Discurso del Papa a los obispos de El Salvador

Juan Pablo II: En la familia se juega el futuro de la humanidad

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Publicamos a continuación el discurso que Juan Pablo II dirigió este viernes a los obispos de la Conferencia Episcopal de El Salvador, a quienes recibió durante esta semana en audiencia con motivo de su visita quinquenal «ad limina» al Papa y a la Curia romana.

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Queridos hermanos en el Episcopado:

1. Siento una gran alegría al recibiros esta mañana durante la visita «ad limina» con la que renováis los vínculos de comunión de vuestras Iglesias particulares con el Obispo de Roma. Os saludo a todos con mucho afecto y os pido que os hagáis intérpretes de mi estima y cercanía al querido pueblo salvadoreño, al que servís con amor, generosidad y entrega, teniendo presente el testimonio del apóstol Pablo en su servicio a la comunidad de Corinto :«Me gastaré y desgastaré totalmente por vuestras almas» (2 Co 12,15).

Agradezco las palabras que me ha dirigido monseñor Fernando Sáenz Lacalle, Arzobispo de San Salvador y Presidente de la Conferencia Episcopal, para renovarme vuestra adhesión y hacer presente el espíritu con el que ejercéis vuestro ministerio pastoral. Por mi parte, correspondo manifestándoos mi aprecio por la obra que, con la ayuda de Dios y la colaboración de tantos servidores del Evangelio, lleváis a cabo en vuestras diócesis.

2. En las Relaciones que habéis presentando y en los encuentros que he mantenido con cada uno de vosotros he visto el proceso que lleva a cabo la Iglesia en vuestra Nación. Al concluir mi segunda visita pastoral, os decía al despedirme: «Me voy con una gran confianza en el futuro de esta amada tierra; vivid a la luz de la fe, con el vigor de la esperanza y la generosidad del amor fraterno» (Discurso en el aeropuerto de San Salvador 8.2.1996, 5). Tenía presentes las aspiraciones y esperanzas de ese querido pueblo al que pude conocer y apreciar más profundamente; un pueblo que había sufrido los duros años de una guerra fratricida, de la que felizmente había salido y que estaba asumiendo con decisión el camino del propio desarrollo, para construir un futuro sereno y solidario para sus hijos, que aman y desean la paz.

¡Seguid acompañando a vuestro pueblo como ministros de la reconciliación, para que la grey que os ha sido encomendada, superando las dificultades del pasado, avance por los caminos de la concordia y el amor sincero entre todos, sin excepción! Sabéis bien que el futuro del País se debe construir en la paz, cuyo fruto es la justicia (cf. St 3,18). Siguiendo esa senda, no se desvanecerán tantos esfuerzos realizados tras la firma de los Acuerdos de Paz de 1992, con los que se puso fin a aquellos terribles años de guerra interna. Ayudad a construir una sociedad que favorezca la concordia, la armonía y el respeto por la persona y cada uno de sus derechos fundamentales. Con vuestra palabra, valiente y oportuna, y teniendo siempre presentes las exigencias del bien común debéis animar a todos, empezando por los responsables de la vida política, administrativa y judicial de la Nación, a promover mejores condiciones de vida, de trabajo o de vivienda.

3. Son bien conocidas la laboriosidad, la fuerza moral y el espíritu de sacrificio de los salvadoreños ante las adversidades. Lo han demostrado con ocasión del huracán Mitch y de los dos terremotos que, con el intervalo de un mes, han padecido al comienzo de este año. En dichas ocasiones me apresuré a manifestar mi cercanía, pidiendo solidaridad y ayuda para los dammificados por esas terribles desgracias naturales que han reducido a condiciones precarias la existencia de muchos salvadoreños y han dañado tantas estructuras materiales.

Si bien es cierto que las ayudas externas son necesarias, dada la magnitud del fenómeno, se ha de tener presente que los mismos salvadoreños, con las ricas cualidades que les distinguen, han de ser los protagonistas y artífices principales de la reconstrucción del país, comprometiéndose, con su esfuerzo y su tesón a superar esa situación tan difícil, agravada, entre otras causas, por la pobreza extrema de muchos, el desempleo, o la falta de vivienda digna. En esta tarea, es de destacar la acción de Caritas, que pretende dar una respuesta ante estas necesidades.

4. Como objetivo principal de vuestra labor pastoral os proponéis impulsar y vivificar la evangelización. En efecto, una de las funciones más importantes del obispo es acrecentar la fe de los fieles, haciendo madurar en ellos las enseñanzas del Evangelio mediante la predicación íntegra del misterio de Cristo, para que puedan así glorificar a Dios y seguir la vía hacia la felicidad eterna (cf. Christus Dominus, 12).

En nuestro tiempo, en el que los medios modernos difunden continuamente noticias muy diversas y el corazón y la mente se sienten atraídos por tantas novedades, es menester dar a la Palabra de Dios y a su anuncio el lugar primordial y privilegiado que le corresponde. Cuando el creyente acoge a Jesucristo y su Palabra, poniéndola en práctica, es cuando de verdad alcanza su plenitud, como Pedro confiesa ante Jesús: «Señor, ¿a dónde vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6, 68). Por eso, es de capital importancia que nunca decaiga el ministerio de la predicación, la catequesis y la enseñanza, para que todos los fieles «tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn, 10,10).

El anuncio de la Palabra tiene un relieve especial cuando se proclama dentro de la liturgia, porque Cristo «está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura» (Sacrosanctum Concilium, 7). No obstante, como la acción de la Iglesia no se agota en la liturgia, hay que anunciar la Palabra con perseverancia y por todos los medios para que el mensaje de salvación llegue tanto a los creyentes como a los no creyentes. Los medios de comunicación social de los que hoy se dispone para comunicar han de ser utilizados también para evangelizar y catequizar, con el fin de aprovechar su enorme potencial para cumplir mejor el mandato de Jesús de hacer llegar la Buena Nueva a todas las criaturas (cf. Mc 16, 15). Os animo, pues, a potenciar dichos medios a vuestro disposición y ponerlos al servicio de la difusión del Evangelio. Con ellos, el mensaje de salvación puede alcanzar a todos, en las más diversas circunstancias y en los lugares de más difícil acceso.

5. Colaboradores directos del Obispo son los presbíteros, que, en su nombre presiden las distintas comunidades de la Iglesia particular, las alimentan con el Pan de la Palabra y de la Eucaristía, celebran los Sacramentos y por su cercanía a todos han de ser imagen y expresión de la presencia viva de Jesucristo, Buen Pastor, en medio de su pueblo. Para poder vivir con alegría y serenidad el misterio que les fue confiado en la ordenación sacerdotal, han de custodiar con todo celo e intensidad la gracia que les fue concedida. Por ello, debéis animar siempre a vuestros sacerdotes a ser hombres de oración asidua y frecuente, pues «en la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo, que nos convierte en sus íntimos» (Novo millennio ineunte, 32), nos hace penetrar en el profundo misterio de Dios y llena de esperanza la existencia ante los retos del momento presente, que para el sacerdote revisten frecuentemente una especial intensidad.

El sacerdote debe estar disponible para todos, saber escuchar, acompañar el crecimiento en la fe de sus hermanos y ser fuente de consuelo para los atribulados y afligidos, siendo en todo momento testigo de los valores del Reino, pues ha de estar dispuesto a ofrecer muchas renuncias para que resalte lo esencial frente a lo efímero. En definitiva, ser y presentarse siempre como lo que es, ministro de Jesucristo y de su gracia.

El estrecho vínculo que une al sacerdote con su obispo exige que estéis siempre cercanos y atentos a cada uno de ellos, para que os vean como verdaderos padres y maestros. Des
de el carisma de vuestro ministerio episcopal ayudadlos en todas sus necesidades, animadlos a perseverar en el camino de la auténtica santidad sacerdotal y de la caridad pastoral. Ofrecedles los medios más adecuados para poder continuar su formación y desarrollar aquellas virtudes necesarias para su estado y para enfrentarse con serenidad y valentía a las dificultades que se les puedan presentar.

6. Preocupados por el número de personal dedicado a la misión, sé que os esforzáis en promover y seguir con atención la pastoral vocacional, tan necesaria para el desarrollo de la vida de la Iglesia. En este camino, lo primero es el recurso a la oración asidua, pues es el mismo Señor el que nos manda pedirle que envíe nuevos operarios a su mies (cf.Mt 9,38). Además, es necesario organizar una efectiva pastoral de las vocaciones, amplia y capilar, en las parroquias, movimientos, colegios y familias, de modo que los jóvenes conozcan los valores y exigencias del Reino de Dios y puedan responder cuando se les pide la total entrega de sí y de las propias fuerzas a la causa del Evangelio.
A este respecto, es también importante el testimonio de vida de los sacerdotes y de los consagrados, testimonio que ha de ser tan radical y elocuente que mueva a otros, jóvenes y menos jóvenes, a querer seguir ese camino, al estilo de lo que indicaba san Pablo: «Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo» (1 Co 11,1).

7. La celebración de la Eucaristía, en un mundo tantas veces aquejado por divisiones y desequilibrios, consolida la comunión y la esperanza, es fuente de armonía y paz, y hace que todos se sientan miembros de una misma familia donde a cada uno se le reconoce su dignidad. Por ello, se ha de promover la práctica dominical, pues en el proceso de fortalecimiento de la fe, la Eucaristía es el momento privilegiado para el encuentro con Jesucristo vivo. Teniendo presente que la Misa dominical debe ser compromiso y práctica constante de todos los fieles, no dejéis de empeñaros junto con vuestros sacerdotes en promover este aspecto tan importante de la vida eclesial, como recomendé en la Carta apostólica «Dies Domini» (cf. capítulo II). Más recientemente he señalado también que se ha de dar «un realce particular a la Eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana» (Novo millennio ineunte, 35).

En la vida eclesial de vuestra nación, como ponéis de relieve en las Relaciones quinquenales, está muy extendida la devoción eucarística y señaláis cómo en casi todas las parroquias se celebra, particularmente el jueves, la adoración del Santísimo Sacramento. Me complace que se conserve esta práctica entre los fieles, pues de esta manera no sólo se proclama abiertamente la fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía sino que se incrementa la unión y la confianza en Aquél que prometió estar con los suyos «todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20).

8. Una de las urgencias de nuestro tiempo, como he destacado en la Carta apostólica «Novo millennio ineunte», es la atención a la familia, pues se constata una «crisis generalizada y radical de esta institución fundamental» (n. 47), a causa de las graves amenazas que hoy atentan contra ella: las rupturas matrimoniales, la plaga del aborto, la mentalidad anticoncepcional, la corrupción moral, las infidelidades y violencias domésticas, factores que ponen en peligro la familia, célula fundamental de la sociedad y de la Iglesia.

En el matrimonio, elevado por el Señor a la dignidad de Sacramento, no sólo se expresa el gran misterio del amor esponsal de Cristo a su Iglesia (cf. Ef 5,32), sino que, según el plan de Dios, el hombre y la mujer realizan la vocación conyugal y colaboran con Él en la creación. Una sólida preparación de quienes se preparan a contraer matrimonio y un seguimiento de los hogares cristianos hará que se puedan ofrecer ejemplos convincentes de cómo debe ser la familia y su papel insustituible en la sociedad y en la Iglesia. Por ello, se ha de formar a los jóvenes llamados al matrimonio, así como a las familias ya constituidas, para que venzan las presiones de una cultura opuesta al matrimonio y a la institución familiar, de modo que vivan según el plan de Dios y las verdaderas y genuinas exigencias del hombre y de la mujer. La humanidad se juega mucho con la institución familiar, llegando hasta hipotecar su futuro si no se la defiende y promueve adecuadamente. No se puede ceder ante modas y teorías que, bajo una apariencia de falsa modernidad y progreso, después se vuelven contra el hombre y crean tantas víctimas, empezando por los propios hijos o los mismos cónyuges abandonados.

9. Los laicos están llamados a desempeñar un papel de suma importancia ante los retos que plantean el presente y el futuro de El Salvador. En la medida en que los laicos cristianos vivan cada vez más abiertos a la presencia y a la gracia en lo profundo de su corazón serán más capaces de ofrecer a sus hermanos el testimonio de una vida renovada, tendrán la libertad y la fuerza de espíritu necesarias para transformar las relaciones sociales y la sociedad misma según los designios de Dios.

Para hacer presente en medio del mundo los valores del Evangelio, los cristianos necesitan estar firmemente enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo. Por ello, quiero exhortaros a intensificar los esfuerzos en la formación de un laicado adulto, que colabore activamente en la vida y misión de la Iglesia; en este sentido son útiles organismos, como el Instituto Superior de Catequesis, en San Salvador, para la preparación adecuada de los catequistas. En esta labor de formación, os animo igualmente a que prestéis una particular atención a los jóvenes que, por su situación, se encuentran expuestos más fácilmente a los peligros y a las seducciones de caminos fáciles e ilusorios. Presentadles en toda su autenticidad y riqueza los altos ideales de la vida y de la espiritualidad cristiana, para que aprendan los valores y pautas de comportamiento más aptos para afrontar los retos del presente.

10. Al concluir este encuentro deseo expresaros mi gratitud por el trabajo incansable que desarrolláis en todos los ámbitos de la acción pastoral. Os aliento a continuar con renovada esperanza la tarea de conducir al Pueblo de Dios que tenéis confiado hacia la meta de la patria celestial mediante el ejercicio de vuestro ministerio apostólico, brindando también así un excelente servicio a toda la comunidad nacional. Transmitid también mi saludo afectuoso y mi bendición a todos vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y demás fieles, especialmente a los que colaboran con mayor dedicación en la obra de la evangelización y a quienes sufren por cualquier causa y que, por ello, ocupan un lugar particular en el corazón del Papa. En estos días se celebra la fiesta de Nuestra Señora Reina de la Paz, patrona de El Salvador. Al invocar su maternal protección, le pido que interceda por la santidad de todos los fieles, por el bienestar de las familias y la prosperidad de vuestro País en justicia y en paz, a la vez que imparto a todos de corazón la Bendición Apostólica.

[Texto original: Español]

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ZENIT Staff

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