roma.
«Este acontecimiento no sólo se convirtió en base de la alianza entre Dios y su pueblo –constató el Santo Padre–, sino también en el «símbolo» de toda la historia de la salvación».
De hecho, aclaró, «prefigura la gran liberación que realizará Cristo con su muerte y resurrección». En Jesús, añadió, «hemos sido salvados, pero no de un opresor humano, sino de la esclavitud de Satanás y del pecado, que desde los orígenes pesa sobre el destino de la humanidad».
«Con él la humanidad vuelve a emprender el camino por la senda que conduce a la casa del Padre», insistió.
Al proponer a los cristianos esta oración del pueblo de Israel, el Papa les invitó «a enmarcar la jornada en el gran horizonte de la historia de la salvación».
«Esta es la manera cristiana de percibir el paso del tiempo –ilustró–. No hay una fatalidad que nos oprime en el transcurrir de los días, sino un designio que se va esclareciendo, y que nuestros ojos tienen que aprender a leer con detenimiento».
De este modo, continuó la meditación del pontífice, «el himno de victoria no expresa el triunfo del hombre, sino el triunfo de Dios. No es un canto de guerra, sino un canto de amor».
«Al dejar que nuestras jornadas sean invadidas por este escalofrío de alabanza de los antiguos judíos –concluyó el Papa Wojtyla–, caminamos por las sendas del mundo, llenas de insidias, riesgos y sufrimientos, con la certeza de estar acariciados por la mirada misericordiosa de Dios: nadie puede resistir a la potencia de su amor».