Juan Pablo II denuncia la contaminación nuclear en Oceanía

Reconoce que una industrialización puede ofrecer grandes beneficios

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CIUDAD DEL VATICANO, 23 noviembre 2001 (ZENIT.org).- El amor por la naturaleza de Karol Wojtyla se deja percibir con fuerza en la exhortación apostólica «Iglesia en Oceanía» al recordar la «gran belleza natural» del continente y al denunciar la contaminación nuclear que viola algunos de sus paradisíacos rincones.

En el número 31, el documento publicado este jueves, que recoge las conclusiones del Sínodo continental de 1998, ilustra el fundamento teológico del respeto del ambiente: «Dado que la creación ha sido confiada al hombre para que la guarde, el mundo natural no es sólo un conjunto de recursos que hay que explotar sino también una realidad que hay que respetar e incluso tratar con reverencia, como un don, como una prenda confiada por Dios».

«Los seres humanos han recibido la misión de cuidar estos tesoros de la creación, de conservarlos y de cultivarlos –añade–. Los padres sinodales [participantes en la asamblea episcopal de Oceanía] han invitado a los pueblos de Oceanía a regocijarse siempre en la gloria de la creación dando gracias al Creador».

En este contexto, Juan Pablo II denuncia: «la belleza natural de Oceanía no se ha librado de los abusos de la explotación humana. Los padres sinodales han lanzado un llamamiento a los gobiernos y a los pueblos de Oceanía para que protejan este precioso ambiente para el bien de las generaciones actuales y futuras».

Los habitantes del continente, añadió, «tienen la responsabilidad sumamente particular contraída con la comunidad de velar por el Océano Pacífico, que representa más de la mitad de las reservas de agua del planeta. El mantenimiento de la salubridad de este Océano y de otros mares es una cuestión crucial para el bien de los pueblos, no sólo en Oceanía sino en el mundo entero».

En particular el Santo Padre denuncia la presencia de «desechos nucleares», «una amenaza suplementaria para la salud de las poblaciones autóctonas».

«De todos modos es importante reconocer –aclara– que la industrialización puede aportar reales beneficios si se realiza en el respeto de los derechos y de la cultura de las poblaciones locales y vigilando la integridad del ambiente».

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ZENIT Staff

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